20.10.06

no se merece esa rubia

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MI OTRO YO

“Un hombre no es exitoso, si no lleva una modelo del brazo”
MARÍA VÁZQUEZ
circa año 5 del Menemato

“Mi otro yo” venía con los buenos antecedentes de su director – guionista, Francis Veber (“La cena de los tontos” y “El placard”) y de un planteo que daba para una comedia brillante. La presencia de Daniel Auteuil y Kristin Scott Thomas, también prometían. Sorprendentemente, el resultado es tan chirle como cansino. Pocas ideas a la hora de desarrollar un tema que, prácticamente, se escribía solo.

Argumento: Francois es un perdedor consciente de que la vida no lo trató bien. Cara de pavo, un trabajo gris (acomoda coches en un hotel parisino), una personalidad insípida. Ama a Emilie, su amiga de la infancia, pero la chica lo rechaza cuando le ofrece casamiento, con anillo en mano y todo. Pero, algo está por cambiar en la vida rutinaria de Francois. Producto del azar, se cruza en la calle con una parejita clandestina: el director de unos de los principales holdings del país (casado con la dueña de dicho conglomerado) y la modelo top del momento. Y quiere la suerte que un paparazzi dispare su cámara en el exacto momento que pasa Francois al lado de Elena, la modelo top.

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Para evitar el escándalo (y la ira de la esposa que maneja los hilos de la empresa), el empresario le propone a Francois hacerse pasar por novio de la modelo. Por lo menos hasta que la esposa deje de vigilarlo. Basta que Francois acepte la propuesta, para que se transforme en el hombre codiciado por todas las mujeres que, un rato antes, lo escupían por la calle.

Ese argumento daba para jugarlo en dos flancos. En una primera instancia, de comicidad pura, los enredos entre amantes, amados, celosos e indiferentes. Francois ama a Emile e ignora a Elena que se pregunta porque este pavo no se babea como todos los hombres que le rondan, mientras su amante clandestino, Pierre, ve como la está perdiendo en manos del tipo que menos sombra puede hacerle. Otra instancia, más ideológica, es preguntarse hasta qué punto amamos por lo que el otro es, prescindiendo de lo material.

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Francois no es visto más que como un perdedor; Elena como la rubia tonta; ninguno es visto como persona, sino como una cosa a adquirir. Francois no es ni más ni menos seductor que un segundo antes que el mundo crea que ha conquistado a la modelo del momento. Sin embargo, para su entorno, se ha vuelto irresistible, porque puede exhibir aquello comprado en el mercado de las apariencias.

Esa es la historia a contar: detrás de lo que cada uno vende en la sociedad de imágenes, hay un ser humano que ama y desea ser amado. Algunos (como Francois) apuestan a ese sustrato detrás del espejo; otros, como Pierre, se aferran al reflejo de las ilusiones. Al final, él también es un producto en el mercado, una cosa comprada por una señora que lo controla, tal como él lo hace con su amante.

Todas estas posibilidades quedan dormidas en un guión anodino, sin audacia, sin diálogos brillantes, sin escenas que exploten la intimidad de los personajes, la química de los opuestos. Si la princesa desciende de la torre de marfil, para pasar unas semanas con un simple plebeyo, ¿por qué no mostrar esos contrastes de mundos tan disímiles? ¿por qué no describir la evolución de los protagonistas, esa mutua dependencia, a los Sancho Panza y Don Quijote, en el que uno transforma al otro y viceversa?

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Esa es la carencia de “Mi otro yo” que pasa de largo ante todas las posibilidades que la trama le ofrecía y termina muy convencionalmente, casi con cierto hastío y apuro para sacarse el filme de encima. Tal es el desgano que hasta actores como Auteuil terminan haciendo mohines en cámara, sin saber para qué lado dispara su personaje.

La babaza plus de la jornada para Alice Taglioni, la modelo top de la historia, rubia que se hubiera merecido una comedia mejor.

Oportunidad perdida.

La frase: “Mire que cuanto menos tienen, más difícil es presionarlos”.

CONSEJO: esperar al video, sin apuro.

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