3.11.06
clair patterson
A finales de la década de los cuarenta, un estudiante graduado de la Universidad de Chicago, llamado Clair Patterson (que era, a pesar de su nombre de pila, un campesino de Iowa), estaba utilizando un nuevo método de medición con un isótopo de plomo para intentar determinar la edad de la Tierra de una vez por todas. Desgraciadamente, todas sus muestras de rocas acababan contaminadas, en general muy contaminadas, además. Casi todas contenían unas doscientas veces más plomo del que cabía esperar. Patterson tardaría muchos años en comprender que la razón de esto era un lamentable inventor de Ohio llamado Thomas Middley, hijo.
(…)
Fue justo por entonces cuando Harrison Brown, de la Universidad de Chicago, ideó un nuevo método para contar isótopos de plomo en rocas ígneas (es decir, las que se crearon a través del calor; a diferencia de las formadas por acumulación de sedimentos). Dándose Cuenta de que la tarea sería demasiado tediosa, se la asignó al joven Clair Patterson como su proyecto de tesis. Es fama que le aseguró que determinar la edad de la Tierra con su nuevo método sería “pan comido”. En realidad, llevaría años.
Patterson empezó a trabajar en el proyecto en 1948. Comparado con las llamativas aportaciones de Thomas Midgley al avance del progreso, el descubrimiento de la edad de la Tierra por Patterson parece bastante insulso. Trabajó siete años, primero en la Universidad de Chicago y luego en el Instituto Tecnológico de California (al que pasó en 1952), en un laboratorio esterilizado, efectuando mediciones precisas de las proporciones plomo/uranio en muestras cuidadosamente seleccionadas de rocas antiguas.
El problema que planteaba la medición de la edad de la Tierra era que se necesitaban rocas que fuesen extremadamente antiguas, que contuviesen cristales con plomo y uranio que fuesen más o menos igual de viejos que el propio planeta cualquier cosa mucho más joven proporcionaría, como es lógico, fechas engañosamente juveniles, pero en realidad raras veces se encuentran en la Tierra rocas verdaderamente antiguas. A finales de los años cuarenta, nadie entendía por qué tenía que ser así. De hecho, y resulta bastante sorprendente, hasta bien avanzada la era espacial nadie fue capaz de explicar de una forma plausible dónde habían ido las rocas viejas de la Tierra. (La solución era la tectónica de placas, a la que, por supuesto, ya llegaremos.) Entre tanto se dejó que Patterson intentase dar un poco de sentido a las cosas con materiales muy limitados. Al final se le ocurrió la ingeniosa idea de que podía solventar el problema de la escasez de rocas utilizando las de fuera de la Tierra. Recurrió a los meteoritos.
Partió de la consideración -que parecía un poco forzada, pero que resultó correcta- de que muchos meteoritos son básicamente sobras de materiales de construcción del periodo inicial de nuestro sistema solar, y se las han arreglado por ello para preservar una química interna más o menos prístina. Determina la edad de esas rocas errantes y tendrás también la edad (bastante aproximada) de la Tierra.
Pero, como siempre, nada es tan sencillo como una descripción tan despreocupada hace que parezca serlo. Los meteoritos no abundan y no es nada fácil conseguir muestras meteoríticas. Además, la técnica de medición de Brown resultó ser complicada en extremo e hicieron falta muchos retoques para perfeccionarla. Y estaba sobre todo el problema de que las muestras de Patterson quedaban invariable e inexplicablemente contaminadas con grandes dosis de plomo atmosférico en cuanto se las exponía al aire. Fue eso lo que acabó llevándole a crear un laboratorio esterilizado, que fue -según una versión, al menos- el primero del mundo.
Patterson necesitó siete años de paciente trabajo para descubrir v datar muestras apropiadas para la comprobación final. En la primavera de 1953 fue con sus especimenes al Laboratorio Nacional de Argonne de Illinois, donde le permitieron usar un espectrógrafo de masas último modelo, un aparato capaz de detectar y medir las cantidades minúsculas de uranio y plomo alojadas en cristales antiguos. Patterson se puso tan nervioso cuando obtuvo sus resultados que se fue derecho a la casa de Iowa de su infancia v mandó a su madre que le ingresara en un hospital porque creía estar sufriendo un ataque al corazón.
Poco después, en una reunión celebrada en Wisconsin, Patterson proclamó una edad definitiva para la Tierra de 4.550 millones de años (70 millones de años más o menos), “una cifra que se mantiene invariable cincuenta años después”, como comenta McGrayne admirativamente. Después de doscientos años de intentos, la Tierra tenía al fin una edad.
Casi al mismo tiempo, Patterson empezó a interesarse por el hecho de que hubiese todo aquel plomo en la atmósfera. Se quedó asombrado al enterarse de que lo poco que se sabía sobre los efectos del plomo en los humanos era casi invariablemente erróneo o engañoso, cosa nada sorprendente si tenemos en cuenta que, durante cuarenta años, todos los estudios sobre los electos del plomo los han costeado en exclusiva los fabricantes de aditivos de plomo.
En uno de estos estudios, un médico que no estaba especializado en patología química emprendió un programa de cinco años en el que se pedía a voluntarios que aspirasen o ingiriesen plomo en cantidades elevadas. Luego se examinaban la orina y las heces. Desgraciadamente, aunque al parecer el médico no lo sabía, el plomo no se excreta como producto de desecho. Se acumula más bien en los huesos y en la sangre -eso es lo que lo hace tan peligroso- y ni los huesos ni la sangre se examinaron. En consecuencia, se otorgó al plomo el visto bueno sanitario.
Patterson no tardó en comprobar que había muchísimo plomo en la atmósfera (aún sigue habiéndolo, porque el plomo nunca se va) y que aproximadamente un 90% de él parecía proceder de los tubos de escape de los coches; pero no podía demostrarlo. Necesitaba hallar un medio de comparar los niveles actuales de plomo en la atmósfera con los que había antes de 1923, en que empezó a producirse a escala comercial plomo tetraetílico. Se le ocurrió que los testigos de hielo podían aportar la solución.
Era un hecho sabido que, en lugares como Groenlandia, la nieve se acumula en capas anuales diferenciadas porque las diferencias estacionales de temperatura producen leves cambios de coloración del invierno al verano. Contando hacia atrás esas capas y midiendo la cuantía de plomo de cada una, podía determinar las concentraciones globales de plomo atmosférico en cualquier periodo a lo largo de centenares y hasta miles de años. La idea se convirtió en la base de los estudios de testigos de hielo, en los que se apoya gran parte de la investigación climatológica moderna.
Lo que Patterson descubrió fue que antes de 1923 si no había plomo en la atmósfera y que los niveles de plomo habían ido aumentando constante y peligrosamente desde entonces. A partir de ese momento, convirtió la tarea de conseguir que se retirase el plomo de la gasolina en el objetivo de su vida. Para ello se convirtió en un crítico constante y a menudo elocuente de la industria del plomo y de sus intereses.
Resultaría ser una campaña infernal. Ethyl era una empresa mundial poderosa con muchos amigos en puestos elevados. (Entre sus directivos habían figurado el magistrado del Tribunal Supremo Lewis Powell y Gilbert Grosvenor de la National Geographic Society) Patterson se encontró de pronto con que le retiraban parte de los fondos con que financiaba su investigación o que le resultaba difícil conseguirlos. El Instituto Americano de Petróleo canceló un contrato de investigación que tenía con él y lo mismo hizo el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, un organismo oficial supuestamente neutral.
Patterson fue convirtiéndose cada vez más en un problema para su institución, y los miembros del consejo de administración del Instituto Tecnológico de California fueron objeto de repetidas presiones de directivos de la industria del plomo para que le hiciesen callar o prescindiesen de él. Según decía en el año 2000 Jamie Lincoln Kitman en The Natión, ejecutivos de Ethyl se ofrecieron presuntamente a financiar una cátedra en el instituto “si se mandaba a Patterson hacer las maletas”. Se llegó al absurdo de excluirle de una comisión del Consejo Nacional de Investigación que se creó en 1971 para investigar los peligros del envenenamiento con plomo atmosférico, a pesar de ser por entonces indiscutiblemente el especialista más destacado del país en plomo atmosférico.
Para gran honra suya, Patterson se mantuvo firme. Finalmente, gracias a sus esfuerzos, se aprobó la Ley de Aire Limpio de 1970 y acabaría consiguiendo que se retirase del mercado toda la gasolina plomada en Estados Unidos en 1986. Casi inmediatamente se redujo en un 80% el nivel de plomo en la sangre de los estadounidenses. Pero, como el plomo es para siempre, los habitantes actuales del país tienen cada uno de ellos, unas 625 veces más plomo en sangre del que tenían los que vivieron en el país hace un siglo. La cuantía de plomo en la atmósfera sigue aumentando también, de una forma completamente legal en unas cien mil toneladas al año, procedentes sobre todo de la minería, la fundición y las actividades industriales. Estados Unidos prohibió también el plomo en la pintura de interior “cuarenta v cuatro años después que la mayoría de los países de Europa”, como índica McGravne. Resulta notable que no se prohibiese la soldadura de plomo en los envases de alimentos en el país hasta 1993, pese a su toxicidad alarmante.
En cuanto a la Ethyl Corporation, aún es fuerte, a pesar de que la General Motors, la Standard Oil y Du Pont no tengan ya acciones de ella. (Se las vendieron a una empresa llamada Albermarle Paper en 1962.) Según McGrayne, Ethyl seguía sosteniendo aún en febrero de 2001 “que la investigación no ha conseguido demostrar que la gasolina plomada constituya una amenaza para la salud humana ni para el medio ambiente”. En su portal de la red hay una historia de la empresa en la que no se menciona siquiera el plomo (ni tampoco a Thomas Midgley) y sólo se dice del producto original que contenía “cierta combinación de sustancias químicas”.
Ethyl no fabrica ya gasolina plomada, aunque, de acuerdo con su balance de la empresa del año 2001, todavía hubo unas ventas ese año de plomo tetraetílico (O TEL, como le llaman ellos) por el importe de 25.100.000 dólares en 2000 (de un total de ventas de 795 millones) más que los 24.100.000 dólares de 1999, pero menos que los 117 millones de dólares de 1998. La empresa comunicó en su informe que había decidido “maximizar los ingresos generados por TEL aunque su utilización siga descendiendo en el mundo”. Ethyl comercializa TEL en todo el mundo mediante un acuerdo con Associated Octel Ltd. de Inglaterra.
(…)
Clair Patterson murió en 1995. No ganó el premio Nobel por su trabajo. Los geólogos nunca lo ganan. Ni tampoco se hizo famoso, lo que es más desconcertante. Ni siquiera consiguió que le prestasen demasiada atención pese a medio siglo de trabajos coherentes y cada vez más abnegados. Sin duda podría afirmarse que fue el geólogo más influyente del siglo XX. Sin embargo, ¿quién ha oído hablar alguna vez de Clair Patterson? La mayoría de los textos de geología no le mencionan. Dos libros recientes de divulgación sobre la historia de la datación de la Tierra se las arreglan incluso para escribir mal su nombre. A principios de 2001, un crítico que hacía una recensión de uno de esos libros en la revista Nature, cometió el error adicional, bastante asombroso, de creer que Patterson era una mujer.
BILL BRYSON
“Una breve historia de casi todo”
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1 comentario:
http://www.mitosyfraudes.org/INDICE/CAP8-PLOMO.htm
Investigación de la investigación.
No hay absolutos.
Patterson también era subjetivo y cometió errores.
Eso sí, si el plomo pudiera ser peligroso, apoyo la noción de sacarlo de todo alimento y utilización humana. Pero... afirmar que es malo y NO natural, también es una mentira.
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