el que no sea policía, que se ponga de pie

LOS INFILTRADOS

Basta ver los primeros minutos de “Los infiltrados” para que empecemos a sentir esa picazón en la piel que sucede con los grandes directores. Con mayor o menor fortuna, con películas más redondas o incompletas, pero es muy raro que una película de Martin Scorsese (o la de un Spielberg, un Allen, un Tarantino) nos deje indiferentes. Siempre hay una idea que destacar, un rasgo, una presentación de personaje, una frase, la fotografía, el desarrollo de una personalidad. “Los infiltrados” no es la excepción. Un duro policial, con excelentes actuaciones, un escalón debajo de “El aviador” que me sigue pareciendo (pese a la opinión casi unánime en contra) la mejor película de Scorsese. Seguramente, “Los infiltrados” hubiera ganado bastante podando algunos minutos. Pero la película, tal como está, funciona.



“Los infiltrados” es una remake de una película hongkonesa (“Asuntos Internos”), en apariencia una historia de soplones. Como en un juego de espejos, los protagonistas centrales, Colin Sullivan (el policía amigo de la mafia) y Billy Costigan (el policía buchón) se reflejan en la otra punta del triángulo protagónico: el mafioso Frank Costello (Damon, DiCaprio, Nicholson, respectivamente).



Las coincidencias abundan en la definición de los personajes: ambos son irlandeses, vienen de hogares pobres, han perdido a sus padres, son solteros, son policías, aman a la misma mujer, giran alrededor del padre-abusador sustituto, el todopoderoso matón del barrio, Frank Costello. En pequeños detalles, se sugiere que Costello abusó y abusa de Sullivan. Su “papá Frank” adquiere matices siniestros. En cambio, Costigan espera por la venganza de su padre y su tío. Ambos protagonistas tratan de librarse de esa oscura presencia decisiva que representa Costello.



La tesis del filme está en el primer parlamento del filme, el monólogo de Frank Costello con el que se presenta: “Nadie te va dar nada. Tienes que tomarlo”. Todos los personajes (hombres, mujeres, policías, delincuentes, pobres, ricos, analfabetos, universitarios, blancos, negros, irlandeses, italianos) pugnan por su identidad. Pero su identidad no como afirmación de lo que son, sino como conformación de lo que quieren ser, luchan para obtener una porción, su parte del Sueño Americano (tópico recurrente de la filmografía de Scorsese).

Paradójicamente, en esta batalla por la identidad, los personajes se pierden en la mentira. Todos (sin excepción) mienten. Todos simulan ser algo distinto a lo que son. Tal es la confusión que nadie, absolutamente nadie, puede saber de qué lado está en realidad. (No puedo dejar de recordar “El hombre que fue jueves” de Chesterton). Notable idea poética: mienten para tener una identidad.



Scorsese supo rodearse de un elenco de notable labor. Obviamente que Jack Nicholson monopoliza la película. El suyo es un personaje antológico, de los mejores que ha hecho. Cuando mira a cámara, ese primer plano mete miedo. Es un personaje siniestro, totalmente oscuro. Siguiéndole el paso están Matt Damon y Leonardo DiCaprio (que ya dejó de ser un rostro bonito y hay que felicitarlo por su crecimiento actoral). Y detrás, otros nombre que lucen en sus participaciones en el filme: Martin Sheen, Mark Wahlberg, Alec Baldwin, Ray Winstone, entre los más destacados. Y dejamos para el final a la babita de la semana, Vera Farmiga que nos da un más que interesante perfil a su personaje. Sus diálogos con DiCaprio son muy, pero muy buenos. Otros rubros a destacar: la banda de sonido y la fotografía pastosa de Michael Ballhaus.



Escenas destacadas: el monólogo inicial de Jack Nicholson; la secuencia final con tiroteos varios; el diálogo entre Jack Nicholson y DiCaprio, sobre la “rata” dentro del grupo; el diálogo entre DiCaprio y Farmiga, pidiéndole Valiums extras.

Las frases de la película (muchas y variadas), para mañana, en un post especial.

CONSEJO: ir a verla.