EL ARCO
“Uso conscientemente los objetos para que los espectadores no vean sólo lo evidente o lo que sucede, sino también otra dimensión. En las películas de Hollywood se entiende todo al verlas una sola vez. En las mías no siempre sucede así, por lo que dije antes. Las segundas y terceras visiones siempre tendrán significados diferentes”
KIM KI-DUK
cineismo.com
Hay un mar y naves como islas que flotan en una deriva imprecisa. Hay una niña que ha crecido en un viejo barco y hace diez años que no baja a tierra. Hay un viejo que cuida de la niña, hoy una adolescente, a la espera de que cumpla 17 años, para desposarla. Hay un columpio en un lateral del navío, donde se balancea la niña, sorteando las flechas que le lanza el viejo cuando lee el futuro. Hay pescadores que vienen al barco y se llevan la ira del viejo cuando se propasan con la joven. También hay un joven; y la sonrisa de la chica cuando lo ve subir al barco. Hay un arco. Un arco que lanza flechas (tres flechas) como insultos ardientes, el mismo arco que se desmonta, para convertirse en un violín de cuerda coreano.
Símbolos, a veces claros, a veces oscuros, de esta sencilla parábola budista de Kim Ki-duk (el director surcoreano que nos compró con “Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera” y con “Hierro 3”). Con simpleza, desarrollando la historia casi sin diálogos, dejándonos llevar por el acorde quejoso del violín coreano de Kang Eun-Il. “El arco” es una historia de amor otoñal, tal vez imposible, el deseo de un anciano que jamás será complacido.
El arco, símbolo central de la película, hace las veces del palo de golf en “Hierro 3” (o el pez con la piedra atada en su cola, en “Primavera…”), síntesis visuales de la historia. El mismo instrumento que sirve para matar es convertido, por su propietario, en una herramienta para expresar sus sentimientos. Desmontado, vuelto al revés, amplificado el vibrar de su cuerda por un parche cónico, el arco se convierte en un violín. Tal vez, a veces, nuestro amor, nuestro deseo, se convierta en una saeta hiriente, en un sentimiento negativo. El mismo amor feroz se recicla, cuando puede expresarse, como un sublime sentimiento, invisible pero presente, en una secreta conexión cósmica que une a dos personas.
El cine de Kim Ki-duk es especial y sus películas exigen un cierto tiempo y actitud, una disposición espiritual determinada. Es de esa clase de artistas de no amplia recomendación, de esos cineastas de “amelo o déjelo”, sin medias tintas. Como Kitano, quien pueda disfrutar de esos pequeños detalles, distribuidos en la trama, apreciará su sintaxis cinematográfica y valorará el modo en el que cuenta una historia. (Vale aclarar eso: siempre hay una historia detrás; con otros elementos que el cine norteamericano, pero no se olvida de contar una historia). Los otros, los que no puedan meterse en el juego que propone el director, lo odiarán, se aburrirán, bufarán y saldrán riéndose, como buena parte del público con el que compartí la proyección.
Escenas destacadas: la joven esquivando las flechas, meciéndose en el columpio; la boda; el “sueño” final, con la barca que navega sola; la primera vez que la chica ve al joven que acompaña a su padre para pescar; las “trampas” que hace el anciano para adelantar el calendario. La frase: “Quiero vivir en tensión como un arco hasta el día de mi muerte”.
CONSEJO: si le gustó las anteriores películas de Kim Ki-duk, vaya a verla. Si no, siga de largo.
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