17.2.07

amoníaco

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Remontémonos de nuevo a los antiguos egipcios. El dios patrón de la ciudad egipcia de Tebas, en el Alto Nilo, se llamaba Amón. Cuando Tebas se impuso sobre las demás ciudades egipcias, durante las dinastías XVIII y XIX, la época de mayor poderío militar egipcio, Amón, como es natural, se impuso sobre el resto de los dioses egipcios. Amón exigió la construcción de un gran número de templos, entre ellos uno situado en un oasis del desierto norteafricano, bastante al oeste del centro principal de la cultura egipcia. Este dios era conocido por los griegos y más tarde por los romanos, que lo llamaban Ammon.

Todas las zonas desérticas tienen el problema de la obtención de combustibles. Uno de los combustibles que se utilizan en el norte de África es el estiércol de camello. El hollín producido por el estiércol de camello quemado, que dejó rastros en los muros y el techo del templo, contenía cristales blancos parecidos a la sal, que los romanos llamaron «sal amónica», es decir, «la sal de Ammon». (La expresión «sal amónica» se sigue utilizando en la jerga de los farmacéuticos, pero los químicos de hoy en día llaman a esta sustancia «cloruro amónico».)

En 1774 el químico inglés Joseph Priestley descubrió que al calentar la sal amónica se desprendía un gas de olor penetrante, y en 1782 el químico sueco Torbern Olof Bergmann propuso llamar «amoníaco» a este vapor. Tres años más tarde, un químico francés, Claude Louis Berthollet, determinó la estructura de la molécula de amoníaco.

Está formada por un átomo de nitrógeno al que están unidos tres átomos de hidrógeno, así que su fórmula es NH3.

“Usted también puede hablar gaélico”
“El secreto del universo”
ISAAC ASIMOV