19.2.07
una caja de bombones
MARIA ANTONIETA
Habrá que darle el mérito a Sofia Coppola por su originalidad para abordar el retrato de un personaje histórico con tan mala prensa como María Antonieta. El filme aborda un par de ideas interesantes, algunas observaciones críticas para definir el personaje. Sin embargo, el resultado final dista de ser completo. En algún momento, Sofía Coppola se olvida que, sólo con contexto, no se puede definir un personaje. Que en algún momento, hay que precisar líneas dramáticas y ahondar en las contradicciones de su protagonista. Por eso, la última media hora de “María Antonieta” nos recuerda ese apurado darle vueltas a las páginas del manual escolar (ahora tiene una hija, ahora un hijo, otro más que se muere, ahora viene la revolución, ahora le cortan la cabeza). La protagonista se desdibuja y el final pierde impacto y justeza.
Entre los hallazgos de Sofia Coppola, al abordar el personaje de la última reina de Francia, vale destacar la aproximación desde la adolescente, sacada de su hogar y arrojada a la corte de un país extraño. Algunas escenas nos da la pista que María Antonieta era tan pava como cualquier adolescente de hoy en día. Su sueño era ir de shopping, comer dulces, flirtear con otros chicos, chuparse hasta el agua de los floreros y esperar la llegada del amanecer, papalureando con otros tan giles como ella. Hasta ahí, nada anormal. El gran problema es que María Antonieta no era una piba más de barrio, sino que era la reina de Francia. Y esa actitud, en ese lugar y en ese particular momento histórico, era fatal. La última escena da a María Antonieta una madurez que revela el fin de la inocencia: “me estoy despidiendo” dice, como si cayera en la cuenta que se acabó la fiesta y que hay que decirle adiós a la adolescencia. En su caso, trágicamente, con la muerte violenta.
Otra idea interesante es la que examina a la corte francesa com una maquinaria con vida independiente, una máquina de picar carne. La pareja real, María y Luis, son dos adolescentes pavotes que no saben bien que están haciendo allí. La maquinaria sigue funcionando por inercia, por un impulso histórico, pero ya da muestras de profundas grietas, de bolsones de pudrición que anuncian la catástrofe. Como toda estructura que se niega a cambiar, se empecina en repetir los ritos que ha confundido con el símbolo. Los inflexibles protocolos (absurdos, ridículos) tienen un objetivo: hacerles creer a los monarcas que la fiel observancia de esos pasos significa ejercer el poder. En realidad, son otros los que mueven las fichas, los que deciden en la cima del poder. A los monarcas sólo les toca representar los ornamentos del poder. Y actuar como chivos expiatorios cuando, frente a la explosión, su sacrificio mantenga incólume la idea de la nación.
Coppola acentúa ese contraste entre el desborde de la corte francesa y la austeridad de los orígenes austríacos, con un despliegue de ornamentos, telas, moños, texturas, brillos. El vestuario y la escenografía son fundamentales para esta forma de contar la historia, junto a la fotografía de Lance Acord. Ese exceso proyecta el lujo francés, pero como un desborde totalmente incontrolado. Es el síntoma de la cercanía del colapso, como la estrella que crece grotescamente antes de morir. En contraposición, las escenas de la vida rural se muestran más tersas, cálidas, más vivas que todo el oropel de Versailles.
Podría objetársele a Sofia Coppola que la realidad política y sociológica casi está ausente en este retrato de María Antonieta. Pero esa sería una crítica injusta, porque fue su decisión afrontar el retrato de este personaje no desde el marco histórico, sino desde el psicológico individual. Por eso es hasta imprescindible esa ausencia de toda interpretación política. El pueblo y la Revolución Francesa son marginales en esta visión.
Si hasta acá señalamos méritos, vale contrapesar con cierta fatiga repetitiva que muestra la película, tras la primera mitad. Todos estos hallazgos estéticos se le vuelven en contra. Falta mayor rigor dramático. Y la protagonista central del relato se desdibuja, casi como si fuera un adorno más del abigarrado palacio real.
Anoten a favor la banda de sonido (con anacrónicos rocks incluidos) y lo linda que está Kirsten Dunst, en especial cuando se desnuda. Una real babita para la rubia, please. (La escena del abanico, para el almanaque del camionero).
Escenas: la escena inicial, antes de los títulos, una síntesis del personaje; la escena en la que María Antonieta deja Austria y pasa a Francia; las breves escena de Asia Argento, la Condesa Du Barry; la secuencia en la granja, lejos de Versailles.
Frases: “Esto es ridículo”, “Esto, Madame, es Versailles”; “Hay mucha gente en Versailles hoy”; “¿Estás admirando tu avenida de limas?”, “Sólo me estoy despidiendo”.
CONSEJO: es para ver en pantalla grande. Pero si no es fanático del cine, espere al video.
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