3.3.07

paternalismo cultural

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BORAT

Políticamente incorrecta, vulgar y obscena, absolutamente delirante y genial por momentos, “Borat” es una mezcla de comedia chusca, documental, falso documental, road-movie, cámara oculta y delirios de un humor que camina al borde de la cornisa. Si a usted le fascina ese humor grosero de la comedia norteamericana, con momentos surrealistas y otros, decididamente, pavos, “Borat” es su película. Si le pide un poquito más a una comedia, “Borat” se queda mitad de camino. Pero, le aseguro, le guste mucho o poco, se va a reír a carcajadas, llorando de la risa.

Borat Sagdiyev es un reportero de la televisión oficial de Kazakhstán enviado por su gobierno a Estados Unidos para hacer un documental, a modo de viaje de estudios cultural, con el fin de recibir enseñanzas que puedan aplicarse en su país. Borat es racista, sexista, fanfarrón, al borde de la imbecilidad y la impunidad. Borat gasta a los retrasados mentales, a las mujeres, a los judíos, a los negros, a los homosexuales, es el arquetipo del prejuicio políticamente incorrecto. Y en ese viaje por América, de Nueva York a California (en busca de su amada Pamela Anderson), se encontrará con correctos ciudadanos norteamericanos que toman las barbaridades de Borat como bandera de largada para decir todo aquello que pensaron y estuvieron callando todo este tiempo.

Desde ya, Borat es el personaje de Sacha Baron Cohen, un comediante norteamericano que juega ese doble rol del xenófobo kazakhstano para que sus compatriotas pisen el palito y se explayen a lo ancho. Allí veremos al público del rodeo ovacionándolo cuando clama porque Bush mate a cada hombre, mujer y niño de Irak o al vaquero que anhela adoptar la sabia costumbre de la Kazakhstán de Borat de colgar a los gays o el vendedor aquel que le aconseja cuál es la mejor arma para matar a un judío.

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Con sus desniveles, “Borat” tiene dos hallazgos importantes. El primero es hacernos difícil distinguir quiénes están actuando y quiénes son espontáneos participantes creídos de que están filmando, verdaderamente, un documental. Esa comprobación es potencialmente subversiva. Cualquier barbaridad dicha desde la vereda del humor, tiende a perder su capacidad socialmente corrosiva. Digamos, que si vemos a Sacha Baron Cohen, judío, interpretando a un periodista que cree que los judíos tienen cuernos y pueden convertirse en cucarachas, nos reímos porque entendemos que hay un alto contenido irónico en su rutina. No estamos riéndonos de los judíos, sino de los antisemitas. Ahora, cuando aparece un tipo que dice que hay que colgar a un gay y no sabemos distinguir si estamos en presencia de un actor interpretando un papel o de un auténtico blanco, anglosajón y protestante votante promedio corriente de George W., no deja de corrernos un frío por la espalda, una vez que dejamos de reír. Ése es un logro de “Borat”: hacernos dudar de, hasta qué punto, somos como los tipos de la pantalla.

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El segundo hallazgo sociológico es ese aire de superioridad cultural que suele tener una sociedad “desarrollada” frente a sus congéneres tercemundistas, aún cuando se imponga desde la vereda de la tolerancia y la comprensión. ¿Hasta qué punto esa postura no es, también, otra forma de xenofobia? Sacha Baron Cohen tensa las cuerdas, lleva su rutina a extremos escatológicos y no deja de sorprendernos lo que aguantan sus víctimas, antes de explotar. Lo que a cualquier hijo de vecino no le soportaríamos que ni lo insinuara, al irrespetuoso Borat se lo justifican, porque “las diferencias culturales”. La secuencia de la cena con un grupo de matrimonios, es un claro ejemplo de esto.

Las debilidades de “Borat” se basan más en no seguir esta brecha y dejarlo como un apunte lateral, cuando en realidad es el aporte fundamental del filme. Cuando afloja la sátira y la visión crítica, “Borat” se resuelve a las apuradas, como esas comedias bobas americanas al estilo de Ben Stiller o Will Ferrer.

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No obstante, “Borat” es una comedia para no dejar pasar de largo y prestarle mucha, pero mucha atención, a esos detalles sociológicos. Voluntariamente o no, Sacha Baron Cohen se ha topado con una herramienta fabulosa y un medio para evaluar, el grado de nuestra propia intolerancia.

Escenas destacadas: la presentación del personaje, en la aldea de Borat; la secuencia de la cena; la secuencia en el rodeo cantando el himno; la charla con el profesor de humor; la persecución a Pamela Anderson en el estacionamiento; la charla con las feministas.

Un hallazgo: la estética del filme, el diseño de los títulos y la banda de sonido. Las mejores frases, mañana.

CONSEJO: no apta para espíritus sensibles.

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