Mientras, los ingleses decidían su plan de acción. A primera hora de la mañana del 4, Whitelocke se reunió con sus comandantes, para preparar el ataque definitivo. Era un día lluvioso, ventoso y frío, típico día invernal porteño. En la reunión participó White quien informó los dispositivos defensivos preparados en la ciudad, por lo que Whitelocke no podía ignorar lo que esperaban a los ingleses. White aseguró que las condiciones climáticas no cambiarían, por lo que Whitelocke decidió el ataque para ese mismo mediodía, para no esperar a que empeorara el estado de las calles y se fatigaran las tropas, en otro día más de espera. Whitelocke desistía de usar la artillería, táctica militar habitual, para ablandar las defensas con un bombardeo previo.
“La medida del bombardeo, que podía ocasionar una pérdida indiscriminada de vidas, arruinar la ciudad e irritar a la población, me parecía contraria tanto a la letra como al espíritu de mis instrucciones” declararía Whitelocke en su juicio. “Con este nuevo plan esperaba desalojar a los defensores empujándolos al fondo de la ciudad, y hacer allí numerosos prisioneros, que en nuestras manos podrían ser otras tantas garantías para el retorno del 71° Regimiento y las otras tropas capturadas juntos con el general de brigada Beresford; al mismo tiempo que los habitantes pacíficos y quienes estuvieran mejor dispuestos hacia nosotros podrían escapar al peligro del ataque quedándose tranquilamente en sus casas”.
De las declaraciones de Whitelocke surge que tenia la idea que sólo combatía con los españoles, que los criollos abrazarían la conquista inglesa y prescindirían de apoyar a las fuerzas defensoras. Esto pese a la información proporcionada por Beresford, White y el cruce de Gower con Liniers. Craufurd objetó, en la reunión, la orden de hacer prisioneros, por la imposibilidad de hacerlo con la táctica planteada. “No recuerdo haber escuchado una orden de ataque similar” confesó después.
Auchmuty llegó a las 10 y media de la mañana y, enterado del plan de acción para el mediodía del 4 de julio, lo desechó terminantemente, por la imposibilidad de tener a sus hombres listos a esa hora. Aconsejó que el ataque se realizara a las primeras horas del día siguiente, moción que fue aceptada por Whitelocke.
Ante el retraso del ataque, Whitelocke aprovechó para enviar una nueva intimación a Liniers, para rendir la ciudad, pese al consejo de sus segundos que entendían que una actitud así, ante la original negativa de las fuerzas de la ciudad, podría interpretarse como un acto de debilidad del jefe inglés. Whitelocke envió a su edecán, el capitán Whittingham, con bandera de parlamento y un fuerte destacamento, para presentar la oferta. Liniers, enterado del nuevo ofrecimiento, mandó a Hilarión de la Quintana para recibir al enviado inglés. Pero llegó antes de que los pobladores, desconfiando de una maniobra distractiva, rechazara a tiros al capitán Whittingham quien debió replegarse, dejando tras sí a 14 muertos. Finalmente, De la Quintana, únicamente acompañado por su corneta, logró entrevistarse con Whittingham a quien luego acompañó ante Liniers.
Liniers devolvió el despacho de Whitelocke con una misiva escrita por su puño y letra:
“Acabo de recibir el Despacho de Vuestra Excelencia fechado en el día de hoy, y tengo el honor de informaros que mientras yo esté a cargo de la administración y el presente estado de ánimo de la guarnición y los residentes siga existiendo, nunca admitiré propuesta alguna para la rendición de la plaza que me ha sido encargada, dado que confío en tener medios suficientes para resistir cualquier posición que Vuestra Excelencia pueda ejercer contra mí. Los derechos humanitarios a lo que Vuestra Excelencia se refiere, cualquiera sea el resultado del combate, ha sido vulnerados más por vos como agresor que por mí, que no hago sino cumplir con mi deber y la justa causa de la represalia”.El desaire de Liniers ahondó las diferencias entre Whitelocke y sus oficiales, en espera con Gower. Whitelocke había reprochado a Gower que le echaba un balde de agua fría a todas sus propuestas y le preguntó si sus actos como oficial en el país no habían sido totalmente adecuados. “Contesté que la inferioridad de mi situación me impedía atreverme a dar una opinión sobre un teniente general que tenía una comisión como general en jefe” dijo Gower en el juicio a Whitelocke.
El día 4 se iría con la nueva notificación a Mahon, para que marchara a Barracas y esperara allí órdenes (notificación que esta vez sí llegó a sus manos) y con la idea de lo que podrían encontrarse los ingleses, en el ataque del 5. Lumley había dispuesto una misión de reconocimiento, con tres compañías del regimiento 36 marchando por Corrientes y otras tres del 88 por Sarmiento, para obtener la mayor información posible previo al ataque. En Corrientes y Suipacha, el 36 se encontró con la fuerzas de Balbiani que, con gran celeridad, efectuaron un ataque frontal, mientras parte de sus hombres ganaban los techos y balcones, a ambos flancos y retaguardia, sometiéndolos a un intenso fuego. Los soldados del 88 acudieron en ayuda del 36 y se encontraron con igual recibimiento. Con gran aplomo, los ingleses se retiraron en perfecto orden, volviendo a sus líneas. La excursión les reportó la pérdida de una cuarta parte de sus hombres. Ya tenían una idea de cual iba a ser la táctica de los habitantes de Buenos Aires.
Pero Whitelocke no tomó ninguna enseñanza de ese primer enfrentamiento.
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