Por un lado, en Occidente, sobre todo en los países democráticos, entre los que incluyo a América Latina, el ocaso de las religiones parece irreversible: la fe, las creencias religiosas ya no tienen la misma fuerza que hace 150 años. Sin embargo, el hombre sigue teniendo los mismos miedos, los mismos interrogantes, la misma necesidad de respuestas.
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Cuando el hombre está sometido a los miedos, no puede ser íntimamente libre ni generoso con los demás. Cuando el hombre tiene miedo (a las ratas, a los ascensores, al cáncer), está totalmente privado de libertad y cerrado a los otros. El sabio es aquel que consigue superar los miedos que lo acosan. Ese es el gran principio que recorre toda la filosofía, desde los griegos hasta Heidegger, incluido Nietzsche. Aquel que gracias a la filosofía llega a esa especie de serenidad que los griegos llaman sofía. Los grandes maestros griegos, tanto de la tradición estoica como epicúrea, que son las dos grandes tradiciones filosóficas griegas, decían a sus discípulos: "Mientras tengas miedo de la muerte, no podrás vivir una buena vida". La filosofía nació de ese miedo a la muerte, que con frecuencia no es solo miedo a la propia muerte sino también a la muerte de los seres queridos. Desde ese punto de vista, las grandes filosofías son las grandes competidoras de las religiones.
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Una fórmula estoica que me gusta mucho dice: "Sabio es aquel que lamenta un poco menos, que espera un poco menos y que ama un poco más". Nietzsche retomará esa bella idea y la llamará "la inocencia del devenir". En pocas palabras, el sabio consigue reconciliarse con la vida cuando deja de relativizar el presente con los recuerdos del pasado o con las expectativas del porvenir. En toda su historia, desde los estoicos hasta Nietzsche, la filosofía está atravesada por una misma problemática: tratar de aprender a vivir mejor.
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La historia de Europa, de los Estados Unidos y de América Latina fue marcada por lo que Thomas Weber llamó "el desencanto del hombre" (el alejamiento de Dios), no solo por el desarrollo del espíritu crítico, sino por una consecuencia inesperada de la aparición del capitalismo en los siglos XVIII y XIX: entre otras cosas, el capitalismo fue el inventor del matrimonio por amor y del amor familiar. En la Europa medieval y campesina, la gente vivía en pueblos, en comunidades rurales y religiosas, donde había un cura y estrictos ritos religiosos. Cuando el capitalismo inventó el asalariado, no imaginó el efecto concreto que tendría en la historia del mundo: los pequeños individuos dejaron sus comunidades de origen para ir a trabajar a la ciudad y, al mismo tiempo, se emanciparon del peso de la tradición y de la religión, y adquirieron una formidable libertad. Todo eso, gracias a esa enorme autonomía financiera -aunque escasa-, por primera vez en la historia.
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Ese es el momento de la invención del "matrimonio por amor", que es una institución reciente, una institución que aún no existe en la mayor parte de los países del mundo, donde todavía se casa a los jóvenes por la fuerza.
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Con la aparición del capitalismo, para casarse dejó de contar el linaje, el patrimonio, la economía. Lo único importante es el amor, el sentimiento. Ese matrimonio por amor va a hacer aparecer dos cosas desconocidas hasta ese momento: un amor desmesurado por los hijos y el alejamiento del hecho religioso.
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Cito siempre una frase de Montaigne, que escribió a uno de sus amigos: "He perdido dos o tres bebés " ¿Es posible imaginar en la actualidad a alguien que no sepa cuántos bebés ha perdido? Rousseau abandonó a todos sus hijos sin ningún remordimiento. Bach perdió diez hijos, Lutero perdió otros diez. En el siglo XVIII, en Francia, 30 por ciento de los niños recién nacidos eran abandonados. Y otros muchos eran confiados a nodrizas. En esa época, moría el 90 por ciento de los niños confiados a nodrizas. Los únicos hijos que contaban eran el primero y, tal vez, el segundo; los demás no existían. Como el matrimonio no estaba fundado en el amor, no había transferencia de amor hacia los hijos.
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…con la aparición del amor matrimonial, se inventa una relación con los hijos, en la cual estos se transforman en el momento más importante de la vida afectiva.
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Jesús llora cuando se entera de la muerte de Lázaro porque es su amigo y lo quiere. Cuando lo resucita, envía el mensaje de que el amor es más fuerte que la muerte. Pero el hombre moderno, al alejarse del mensaje evangélico, entra en una nueva lógica, en la cual la muerte de los seres queridos se vuelve insoportable. Los creyentes estaban relativamente protegidos del dolor porque creían que volverían a ver a sus seres queridos en el más allá. Al dejar de creer en la resurrección, el hombre se ve más expuesto al vacío de la muerte y mucho menos protegido.
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Primero les digo: "Que ustedes no sean creyentes no quiere decir que las cuestiones de espiritualidad no les interesen". No hay que confundir moral con espiritualidad. La moral es el respeto del otro. Grosso modo, moral quiere decir derechos humanos. Cualquiera sea la moral que uno escoja -hay tres o cuatro por ahí-, todas se basan en el respeto y la honestidad. Pero aunque uno sea perfectamente moral, respetuoso y honesto, igual seguirá estando expuesto a la muerte de sus seres queridos, a la vejez o a tener un hijo con cáncer. El duelo, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la separación son cuestiones que dependen de la espiritualidad. Después les señalo [a los lectores] cuál es el objeto mismo de la filosofía: "Si bien usted no es creyente, recuerde que hay una espiritualidad laica". También digo que en filosofía no es importante la pregunta (¿cómo alcanzar la serenidad?), sino la respuesta. La historia de la filosofía es una serie de tentativas de responder a esa pregunta sobre la espiritualidad. En otras palabras, ¿cómo vivir con la gente que uno ama cuando se sabe que van a morir y que uno va a morir? ¿Cuál es el diálogo que uno tiene con sus padres cuando se acerca el momento de la muerte? En resumen, ¿cuál es la sabiduría del amor cuando uno es mortal?
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Nuestra civilización ha salido de la deconstrucción. De aquella atmósfera de deconstrucción de las tradiciones que Nietzsche llamó "el crepúsculo de los ídolos" o "cómo filosofar con un martillo". Ese período deconstructivista, que es la marca de fábrica de Nietzsche y de Heidegger, duró, digamos, hasta la generación de Gilles Deleuze, Michel Foucault o Jacques Derrida. Creo que hemos salido de la época de las vanguardias filosóficas. Hoy la filosofía debe plantearse en términos mucho más positivos: ¿cómo vivir una espiritualidad laica y moderna? Esa es la gran pregunta.
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La globalización de lo humanitario ha hecho estallar el marco tradicionalmente nacional de los derechos humanos, franceses o anglosajones, poco importa. En el terreno espiritual, el problema al que estamos enfrentados en la actualidad es la cuestión de la muerte de los seres queridos, la muerte del amor. ¿Cómo lograr la espiritualidad y la sabiduría que deberían acompañar esa muerte dentro de un marco laico y sin Dios?
"El capitalismo inventó el amor"
Reportaje de LUISA CORRADINI al filósofo francés LUC FERRY.
(adncultura, 08.09.07)
10.9.07
capitalismo y amor
Fragmentos del reportaje a Luc Ferry, publicado por adn cultura, el suplemento cultural de “La Nación”.
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