elizabeth short: la dalia negra (II)

El cuerpo de Elizabeth Short fue encontrado en un descampado de Norton Av. entre la 39 y Colliseum. Cara arriba, el cadáver estaba partido en dos mitades, a la altura de la cintura. Separados por poca distancia, el torso, con los dos brazos levantados sobre la cabeza y, un poco más allá, la parte inferior, con las piernas abiertas. Los intestinos habían sido cuidadosamente colocados bajo sus glúteos.

La ausencia de sangre indica que Short fue asesinada en otro lugar. El cuerpo había sido lavado. La escarcha hallada bajo su cuerpo, sugiere que fue arrojada en ese baldío, después de las 2 de la madrugada.

El asesino había prolongado las comisuras de los labios con un cuchillo, esbozo de una siniestra carcajada tallada sin piedad sobre el rostro de la joven. Las contusiones en los tobillos y las muñecas tornan más que probable la posibilidad de que Short fue atada y torturada antes de su muerte.

Reconocieron el cadáver por las huellas digitales, cotejándolas con el legajo de ese lejano fichaje por ebriedad. El periodista del Examiner, con la primicia de su identidad, entrevistó a su madre, haciéndose pasar por el organizador de un concurso de belleza supuestamente ganado por su hija. Cuando lograron sacar la información personal sobre Elizabeth Short que buscaban, recién entonces le dijeron a Phoebe que su hija había sido brutalmente asesinada.



Nueve días después de la muerte de Short, llegó un paquete a la redacción del Examiner: fotos, un certificado de nacimiento, una tarjeta de la seguridad social, una libreta negra con más de 70 números telefónicos de hombres y el obituario de Matt Gordon. Eran las pertenencias de Elizabeth Short. El sobre tenía un inconfundible olor a nafta, con las que esfumaron eventuales huellas digitales que tuviera el sobre.

A medida que la noticia acaparó las portadas de los diarios, la investigación policial se fue diluyendo, entorpecida por las declaraciones y denuncias de dementes, mentirosos y figurones. Hasta el día de hoy, la identidad de su asesino sigue sin conocerse.

Muchos sospechosos desfilaron en estos años, generalmente teorías desarrolladas en libros de efímera fama. Mary Pacios propuso a Orson Welles (remember que era aficionado a la magia y aserraba mujeres en una caja; Janice Knowlton acusó a su padre a quien culpó de nueve asesinatos más, entre ellos el del hijo incestuoso que procreó con ella; Mark Hansen, que hospedó a Short en su casa, detrás del burlesque que regenteaba; Steve Hodel, jubilado retirado de la policía de Los Angeles, también acusó a su propio padre e identifica a Short en una foto; el Dr. Bayley, cirujano retirado que vivía a una cuadra del baldío donde hallaron a Short, cuya hija era amiga de la hermana de Elizabeth.

Pero todas eran suposiciones tiradas al azar, sin mucho sustento y sin evidencia concreta alguna. Ni siquiera la del propio Robert Manley quien murió en 1986, en un psiquiátrico, internado treinta y dos años antes por su esposa, al confesarle que escuchaba voces.



El crimen de la muchacha que soñó con el amor de un aviador, se apagó en el vértigo de otros crímenes, de otras historias desdichadas, rescatado del olvido por la novela de James Ellroy, quien vio en ese crimen, el asesinato de su propia madre.

En muerte, Elizabeth Short alcanzó la fama que anheló en vida. La literatura y el cine, inmortalizaron su existencia, cómo no pensó, con toda seguridad, que sucedería durante esos atroces instantes finales en los que gritó indefensa en manos de su asesino.