Más fragmentos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein.A pesar de que el golpe no fue una guerra, estaba diseñado para parecerlo, lo que lo convierte en un precursor chileno de la estrategia de shock y conmoción.
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Las propuestas que aparecen en este documento final se parecen asombrosamente a la que hace Milton Friedman en Capitalismo y libertad: privatización, desregulación y recorte del gasto social; la santísima trinidad del libre mercado.
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“No somos como una aspiradora que barrió el marxismo para luego darle el poder a esos señores políticos”.
AUGUSTO PINOCHET
Pese a que Pinochet entendía poco sobre inflación y tipos de interés, los tecnos hablaban un lenguaje que comprendía. Para ellos la economía era una fuerza de la naturaleza a la que había que respetar y obedecer porque “ir contra la naturaleza es contraproducente y es engañarse a uno mismo”, como explicó Piñera. Pinochet estaba de acuerdo: la gente, escribió en una ocasión, debe someterse a la estructura porque “la naturaleza muestra que el orden básico y la jerarquía son necesarios”.
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En 1974, la inflación alcanzó el 375%, la tasa más alta en todo el mundo y casi el doble de su punto más alto con Allende. El precio de los productos de primera necesidad como el pan se puso por las nubes. En paralelo, los chilenos perdían su empelo gracias a que el experimento de Pinochet con el “libre mercado” estaba inundando el país de importaciones baratas. Las empresas locales cerraban a docenas, incapaces de competir; el desempleo alcanzó cifras récord, y se extendió el hambre. El primer laboratorio de la Escuela de Chicago estaba en caída libre.
Sergio de Castro y los demás de Chicago arguyeron, en el mejor estilo de Chicago, que su teoría era perfectamente correcta y que el problema esra que no se estaba aplicando de forma suficientemente estricta. La economía no había podido corregirse sola y volver a un equilibrio armonioso porque todavía quedaban “distorsiones”, consecuencia de casi medio siglo de interferencias gubernamentales. Para que el experimento funcionase, Pinochet tenía que acabar con esas distorsiones: más recortes, más privatizaciones y todo llevado a cabo con más rapidez.
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En marzo de 1975, Milton Frideman y Arnold Haberger volaron a Santiago invitados por un banco importante para ayudar a salvar el experimento.
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A largo de toda su visita, Friedman machacó un solo tema: la Junta había empezado bien, pero necesitaba abrazar el libre mercado sin ninguna reserva. En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un “tratamiento de choque”.
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El resultado fue la pérdida de 177.000 puestos de trabajo en la industria entre 1973 y 1983. A mediados de la década de 1980, la industria como porcentaje de la economía descendió a niveles que no se habían visto desde la Segunda Guerra Mun dial.
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En el primer año de la terapia de shock recetada por Friedman, la economía chilena se contrajo un 15% y el desempleo –que sólo sufría un 3% con Allende- alcanzó el 20%. El país, ciertamente, se convulsionaba bajo el “tratamiento”. Contrariamente a lo que Friedman predijo con optimismo, la crisis duró años, no meses. Hacia 1986, uno de cada cinco trabajadores industriales había perdido su empleo.
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-¿El costo social de sus políticas no sería excesivo?
-Esa es una pregunta estúpida.
Respuesta de MILTON FRIEDMAN a un periodista.
El período de crecimiento continuado de la nación que se cita como prueba de su milagroso éxito no empezó hasta mediados de los años ochenta, una década entera después de que los de Chicago implementaran su terapia de shock y bastante después de que Pinochet se viera obligado a cambiar radicalmente el rumbo. Y sucedió porque en 1982, a pesar de su estricta fidelidad a la doctrina de Chicago, la economía de Chile se derrumbó: explotó la deuda, se enfrentaba de nuevo a la hiperinflación y el desempleo alcanzó el 30%, diez veces más que con Allende. La causa principal fue que las pirañas, las empresas financieras al estilo de Enron a las que los de Chicago habían liberado de cualquier tipo de regulación, habían comprado loa activos del país con dinero prestado y acumularon una enorme deuda de 14.000 millones de dólares.
La situación era tan inestable que Pinochet se vio obligado a hacer exactamente lo mismo que había hecho Allende: nacionalizó mucha de estas empresas. Al borde de la debacle, casi todos los de Chicago perdieron sus influyentes puestos en el gobierno, incluyendo a Sergio de Castro. Muchos otros licenciados de Chicago tenían altos cargos en las empresa de los pirañas y fueron investigados por fraude, con lo que se desvaneció la fachada de neutralidad científica tan fundamental para la identidad que se habían construido los de Chicago.
La única cosa que protegía a Chile del colapso económico total a principios de la década de 1980 fue que Pinochet nunca privatizó Codelco, la empresa de las minas de cobre nacionalizada por Allende. Esa única empresa generaba el 85% de los ingresos por exportación de Chile, lo que significa que cuando la burbuja financiera estalló, el Estado siguió contando con una fuente constante de fondos.
Está claro que Chile nunca fue el laboratorio “puro” del libre mercado que muchos de sus partidarios creyeron. Al contrario: fue un país donde una pequeña élite pasó de ser rica a superrica en un plazo brevísimo basándose en una fórmula que daba grandes beneficios financiándose con deuda y subsidios públicos, para luego recurrir también al dinero publico para pagar aquella deuda. Si uno consigue apartar el boato y el clamor de los vendedores, el Chile de Pinochet y los de Chicago no fue un Estado capitalista con un mercado libre de trabas, sino un Estado corporativista. El corporativismo se refería originalmente al modelo de Estado ideado por Mussolini, un Estado policial gobernado bajo una alianza de las tres mayores fuentes de poder de una sociedad –el gobierno, las empresas y los sindicatos-, todos colaborando para mantener el orden en nombre del nacionalismo. Lo que Chile inauguraba con Pinochet fue una evolución del corporativismo: una alianza de apoyo mutuo en la que un Estado policial y las grandes empresas unieron fuerzas para lanzar una guerra total contra el tercer centro del poder –los trabajadores-, incrementando con ello de manera espectacular la producción de riqueza nacional controlada por la alianza.
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El siguiente país en unirse al experimento fue Argentina en 1976, cuando una junta arrebató el poder a Isabel Perón. Con ello Argentina, Chile, Brasil y Uruguay –los países que habían sido los abanderados del desarrollismo- estaban ahora todos dirigidos por gobiernos militares apoyados por Estados Unidos y se habían convertido en laboratorios vivos de la Escuela de economía de Chicago.
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“El dolor preciso en el punto preciso en la cantidad precisa”.
DAN MITRIONE, agente de policía estadounidense, instructor de policía en Belo Horizonte durante la dictadura militar brasileña, célebre por torturar mendigos en sus clases “prácticas” para la policía local.
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“Es de esperar que hay bastante represión, probablemente mucha sangre, en Argentina muy pronto. Creo que van a tener que dar muy duro no sólo a los terroristas sin también a los disidentes de los sindicatos y a sus partidarios”.
WILLIAM ROGERS, subsecretario de Estado para América Latina de los EE.UU. a HENRY KISSINGER, en una reunión del Departamento de Estado dos días después del golpe militar del 24 de marzo de 1976.
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