Las nadadoras de la ex Alemania del Este, que no habían ganado nada en Munich ´72, lograron 11 de las 13 pruebas del programa. Los Juegos de Montreal celebraron un total de 34 récords mundiales, apenas dos menos que Moscú ´80 y Munich ´72. Tuvo que caer el Muro de Berlín para que los archivos de la Stasi revelaran lo que todos intuían. Que el formidable ascenso de la ex Alemania del Este, además de una enorme planificación y estudios científicos, se debía a una ingestión masiva de anabólicos. Quedó simbolizado en niñas seleccionadas a los seis años, atiborradas de drogas a partir de los 10 y luego transformadas en nadadoras de espaldas fornidas y voz tan ronca que debían rechazar entrevistas y, años después, con corazón, riñón o hígado dañados, como lo reveló un libro de nombre inequívoco: Kinderdoping .
"Me daban cuarenta píldoras por día y en 1984 mi hijo Daniel nació con malformaciones", contó Martina Fehreke Gottschalt a un tribunal en 2000. "A los 10 años empezaron a darme píldoras y a los 14, esteroides. Mi sistema inmunológico se cayó. Tenía 15 años y el aparato genital de una mujer de 80. Dañaron mi hígado y mi corazón", relató al juez Rita Reinisch, ganadora de tres oros en Moscú ´80. En 1976, aquellos éxitos de las nadadoras de Alemania Oriental eran atribuidos a las ventajas que daba una novedosa malla Lycra, protestada por los rivales. "Pero no eran las mallas, eran los esteroides", dijo hace un mes Gary Hall Jr., bicampeón olímpico.
El nadador estadounidense, que no pudo clasificarse a los Juegos, lo recordó antes de que la natación de Pekín marcara 25 récords mundiales, uno tras otro, que elevaron a casi 60 los anotados desde febrero pasado, cuando comenzó a usarse la malla Speedo LZR Racer, que muchos señalan como la causa de la velocidad impensada que alcanzó la natación en 2008.
Hall señaló con nombre y apellido a su compatriota Amy van Dyken, ganadora de seis medallas en Atlanta ´96 y Sydney 2000 y que incurrió en doping, pero cuyo nombre apareció en el escándalo de los laboratorios californianos Balco, la causa que envió a la cárcel a la atleta Marion Jones, quien fue despojada de sus triunfos olímpicos. "La única diferencia entre Jones y Van Dyken -dijo Hall- es que una terminó confesando y la otra no."
Un centenar de atletas occidentales que se consideraron damnificados, entre ellos 73 nadadoras de los Estados Unidos, pidió hace ocho años al Comité Olímpico Internacional (COI) que se cancelaran los récords de las alemanas orientales y se reasignaran las medallas de esas pruebas. El reclamo incluía a varias atletas.
La propia Ines Geipel, una ex atleta alemana, pidió en 2005 que se borraran sus marcas, pues dijo que habían sido obtenidas gracias al doping, como muchas otras de compatriotas más célebres que se mantuvieron imbatidas por años. Ningún reclamo tuvo éxito. Y Occidente pasó de la protesta al piadoso silencio cuando aceptó que el doping no era un fenómeno exclusivamente comunista. ¿No siguen acaso aún hoy vigentes las marcas de otra galaxia que anotó la norteamericana Florence Griffith en los 100 y 200m de los Juegos de Seúl ´88, diez años antes del misterioso ataque cardíaco que provocó su muerte con apenas 38 años?
De los Juegos de Seúl todos recuerdan a Ben Johnson porque fue él quien no pasó el control y debió entregarle a Carl Lewis la medalla de oro de los 100m masculinos. Pero Lewis, según se supo tiempo después, registró tres positivos en su preparación para ir a Seúl. El que finalizó tercero en esa misma prueba, el británico Lindford Christie, también incurrió en doping años más tarde. Otros velocistas, como Justin Gatlin, campeón de los 100m de Atenas 2004, cayó posteriormente en el escándalo del laboratorio Balco.
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"Me pregunto qué festejamos -escribió hace un tiempo el periodista William Rhoden ante la euforia por los récords-: si el trabajo de un héroe o el espectáculo de un héroe que fabrica su propia destrucción para nuestro placer."
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Tal vez sea porque el récord, como escribió el francés Jean Marie Bhrom en su libro Sociología política del deporte , "es el fetiche del deporte y el deporte es el fetichismo generalizado del récord".
Según Bhrom, "el récord es el símbolo ideológico de una sociedad capitalista o burocrática de Estado, orientada hacia el rendimiento y la productividad".
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Más cáustico, el ex deportista y filósofo alemán Peter Sloterdijk dijo a la revista Der Spiegel que los Juegos de Pekín serán "el desfile más grande de dopados desde que el primer hombre lanzó una piedra". Vivimos en una sociedad que exige resultados, al precio que fuere, pero que, hipócrita, pretende al deportista como un ser impoluto, dice Sloterdijk. Diez años atrás se pidió la anulación de los récords tramposos y que se recomenzara con nuevas marcas a partir de 2000. No se hizo. Decenas de récords tramposos siguen vigentes.
Million dollar baby
Para LA NACION
lanacion.com | Deportiva | Miércoles 20 de agosto de 2008
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