1.2.09
¿qué te pasa, Clint?
EL SUSTITUTO
Ya sé, ya sé. Estoy consciente que me voy a convertir en un paria de la sociedad. Porque la masa está rendida a los pies de Clint Eastwood y, no importa lo que haga, la gente sale enloquecida de los cines, la crítica se deshace en adjetivos calificativos laudatorios y los cinéfilos claman a voz en cuello que (otra vez) “¡Volvió a hacerlo!”. Bueno, si hay que jugársela, me la juego. En los últimos tiempos no logro entender qué es lo que quiere hacer Clint Eastwood en algunas de sus películas, como empieza en un punto muy alto y se desbanda, sistemáticamente, en la última mitad, con un melodrama recargado, forzado, tan extremo que llega al punto del ridículo.
La sensación de vivir a contramano del mundo empezó con “Deuda de sangre” y “Río Místico”. Pero se avivó hasta lo intolerable con “Million Dollar Baby” y en el díptico sobre Iwo Jima, donde me gustó mucho más el episodio norteamericano que el japonés. Ahora, con la llegada de “El sustituto” a los cines, nuevamente me pregunto cuál es el objetivo de Clint Eastwood. Idéntica sensación de “Million Dollar Baby”: ¿cómo se extravió la película de tal modo?
“El sustituto” es una historia verdadera, ocurrida en Los Angeles en 1928. La protagonista: Christine Collins, madre soltera, una mina luchadora en un mundo misógino, una sociedad que no le perdonará fácilmente que sea una mujer sola e independiente, con los suficientes ovarios para mantener por si sola a su hijo. Se observa, en las primeras escenas, que Christine tiene el cuero suficientemente curtido para bancarse lo que venga.
Una tarde, regresa del trabajo y descubre que su pequeño hijo ha desaparecido. Tras buscar en el barrio, llama a la policía (la corrupta policía de Los Angeles de fines de la década del 20) y ahí empieza su odisea. Tras cinco meses sin noticias, un día la llaman y le dicen que encontraron al niño. Cuando se lo entregan, Christine lo desconoce: “No es mi niño”. La policía la convence de llevarlo con el argumento de que los chicos crecen mucho en el tiempo que estuvo perdido y que lo “ve” diferente, pero que no hay lugar a dudas de que es el chiquito.
No importa los argumentos que presente Christine para rebatir la postura de la policía: un muro de incomprensión y estupidez se planta frente a ella. Cuando la señora se vuelve un grano en el trasero del Departamento de Policías, no dudan en meterla en un siquiátrico para que se deje de jorobar.
Esa primera parte, aún con cierta frialdad del relato, cierta morosidad en el transcurrir de las escenas, es lo mejor del filme. Lentamente, la película parece girar no a la desaparición del niño, sino a la lucha de un ciudadano solitario ante la desidia del aparato del Estado. Un clima kafkiano - orwelliano de capas de acumulación de imbecilidad y soberbia en dosis parejas, una corte de funcionarios que no quieren escuchar y (lo que es peor) esperan hacer callar a aquellos que se atreven a decir que el rey está desnudo.
Éste era el tema de la película, una constante escalada de persecución, asfixia, prepotencia, la solitaria lucha del individuo contra el poder. Y no por casualidad, esos son los mejores momentos del filme.
Pero “El sustituto” se desmadra cuando empiezan a contar la historia del asesino serial de chicos. En ese momento, el filme se vuelve un ida y vuelta de escenas de telenovelas, con actores sobreactuando y una Angelina Jolie que (hasta ahí en una muy buena actuación, sexy aún en ese look Olivia) cae en el piloto automático del fluir de lágrimas. El trazo grueso atonta a los actores que no saben si reír o llorar. Hay escenas de alto contenido dramático que causan gracia, como la ejecución en la horca del asesino serial o las preguntas del abogado en el juicio que no tiene ninguna función en la historia. Como el accidente en el ring de Maggie Fitzgerald y las amputaciones posteriores, la última media hora de “El sustituto” es una sucesión de golpes bajos que terminan causando gracia más que emoción.
La pregunta es: ¿Clint Eastwood estará gastando el género, enjuiciando el melodrama clásico hollywoodense, despojándolo de todo contenido dramático para dejar en claro las limitaciones del modelo? ¿O ésta es una retorcida interpretación cinéfila para no tener que aceptar que Clint, en este caso, filmó un bodriazo?
Esa es la disyuntiva a la que nos enfrentamos.
CONSEJO: dejar pasar.
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