6.6.09

algo más que un perro que se muere

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MARLEY Y YO

Por esas cosas de la vida, no pude ver “Marley y yo” cuando pasó (rauda) por las pantallas locales. Me acerqué al DVD y debo confesar que fue una grata sorpresa, entre lo mejor visto este año. Y me llamó la atención que la frase “¡Ah, pero al final el perro se muere!” fuera un lugar común de cuántos me precedieron en su visión. Sí, es cierto, el perro al final se muere. Pero ese hecho no es un golpe bajo, un mero chantaje emocional, sino que es el desenlace lógico del tema del filme. Porque “Marley y yo” habla de la evolución de un joven que un par de años antes del comienzo del filme, perdía el tiempo con los amigos en la playa, buscando chicas y drogándose, y que, al final de la película, es un padre de familia que empieza a comprender las cosas verdaderamente importantes de la vida.

Basada en las columnas autobiográficas de John Grogan, un periodista norteamericano, sus viñetas sobre la vida (imposible) con su mascota sirvieron de base a esta película que va un poquito más allá del chiste básico de las perradas que te hace un perro.

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John acaba de casarse con una bella chica (Jennifer Aniston) que ya piensa pasar al segundo nivel: tener un hijo. La idea aterra suficientemente a John para que acepte el consejo de su amigo Sebastian: comprarle un cachorro para que se entretenga un tiempo, buscando retrasar las urgencias del “reloj biológico” femenino. Lo que no cuenta es que el cachorrito simpático que lleva a casa, crece hasta convertirse en todo un perro que destroza la casa, desobedece a gusto y protagoniza más de un papelón cuando lo llevan por la calle.

Si sólo se hubiera limitado a retratar esas historias de perro travieso (con el que nos sentimos identificado aquellos que tenemos una mascota), la película hubiera funcionado igual. Nos hubiéramos reído a carcajadas, seguramente. Pero no hubiera alcanzado la dimensión de muy buena película, que se logra cuando a la idea original se le adiciona algo más, cuando se permite jugar con una interpretación diferente.

Para aquellos que crean que en esta película, el protagonista es Marley, se equivocan. El protagonista es John. Porque de él habla la historia. De su adultez, su crecimiento como persona, casi sin darse cuenta, sólo por vivir cada momento de la vida, postergando el “plan” que tontamente se tiene cuando se es joven, cuando se cree que la vida es algo más que un caos del que se sale, más o menos indemne, sólo si se tiene un poco de amor.

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John se pasa toda la película inconforme, creyendo que su vida debería estar pasando por otro meridiano. Trata de disimularlo, pero John tiene nostalgia por una vida que soñó, reflejada en la trayectoria de Sebastian, su amigo, quien sí se ha hecho cargo del sueño que soñó. Sólo al final, tras cruzarse en la calle con Sebastian, cuando John observa desde lejos a su familia que lo espera en casa, sólo entonces, comprende que ha tomado el camino correcto, que ésta es la mejor vida que podía llevar.

Notablemente, John madura de la pata de su perro quien lo ha guiado por los caminos (no siempre cómodos) del amor. La adolescencia niega la muerte, no se asoma a ese abismo, se cree inmortal; cuando John administra la muerte, recién entonces, ha crecido. Por eso, la muerte de Marley no es accidental: es la escena lógica, coherente, perfecta, para coronar la tesis del filme.

“Marley y yo” tiene algunas escenas notables, realizadas con mucha acierto, escenas necesarias además. Una, particularmente brillante, el regreso de Jennifer a casa, tras perder su embarazo. Hasta ahí, la pareja ha tratado de disimular su dolor y seguir adelante. Marley apoya su cabeza en la pierna de Jennifer y ella se pone a llorar. Era el momento del dolor, necesario para asimilar el duelo. Y el perro enseña el camino. La imagen de John mirando a su perro, confortando a Jennifer, es una joyita. Un momento único.

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Otras escenas: la de Jennifer arrepintiéndose de la decisión de echar a Marley, porque ya es parte de la familia; los diálogos de John con su jefe (Alan Arkin, otro personaje exquisito); el mencionado encuentro con Sebastian; la escena en la que John le pide a su perro que le avise cuando llegué el momento de tirar la toalla; la escena en la que lo prepara al perro para recibir al bebé.

Owen Wilson y Jennifer Aniston nos regalan dos muy buenas actuaciones, opacadas por los distintos perritos que interpretan a Marley. Siguiendo la máxima de no compartir cartel con perros ni niños, Marley se roba la película.

CONSEJO: no dejar pasar.

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