20.12.09

se juega como se vive

la nación

Estudiantes de La Plata estuvo a dos minutos de la gloria. Lo tuvo ahí pero no pudo darle el golpe de K.O. a un Barcelona que venía con el pronóstico de dos o tres goles arriba del Pincha. Si esa pelota cabeceada por Pedro se hubiera ido un par de centímetros arriba, si el balón hubiera rebotado un poco más en el pecho de Messi, si el cabezazo de Desábato hubiera ido un poquito más acá... Demasiados “si” y eso es la esencia del fútbol, “dinámica de lo impensado” como lo supiera definir con precisión Dante Panzeri. Más allá del imponderable (porque Estudiantes pudo salir ayer campeón del mundo y hubiera sido totalmente justificado, como lo fue que la vuelta la diera el Barsa) la final del Mundial de Clubes fue una prueba empírica de que se juega como se vive.

El primer tiempo de Estudiantes fue perfecto. Enmarañó a Barcelona, no lo dejó jugar y pegó cuando tuvo la oportunidad. El Pincha lo planteó peleándolo en el medio, donde hay que ganarle el partido al Barcelona. Y le quitó la pelota y la posibilidad de jugarla con tranquilidad, las claves del juego del mejor equipo de fútbol del planeta en este momento. El 1 a 0 con el que se fue al descanso no era un resultado accidental, surgido de un rebote casual: era la consecuencia lógica de un buen planteo y de un buen desempeño. Y hablaba de la virtud genética que tiene el fútbol argentino en lo táctico, del desempeño colectivo para imponerse en las cimas de este deporte.

El segundo tiempo, sin embargo, mostró la otra cara del fútbol argentino, una cara que se está haciendo costumbre y que se hizo carne en la mediocre clasificación del Seleccionado Nacional: la cara del miedo. Estudiantes retrocedió y se resignó sólo a resistir los últimos 45 minutos ante el Barsa. En parte, claramente, por el empuje del Barcelona decidido a empatar; en parte, también, por el deterioro físico. Pero en gran parte, vitalmente, por la decisión de aguantar, de reventar la pelota a cualquier lado y de sentir que sólo se podía resistir mezquinando con lo logrado en épocas de bonanzas. Casi una metáfora de la sociedad argentina en los tiempos K.

Barcelona no jugó un gran partido. Es más: pudo haberlo perdido. Pero tuvo algo a favor: trató de crear. En contraposición, al rival sólo lo sostenía su vocación de destruir. Y en el fútbol, como suele pasar en el mundo, tienen más posibilidades los que crean que los que destruyen. Porque los que crean se generan sus propias oportunidades; los que destruyen, sólo se limitan a las oportunidades que les deje el rival.

¿Cuánto hubiera valido, en esos últimos cinco minutos del tiempo oficial, en vez de reventar la pelota a la mitad de la cancha, llevarla contra la raya, retenerla, jugar con ella y sacarsela al rival? Barcelona es un equipo que no sabe defenderse; por eso no regala la pelota. Necesita escamotearsela al rival para que no pueda usarla en su contra. Su juego de retención y control del balón es un acto de defensa propia. La que hubiera necesitado Estudiantes para resistir la última oleada azulgrana. Pero hace mucho tiempo que el fútbol argentino dejó de valorar la posesión del balón como elemento defensivo. Y Estudiantes, por ser fiel a esa costumbre, lo sufrió cruelmente en la agonía del partido.

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Cuando Barsa encontró ese último cabezazo agónico, puso cierta justicia cósmica en la cancha. Con falencias, sí, con una versión muy menor, pero el Barcelona anotó una cruz para el lado de los que crean. De Estudiantes sólo quedaban hilachas del físico y mucho amor propio, que lo llevó a aguantar con dignidad el alargue aunque se supiera que el Barsa no dejaría pasar el tren. Tenía el dedo en el gatillo y, en algún momento, lo iba a embocar.

Queda para el análisis, un par de observaciones que, seguramente, será omitida por la prensa local que habla con el resultado puesto. En primer lugar, el cerebro del Barcelona no es Messi, sino Iniesta. Su ausencia se sintió más que la presencia de Messi. De éste, cabe señalar la ridiculez de la FIFA al nombrarlo jugador del partido. Porque Messi fue una sombra en la cancha, enredado en la maraña del Pincha, sin la rebeldía para intentar algo diferente. No muy distinto de lo que sucede cuando se pone la celeste y blanca. Messi se hizo notar tras el empate, cuando se abrió el partido y Estudiantes no podía con el alma en la cancha. Pero, antes, no fue el hombre que Barcelona necesitaba para salvar el partido. Dediquenle ese título a Pedro, un tipo que le cambió la cara en el segundo tiempo y que anotó el empate. De ninguna manera a Messi.

Su juventud y la experiencia que ganará en el futuro, seguramente desmientan la siguiente observación. Pero tengo la sensación que Messi es de esos jugadores brillantes e intuitivos que no salvan un partido por sí solos. Ojo: es excepcional y el mejor del mundo. Pero no es un “lector” del partido, no es un cerebro que maneje los hilos. Lo suyo es repentización y explosión. Hay que darle la posibilidad y cobrará, como en esa jugada que definió la final. Pero cuando el equipo se hunde, se hundirá con él. No es un líder. No lo siente y no creo que sea algo que se pueda aprender. Para anotar cuando se arme la estrategia de la Selección Argentina en 2010, si es que alguno de los responsables del cuerpo técnico se les da la gana de pensar en eso.

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Otro apunte es para Juan Sebastián Verón, el cerebro del Pincha, jugador no querido por esta página y por quien esto escribe, desde su trote cansino en el Mundial 2002 yendo a buscar un lateral con desgano cuando se estaba quedando afuera del torneo en primera ronda. Verón es un protegido de la prensa nacional. Ayer volvió a mostrar que en las finales no es (como Messi) un jugador decisivo. Siendo la manija de Estudiantes, en la arremetida final, debió ser quien pidiera la pelota y la entretuviera, marcando el camino. Tiene la excusa de que estaba en una pierna y que terminó en la cancha más por corazón que por argumentos futbolísticos. Pero volvió a dejar pasar otro partido clave. Queda para el anecdotario, la desvergüenza de los relatores locales del partido de ayer, que lo alababan hasta cuando perdía la pelota. Como ejemplo de lo dicho, cerca del final de los primeros 90 minutos, cuando Verón trata de retener una pelota en ataque, el relator señala “Verón la quiere tener...”. No bien termina la frase, un defensor del Barsa le saca la pelota y la revolea a la mitad de la cancha. “Verón la quiere abrir...” remata el mismo relator, para no decir que Verón perdió la pelota (lo que no era ninguna vergüenza, le pasa hasta a los mejores jugadores). El comentarista acota “Impresionante partido de Verón”.

Esto también debería ser tomado en cuenta para el próximo Mundial. Pero seguramente Verón tendrá otra oportunidad más y la prensa local volverá a cubrirlo, no importa como juegue. La amistad vale más que los merecimientos en el verde césped. Ése es otro símbolo, también, de estos tiempos K: la construcción del relato sobre la realidad.

Insistimos: se juega como se vive.

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