Usted, como yo, tal vez sea de esos giles que cuando compra un electrodoméstico acepta la oferta del vendedor de extender la habitual garantía de un año del fabricante por la opción de otros dos años más, cubierta por una sólida compañía de seguros de la Argentina. Cobertura de garantía extendida que le dicen.
Bueno. Debo decir que alguna vez, un sistema como esté, me permitió salvar el costo de un disco rígido que se hizo pupa una semana antes del fin de la garantía. Y como fue eficazmente cubierto, sin problemas burocráticos, era un firme creyente de este tipo de seguros.
Pero, hete aquí, algunas cosas han cambiado en la República en los últimos tiempos. Y esto no podía ser diferente al habitual nivel de chantada con el que convivimos.
Todo empezó con la compra de una notebook con su correspondiente póliza para extender la garantía. La máquina anduvo al pelo, sin problemas serios, hasta que poco después de cumplirse un año de su compra, la máquina empezó a retrasar el reloj, signo inequívoco para los entendidos que andaba mal la batería de la máquina.
Un día, no cargó el sistema operativo y se empacaba en una pantalla negra con la leyenda (en inglés) de que el día y la hora estaban sin actualizar. Ante el percance, como ya había vencido la garantía anual del fabricante, llamé al número telefónico que constaba en la póliza de la cobertura de garantía extendida. Me hicieron un par de preguntas y cuando vieron que no podían solucionar el tema por teléfono, me derivaron a un servicio técnico oficial cercano a mi domicilio.
Llevé la máquina y la dejé. El diagnóstico estaría recién en una semana. Esperamos pacientemente.
Una semana después, llamo al servicio técnico y pregunto qué catzo tenía la máquina. Bueno. La respuesta no era lo que esperaba: “Señor, entró un líquido oscuro, seguramente Coca Cola, y se filtró en la motherboard y la deterioró. Hay que cambiar la placa, US$600 + IVA, el arreglo, pero la compañía de seguros no lo cubre porque fue un daño no accidental”.
Aún con el teléfono en la mano, trataba de reponerme del impacto. En un rápido cálculo, pude balbucear un: “De verdad no me conviene… por ese precio casi compro una nueva”. “Efectivamente” me dice la voz amiga en el teléfono “Nosotros no lo recomendamos. Eso sí, compramos equipos en este estado por US$150”.
Con la agradable sensación de haber perdido el costo de una notebook en menos de un año, utilizable ahora como estético portapapeles, sólo atiné a decir que iba a pasar a retirarla para ver que hacía con los restos mortales de la difunta.
Después de cagar a pedos a mi empleada doméstica, interrogándola en vano con tenazas ardientes y picana eléctrica, de si había derramado algún líquido sobre la máquina; más aún, si había comprado Coca Cola y la había traído a casa, pasé por el servicio técnico y retiré la máquina.
Antes de entrar a mi trabajo, me crucé a Galería Jardín y en el primer local de arreglos de notebooks, entré y pedí un diagnóstico. El tipo prendió la máquina y… ¡voilá!... la máquina inutilizable, para tirar a la basura, destruida y que no servía ni para tirarle al árbitro Brazzenas en una final Vélez – Huracán, ¡cargó Windows Vista!
No sólo eso: abrió sin inconvenientes todos los archivos que tenía en el rígido y hasta el reloj estaba en hora.
Después de mirarme con cara de “¿no se te ocurrió prender la máquina, papá?”, dejé el aparatejo otras 48 horas en observación, por si las moscas.
No canten victoria. Lo peor estaba por venir.
(continuará)
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