REY LEAR
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“Elementos naturales, no los acuso de ser desagradecidos. Nunca les di un reino, ni los llamé hijos míos. No tienen porqué agradecerme. Así que descarguen sobre mí todo lo que quieran. Aquí estoy, soy un esclavo de ustedes, un pobre viejo enfermo, débil y despreciado”.La puesta del “Rey Lear” que estira sus últimos días en el Teatro Apolo, tiene varias virtudes que vale rescatar. En primer lugar, la adaptación de la obra de William Shakespeare que sin perder su tono de tragedia clásica, consigue bajar un par de líneas al momento actual. Las referencias al poder, la hipocresía de los políticos, la lucha generacional, la vejez vista como impedimento para el ascenso de los jóvenes ambiciosos, la apariencia en lugar del sentimiento y la verdad, el peso del gobierno que no se debe ceder so pena de mutar en vulnerabilidad. La condensación del texto, reducido a un par de horas, tensa a favor la cuerda dramática, potenciando las distintas líneas de la trama.
REY LEAR
En segundo lugar, una escenografía minimalista pero funcional a la historia, aprovechando con mucho ingenio los pocos recursos para ambientarnos en el clima de la tragedia. Un tono neutro tanto del decorado como del vestuario, subrayados por la iluminación, nos permite trascender la época del drama, esto es, universalizarlo a cualquier lugar y tiempo.
Un tercer elemento es Alfredo Alcón, elevado al rol de monumento histórico nacional. Ante un elenco con altibajos, Alcón hace lo que necesita, exactamente, la obra. Su tono, la impostación de las palabras, el despliegue en escena, nos ubican en el clima de tragedia clásica. Todo gira a su alrededor y él es el centro (merecido) de la historia. Disfrutar de sus parlamentos es uno de esos lujos que podemos darnos, hoy en día, los argentinos.
Hablamos de los altibajos del elenco. Se destacan favorablemente Roberto Carnaghi, Juan Gil Navarro (Edgard, el hermano malvado), Roberto Castro (el loco) y Mónica Santibañez (Goneril, una de las hijas desagradecidas de Lear).
En el programa, Ruben Szuchmacher, director de “Rey Lear”, señala que la obra de William Shakespeare sostiene su vigencia, 400 años después de ser escrita, seguramente por su claridad para describir la condición humana enfrentada a la vejez, la locura, la codicia y el amor. Vale prestar la atención: está obra data de hace cuatro siglos. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces, mucho ha cambiado el ser humano. Pero básicamente, más allá de los giros verbales, de los tonos, de cuánto evolucionó el teatro desde entonces, el núcleo de lo planteado por Shakespeare nos sigue conmoviendo, con la misma fuerza. Ése es el logro de esta versión, aligerar las rígideces del paso del tiempo y dejarnos, expuesto sobre las tablas, el corazón de la obra. Y sentir que aquellas mismas cosas que preocupaban y sacaban el sueño a la humanidad de hace cuatro siglos, sigue desvelando a las generaciones actuales.
Eso, simplemente, lo logran los grandes escritores. Es un motivo más para acercarse y disfrutar de esta versión de un clásico, interpretado por otro clásico.
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