18.5.10
en manos del pueblo
YOU DON’T KNOW JACK
data: http://www.imdb.com/title/tt1132623/
“You don’t know Jack” es un telefilme de HBO que, en no mucho tiempo, seguramente circulará en DVD. Es un notable filme sobre la vida de Jack Kevorkian, el Dr. Muerte, el apóstol de la eutanasia en los Estados Unidos. El personaje de Kevorkian está a cargo de Al Pacino en su mejor interpretación en mucho tiempo. Barry Levinson es el director, sobre el excelente guión de Adam Mazer. Comparten reparto, Susan Sarandon, Brenda Vaccaro y John Goodman.
Lo que empieza siendo una historia descriptiva, el ascenso de un médico mediocre que gana fama asesorando a pacientes que quieren acabar con su sufrimiento, se convierte, lentamente, en una crítica al sistema judicial de Estados Unidos, centrada en la quijotesca lucha de un hombre que quiere poner sobre la mesa la discusión de un tema polémico y que fracasa, no porque la sociedad le dé la espalda, sino porque la Corte Suprema norteamericana no se digna a darle el espacio para que ese debate se establezca.
Hasta que Jack Kevorkian lleva su postura a la Corte, el Estado ha hecho la vista gorda a sus prácticas, mientras no levante demasiadas olas. Pero cuando quiera forzar a una decisión de la Justicia, ésta hecha mano a sus mejores tácticas de distracción para que no presente su verdad. Al sistema de justicia no le interesa la verdad. Ni siquiera le interesa la verdad de Kevorkian. Lo que le interesa demostrar es que, en su terreno, no se juega. La Institución está sobre los hombres, sobre el pueblo norteamericano. Como dice un abogado en un pasillo de tribunales: “Lo que fue letal en los otros casos, fueron los familiares testificando, que los jurados escucharan las enfermedades de las víctimas. Cuanto sufrían… esas estupideces”. La frase es clave: nunca, lo central, fue el sufrimiento de las personas. Sólo demostrar que en ese ámbito, en los estrados, no se jode. En el estrado judicial, las personas pasan a un segundo plano.
Otra línea de discusión que plantea “You don’t know Jack” consiste en cuál es la función de la medicina, hasta dónde, cuando no puede sanar, tiene derecho a dejar sufrir. ¿Cuál es el criterio para cruzarse de brazos y dejar que una persona indefensa soporte un martirio? ¿No hay un margen para decir: “no tiene sentido sufrir más” y colaborar, con el consentimiento del paciente, en poner fin al dolor sin abandonar la persona a su suerte?
Inevitablemente, la eutanasia se relaciona con el concepto que tengamos del valor de la vida. Si es absoluto, todo se subordina a mantener la vida, no importa en qué circunstancia. Pero no sólo se va al traste la eutanasia; también el aborto, la pena de muerte o la indigencia. Por eso llama la atención en sociedades que tienen un valor relativo sobre la vida (nuevamente, donde se permite el aborto, la pena de muerte o se considera aceptable que un tipo pase hambre tirado en la calle) se aferren con más tozudez al rechazo a la eutanasia.
Desde su vereda escéptica y atea, Kervokian lucha porque el pueblo norteamericano se expida sobre el tema. Pero los políticos no tienen ninguna intención en plantear ese tema; la eutanasia no forma parte de su agenda porque no da votos.
Hay una tema más, apenas citado en una frase del personaje: la condena al dolor también está condicionada por las condiciones económicas. Lo dice Kervokian, en la piel de Al Pacino: “Mantén vivos a los muertos. Los hospitales no ganan dinero de otro modo. Tampoco las farmacéuticas. Si eres rico y tienes dinero, pagas para morir. Pero a los pobres sólo les alcanza aguantarse y sufrir”.
Los avances médicos permiten sostener los signos vitales de un paciente en estado terminal; la pregunta es: ¿eso significa vida? ¿No hay un punto en que el deterioro físico irreversible comprometen la calidad de vida de tal modo que lo que queda ya no es vida? ¿Con qué derecho podemos pedirle a otro atravesar un dolor sin ningún objetivo?
Éstas son las preguntas que flotan alrededor de este telefilme y la historia de Kervokian. Y lo particular es que el guión de Mazer no se centra en todos estos interrogantes, sino en cómo todos ellos, con su riqueza para la discusión pública, son ignorados por el sistema de justicia. El objetivo final es la destrucción del personaje, ante la incapacidad de atreverse a plantear el debate que enriquece a la sociedad.
Para no dejar pasar: estar atentos cuando llegue al videoclub.
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