Vale seguir los puntos de A a B. La historia del Capitán Chunosuke Matsuyama me fue revelada en la muestra de Jorge Macchi, “Crónicas eventuales”, en la galería Ruth Benzacar de Florida al 1000. “La balada de Matsuyama” se titula el videoarte de escasos cinco minutos, en el que Macchi cuenta la historia del capitán japonés que naufragó en el Pacífico con otros 43 hombres.
En 1784, Chunosuke Matsuyama parte con su tripulación, en busca de un tesoro enterrado en cierta isla del Pacífico. No encuentran la fortuna que estaban buscando; en su lugar, una tormenta arranca las velas de la nave y arroja la embarcación contra un arrecife de coral. Matsuyama y sus hombres saltan a tierra y salvan la vida, por milagro.
La tormenta se desvanece al día siguiente junto a las ilusiones. La isla no tiene muchos recursos para sobrevivir: unos cocos y unos cangrejos. No hay agua fresca. Las perspectivas son terribles y se van cumpliendo puntualmente. Matsuyama ver morir, uno a uno, a todos sus hombres.
Tal vez, con el horizonte de la agonía, Matusyama haya pensado en los suyos, las personas que lo amaban y que, nunca sabrían, qué fue de su destino. En el final, le apuesta al destino una última mano. Talla en la madera de un árbol derribado por la tormenta, la historia del naufragio y el cruel final de la tripulación. Para eso utiliza el cuchillo que, por llevar atado a su cintura, sobrevivió a los vaivenes del naufragio. Los restos de su navío le proporcionan una botella. Mete la talla dentro de la botella, la sella y la arroja al mar.
Luego, sólo queda esperar a morir de hambre, en la inmensidad del Océano Pacífico.
La botella sigue su viaje en el océano eterno, cuando Chunosuke Matsuyama ha partido. El viaje que se inició en 1784, culmina en 1935. Un recolector de algas japonés recoge la botella. De pronto, desde las brumas del pasado, se ilumina la memoria del Capitán Matsuyama y sus 43 hombres.
El Universo se place en esparcir estas coincidencias cósmicas, tal vez para sugerir una presencia no percibida en un primer vistazo. La botella arrojada desde una isla perdida del Pacífico, en 1784, llega 150 años después al pueblo de Hiraturemura, la aldea natal del Capitán Matsuyama.
Cabe decir, entonces, que, finalmente, el capitán y sus hombres regresaron a casa.
p.d.: hay otro océano como el Pacífico, lo suficientemente amplio para ocultar todas las islas en su inmensa extensión; nos referimos al océano de Internet. Cuando tipeamos “Hiraturemura” en el Santo Grial de Google, sólo encontramos referencias al Capitán Matsuyama. La barrera del idioma, seguramente. Pero vale prestar atención en este juego de memorias reencontradas: si alguna mención persiste de esa remota aldea de pescadores, está enlazada a las jornadas de esos hombres que murieron con la certeza de que sus pesares se habían perdido para siempre en la memoria de la humanidad. Quién hubiera apostado entonces que, no sólo estaremos recordándolos dos siglos después, no sólo a Matsuyama, sino al pueblo que lo vio nacer.
LINKS:
Una nota en “Clarín”:
http://www.clarin.com/diario/1999/05/19/e-03803d.htm
El artículo de naufragios en “Wikipedia”:
http://en.wikipedia.org/wiki/Castaway
Una reseña de la obra de Jorge Macchi:
http://www.artealdiaonline.com/Argentina/Agenda/Exposiciones_Muestras/Jorge_Macchi
(La muestra de Macchi sigue hasta el 14 de mayo, en la galería Ruth Benzacar, Florida frente a Plaza San Martín)
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