2.6.10

la fragata negra

la nación

Hacia 1814, Montevideo se hallaba todavía en poder realista y el sitio terrestre que año tras año mantenía el ejército de Rondeau parecía no conmover a sus defensores. Con el propósito de acabar con el dominio español en el Plata e incomunicar la ciudad hasta su caída, el Directorio promovió la formación de una escuadra naval y designó en el comando al marino de origen irlandés Guillermo Brown.

Brown eligió para dirigir las operaciones una fragata mercante de origen ruso, de 350 toneladas, dos puentes, 38 metros de eslora y seis de manga, que había sido comprada junto a otros barcos más pequeños por el gobierno de Buenos Aires. Fue armada con treinta piezas de artillería de distintos calibres, entre las que se destacaban cuatro cañones de a 24 y ocho de a 18. Su dotación, de alrededor de 290 hombres, estaba mayoritariamente integrada por ingleses, y se completaba con algunos norteamericanos, franceses, portugueses e italianos, junto a otras nacionalidades. No faltaban los criollos, quienes compensaban sus incipientes conocimientos con un legítimo compromiso.

La escuadra se completó con apenas una decena de barcos de disímiles características, pero que resultaban, en opinión del irlandés, lo suficientemente poderosos como para emprender las primeras operaciones ofensivas.

Como la isla de Martín García constituía la llave de los dos grandes ríos del litoral, estaba reforzada con emplazamientos artilleros y una poderosa guarnición, y estaba protegida por una escuadrilla naval al mando del capitán de fragata Jacinto de Romarate. La lógica indicaba que sobre aquel punto habrían de dirigirse los primeros movimientos y, en efecto, hacia allí se orientó la primera fase del plan de acción trazado por Brown.

Pasado el mediodía del 10 de marzo de 1814, la goleta Julliet, comandada por el norteamericano Benjamín Franklin Seaver, que navegaba a la cabeza de la línea patriota, abrió fuego sobre la vanguardia realista y recibió, a su vez, la primera andanada de metralla. Mientras tanto, la Hércules, que buscaba una posición relativa favorable para abordar el buque de Romarate, encalló con la proa a distancia de tiro enemigo. Inmovilizada y apoyada sobre el costado de babor, no podía valerse de los cañones de borda y, salvo por los tres de proa, no tuvo otra alternativa que mantener el resto de la artillería en silencio, mientras era acosada por el fuego permanente de las baterías costeras y de trece barcos realistas que se movían con absoluta libertad de acción.

Para la Hércules, la situación era desesperante: sola y sin poder maniobrar, quedó a merced del enemigo, que, sin real oposición, concentraba sobre ella todo el fuego de sus cañones. Al llegar la noche, la pausa impuesta por la oscuridad permitió recomponer las fuerzas, pero el jefe español no habría de dar tregua. Al amanecer reanudó la batalla. Por ventura, tras las primeras horas, el buque comenzó a flotar y se desplazó canal abajo, hasta que con la ayuda de la única vela en condiciones, pudo alejarse hacia el banco de Las Palmas y alcanzar Colonia del Sacramento.

(…)

La nave capitana, acribillada por la metralla, mostraba las heridas de ochenta y dos impactos en el casco, y en sus cubiertas la sangre derramada de casi cien valientes. En efecto: habían muerto tres oficiales y 44 tripulantes, y junto a este cruel saldo quedaban, además, medio centenar de heridos. Frente a las reducidas pérdidas españolas, los resultados eran estremecedores.

Sin embargo, el irlandés no se daba tiempo para pensar más que en la definitiva caída de la isla. En Colonia, improvisados calafates, carpinteros y herreros provistos de mazas, martillos, lijas y serruchos apuraron la recuperación del buque, cuyas crujientes llagas fueron selladas con madera y brea, al tiempo que desde la línea de flotación hasta la borda se reforzaron los arreglos con lonjas de cueros vacunos.

Desde entonces, el barco fue ganando el curioso y luego legendario nombre de Fragata Negra.

Mientras Brown multiplicaba los esfuerzos para restaurar el buque y trataba de estimular el ánimo de las tripulaciones con consignas alentadoras, proyectó sobre Martín García una operación anfibia. En la Julliet, cuyo comandante muerto había sido reemplazado por el capitán Ricardo Baxter, emplazó un contingente procedente de Colonia y una dotación de marineros de la Hércules. Y con esta improvisada, aunque agresiva fuerza de desembarco, en la madrugada del 15 de marzo, al amparo de las sombras y mientras los buques argentinos maniobraban para distraer a sus pares españoles, comenzó la acción.

Los defensores, aturdidos por la sorpresa, intentaron una temeraria defensa, pero apenas una hora después, viendo que eran inútiles sus esfuerzos, abandonaron sus posiciones y baterías para embarcarse y huir.

Se había logrado el control del río y, por lo tanto, gradualmente se fue cerrando el cerco sobre Montevideo. Mientras por tierra el ejército sitiador se consolidaba, los buques de Brown amenazaban con artillería naval y un bloqueo persistente la plaza de Montevideo.

Para salvar la ciudad, el gobierno español tenía que desarticular la escuadra de Buenos Aires y, para ello, no cabía otra opción que enfrentar a su oponente en un combate naval.

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El combate naval de Montevideo, como dio en llamarse a la cadena de acciones que comenzaron el 14 de mayo en el Buceo, fue el punto culminante de un plan trazado cuidadosamente por Alvear y orientado debidamente por Brown para acabar con el sitio terrestre y ocupar el último bastión español en territorio argentino. En evocación de aquella memorable operación de guerra, la Armada Argentina conmemora los 17 de mayo su aniversario.

(…)

De la Fragata Negra, mal vendida en Centroamérica, nada se supo después, pero su contribución a la causa de la independencia se mantiene en la memoria como símbolo de lo que pudo y puede el espíritu argentino. © LA NACION

GUILLERMO ANDREZ OYARZABAL
“La Fragata Negra”
(la nación, 31.05.10)

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