4.6.10

la mirada del adios

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24 / LOST / FLASHFORWARD
data: http://www.imdb.com/title/tt0285331/ / http://www.imdb.com/title/tt0411008/ / http://www.imdb.com/title/tt1441135/

Con pocos días, se despidieron tres grandes series, dejándonos un vacío imposible de llenar. Dos de largo aliento; la otra no superó la primera temporada. Las tres de lo mejor que se haya visto en los últimos tiempos.

El final de “Lost” fue el evento televisivo del año, conmoviendo Internet con las descargas del capítulo doble final y los posteriores comentarios de los fanáticos de la adictiva serie que tomó el cetro de “X-files”. Confieso que el final me decepcionó en un primer momento. Me dije: “¡Uuuh, pegaron el batatazo porque no sabían cómo terminarla!”.

Hasta que leí este post:

http://pjorge.com/2010/05/24/lost-17-18-the-end

Y empecé a verle cierta coherencia al final que no había tomado en cuenta en una primera vision.

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Entré a “Lost” en la tercera temporada y me enganché a los pocos capítulos. La historia de la isla y la explicación “racional” de los hechos sobrenaturales que suceden en ella, me pareció una mera excusa argumental para contar la historia de los personajes. El hallazgo de “Lost” son los idas y vueltas en la línea de tiempo, para ver una epopeya más grande que sobrevivir en una isla plagada de hostiles: la redención de un ser humano que ha fallado el camino y busca volver a la senda perdida.

Eso fue “Lost”. Y el final ha jugado pivoteado en esa idea, la de la redención alcanzada por el amor. No es poco. Seguramente no es el final brillante e intelectualmente sofisticado que esperábamos. Pero no es un final chapucero.

La pregunta inevitable es: ¿y si no es éste, entonces cuál? Y habrá que convenir que esta historia (la pulseada del determinismo con el libre albedrío) no dejaba muchos finales que fueran coherentes y distintos a éste.

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Esta razonabilidad del final de “Lost” no evitó el disconformismo de los fanáticos en Internet. Me gustaría responder a una clase de enojo, la de la inferioridad del “final feliz”. Y le pido permiso a Borges para copiarle una contestación:
¿Qué pensamos de la felicidad? ¿Qué pensamos de la derrota, de la victoria? Hoy, cuando la gente habla de un final feliz, lo considera una mera condescendencia hacia el público o un recurso comercial; lo consideran artificioso. Pero durante siglos los hombres fueron capaces de creer sinceramente en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota.
JORGE LUIS BORGES
“El arte de contar historias” (“Arte poética”)

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“Flashforward” se mancó en la primera temporada por falta de rating. Seguramente la cercanía de “Lost” le jugó en contra, a una gran serie, con un guión muy bueno y un elenco superlativo.

A la inversa de “Lost”, el desenlace de “Flashforward” nos deja un final abierto con un flashforward a quince años en el futuro. Se cerraron algunos cabos sueltos pero quedaron abiertos otros, tal cómo quién está detrás de la conspiración de los desmayos globales y porqué (¿sólo una cuestión de dinero?). En comparación a “Lost”, los guionistas de “Flashforward” no terminaron los deberes. Pero, es entendible, dejaron la puerta abierta para la eventual posibilidad de la continuación de la serie. Queda claro que la cancelación de una segunda temporada de “Flashforward” obligó a apurar las historias personales que exigían una transición más elaborada. Por eso, los últimos capítulos tuvieron muchas revelaciones pero pocas sutilezas desde el punto de vista psicológico de los protagonistas.

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Aquí hay un punto interesante para analizar, el tema del formato en el desarrollo de la historia. Las series televisivas viven con un ojo en el rating su medio de supervivencia. Hay un compromiso entre la libertad creativa del escritor y las obligaciones de mercado. Las grandes series hacen equilibrio en la cuerda floja del mercado y permiten salirse con la suya, sin descuidar la caja. Hay una diferencia crucial entre el cine y la televisión con la literatura, una cuestión de costos. Para escribir sólo se necesita papel y lápiz; para plasmar una película, es imprescindible un grupo de profesionales que lleve al celuloide lo que pasa por la mente del guionista. Uno puede ser un trabajo solitario; el otro es, ineludiblemente, un trabajo de equipo. Siempre hay condicionamientos económicos en el cine o la televisión (al menos que uno sea millonario y derroche en su guión). Salvo esta excepción, todos los demás creadores han tenido que valuar cómo filmar lo que se quiere y, hasta que punto, es vital filmarlo de esa manera para contar lo que se quiere contar. Es una característica que vale la pena tener en mente al juzgar la calidad de una serie.

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La última despedida fue la de “24” (si bien se augura la llegada de una película, lo que disminuye la pena del duelo). “24” innovó con la consigna de contar una historia en tiempo real: cada capítulo de una hora, nos cuenta una hora real en la vida del agente de inteligencia antiterrorista Jack Bauer; cada temporada de 24 capítulos, un día específico, una jornada en la que una amenaza a los Estados Unidos de América entrelazó la vida de cientos de personajes.

“24” resistió ocho temporadas, todas de altísimo nivel, en la que Jack Bauer desbarató atentados presidenciales, bombas atómicas, ataques bioquímicos, se enfrentó a islámicos, rusos, africanos tercermundistas, chinos, se jugó la cabeza al frente de los equipos de asalto, le cortó un brazo al pretendiente de su hija, desarmó bombas, sobrevivió a una infección con un arma biológica, le amargó la vida a más de un presidente y fue aliado del gran idealista David Palmer, el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos antes que Barack Obama.

Producto de la paranoia post 9/11, Jack Bauer (en la piel del excepcional Kiefer Sutherland, comprometido con la producción de la serie) sufrió una evolución parecida a los Estados Unidos, el trayecto que va de George W a Obama. Bauer fue políticamente incorrecto desde el principio. El tipo podía torturarte para sacarte una información, pero su corazón se permitía ver al ser humano detrás del tipo amasijado.

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Bauer provocaba en el espectador una identificación incómoda. Porque el tipo era capaz de hacer lo que tenía que hacer para salvar a su país, sin ningún prurito moral. ¿Entonces, qué nos unía a este hombre de los servicios?

Tuvimos que llegar al final de las ocho temporadas para darnos cuenta que nos atraía de este duro: era (es, porque Bauer no muere nunca) totalmente refractario a la hipocresía.

En el diálogo final con la “moralista” Presidenta Taylor queda a la vista las distinciones éticas entre los brazos ejecutores que se juegan la vida en la primera linea de la batalla y los políticos infames que los utilizan como peones, cómodos desde su sillón recibiendo evaluaciones actualizadas de sus asesores tecno. Mancharse con sangre dignifica. Esa hermandad de las vísceras derramadas permitía a Bauer actos de piedad con sus enemigos (aunque eso fuera un tiro entre los ojos) que ni pasaba por la cabeza de los dirigentes políticos capaces de cualquier masacre con tal de salvarse su propio culo.

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El raid final de Jack Bauer, bajando ñatos en los entretelones del poder, se torna un acto de innegable justicia poética.

Los extrañaremos. Seguramente alguna otra serie tomará la posta. Sí, claro.

Pero no por eso vamos a dejar de extrañarlos.

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