Decíamos el lunes que Argentina era una equipo Jekyll & Hyde: asusta a los rivales cuando ataca y aterroriza a los simpatizantes propios cuando defiende. Bueno, quedó claro cuál se impuso. A los 3 minutos, ya perdía uno a cero, con una pelota parada en la que Müller cabecea solo. Tardó más de seis minutos para que le dieran el primer pase a Messi. Queda claro, también cómo venía el partido.
Dijimos también: “Tévez juega su partido aparte de Messi”. Bueno, se vió. El jugador del pueblo se ganó el puesto de titular y, partido a partido, dejó de asistir y asociarse a Messi. El ataque quedó fracturado y fue frecuente (sobre todo en el partido con México) verlo a la Pulga pedir que se acercaran para tocar la pelota. Un Messi aislado y lejos del área no sirve; un Tévez peleando solo en una punta, tampoco. El resultado quedó a la vista.
Todo los bueno que había mostrado Maradona como técnico hasta acá, tras el bochorno de las eliminatorias, se fue a pique en el momento menos indicado. No se vieron las jugadas preparadas de otros partidos, se tardó en los cambios (Pastore debió entrar en el segundo tiempo con Clemente Rodríguez; Otamendi caminaba al borde de la cornisa ya en el primer tiempo), se falló en la preparación táctica.
Lo que nos sedujo como un match de ajedrez estratégico, fue un fiasco, porque uno de los participantes cometió los errores de un principiante. Argentina tendría que haberse comido tres antes de los 20 minutos. Y no hubiera llamado la atención. Alemania nos perdonó la vida y, en los primeros minutos del segundo tiempo, se metió atrás con pánico escénico. Jugando tal mal como estábamos jugando, hasta se pudo dar vuelta, cuando no se merecía ni siquiera el 0 a 1.
El final nos dejó una de esas cachetadas que los jugadores argentinos vienen asestando a su hinchada en los últimos años. Y no hablamos de los 4 goles alemanes que colocaba la derrota en la categoría de papelón. Ni bien termina el partido, Tévez, el jugador del pueblo, declara sin caérsele una lágrima un: “Es un dolor tremendo pero ya fue”.
Bárbaro, pibe. Así se habla. Ése es el modo que queremos que hable un futbolista argentino tras comerse una goleada histórica. Se nota que siente esos colores.
¿Qué sigue ahora? Uno querría que siguiera un poco de seriedad. Elegir un técnico serio, empezar a limpiar el plantel de caciques sin triunfos y mirar un poco como juegan España y Alemania y animarse a jugar así, tocando la pelota y teniendo a Messi como la joya de la corona. Recursos sobran para brillar. Pero si se insiste en cometer errores, después no hay que sorprenderse de que las cosas salgan mal.
Este papelón debería cerrar la etapa de “darle la chance a los que salieron campeones en el '86”. Ya está. La tuvieron y fue un fiasco. Ahora dejen el paso a otra generación de técnicos, menos dogmáticos y más profesionales.
Eso sí, hay que ser claro, se necesita mandar un mensaje al jugador argentino que se ponga la camiseta de la Selección en el futuro. No son nada. No ganaron nada. No mostraron nada. No son los mejores. Ni siquiera son buenos. Todo está por ser demostrado. Así que el tipo que asuma el hierro caliente de ponerse esa camiseta, tiene que saber que tiene que cerrar la boca, bajar la cabeza y demostrar en la cancha todo lo que no pudieron demostrar en veinte años.
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1 comentario:
Que contundente y preciso... no hay que agregar nada mas...
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