En estos tiempos de redescubrimiento de la rueda, se popularizó en los estamentos políticos oficiales, la idea de la construcción del relato, la noción de que para lidiar con la realidad se debe construir una narración desde la cual se “comprende” la realidad que se nos presenta. Esta herramienta permite la peligrosa tendencia actual de la media biblioteca a favor y media biblioteca en contra para cualquier cosa. No hay una verdad única. Hay verdades relativas. El que grita más fuerte es el que tiene razón.
Bajo este paradigma, prospera la peligrosa (suicida) conducta de desconocer la realidad, aferrado al preconcepto que se ha armado de antemano para explicarla. No importa que entre el modelo y los hechos exista una discrepancia fundamental. El constructor del relato se siente confortable en su narración estándar, la que no necesita adaptar ni contrastar con la realidad, porque ésta es un ente externo independiente del relato que la explica.
Estas especulaciones vinieron a mi memoria en estos días mundialistas, tras la eliminación argentina. Uno, viejo consumidor de mundiales, ha visto (y participado) de todos los vaivenes emocionales del hincha de la Selección Argentina, de la euforia a la depresión, de la indignación al orgullo. Nunca, sin embargo, me sucedió sentirme tan a espaldas de una comunidad mancomunada en el fervor por el fracaso. Y el signo patológico que se adivina en la conducta, justifica examinarlo con detenimiento, para ir certificando esa máxima futbolera de que se juega como se vive.
Desde el arribo de Diego Maradona a la Selección (tras una eficaz campaña de erosión del técnico anterior, en el que intervino la mayoría del actual plantel que se volvió antes a casa, como bien puede comprobarse con sólo ver la repetición del partido con Chile en Santiago por las eliminatorias), se observó un sistemático deterioro en el desempeño argentino. Goleadas históricas, un desconcierto en el esquema táctico, clasificaciones logradas gracias a goles en off side en el último segundo del tiempo generosamente adicionado, euforias por mediocres performances, convocatorias a jugadores con un par de buenos partidos como antecedentes previos. Paradójicamente, todo esto con uno de los planteles más ricos, técnicamente, en la historia de nuestra Selección, sin dudar uno de los mejores en el mundo. En este plantel se encuentran no sólo integrantes de los campeones de las principales ligas europeas, sino figuras de esos campeones. Uno, Lionel Messi, se ha ganado el (merecido) título de mejor jugador del mundo.
La voz de la calle auguraba un regreso en primera rueda. A caballo de un fixture accesible, se fueron ganando partidos y creciendo en entusiasmo. Se observaban errores: una defensa precaria, desconexión entre los jugadores, ausencias significativas en el plantel elegido para ir al Mundial. Pero, era tal la riqueza de lo llevado, que no era tan alocado pensar que con un poco de orden y sin cometer macanas serias, se podía llegar más lejos.
Alemania fue el primer equipo serio que enfrentó Argentina en el Mundial y desnudó las deficiencias estructurales de una suma de voluntades, no de un equipo. Fue tal el cachetazo que hay que remontarse a 1974 para registrar un 0 a 4 como el del sábado pasado, ante la Holanda de Cruyff. Argentina involucionó a sus peores momentos de las eliminatorias, un equipo que no se sabía a qué jugaba.
Tácticamente hubo horrores (no sólo errores) que se han encargado de analizarlo los principales periodistas deportivos nacionales. Pero hubo algo muy claro: la incapacidad de los atacantes argentinos para pasarse la pelota. El partido se perdió en arrestos individuales, en la necesidad de Messi de bajar a pedir la pelota y de la soledad de Tévez peleándose contra el mundo, sin aportar nada en ataque.
La interacción de esos dos jugadores es la clave para entender los problemas argentinos. Cuando Tévez se asoció a Messi y se pasaron la pelota, en dos o tres toques, Argentina llegaba al arco. Esa asociación se vio por momentos, en los primeros partidos. A medida que Tévez creció en participación, disminuyó Messi. Tévez empezó a jugar como en las eliminatorias: chocando solo, encaprichado en resolver todo por sí mismo. Conjuntamente, Messi disminuyó su influencia porque tuvo que bajar a buscar la pelota para entrar en juego, en el sector donde es más fácil controlar y donde menos daña. Alemania lo anuló sin cometerle una sola falta en 90 minutos.
Cuando la eliminación fue un hecho, sorprendió la construcción del “relato” del partido por parte del cuerpo técnico y de la afición futbolística argentina. El partido en el que Argentina fue claramente superado, se transformó, en la primera declaración de Maradona, en un partido parejo abierto por un desafortunado gol imposible de haber anticipado. Desde ahí, todo se hizo complicado y no se pudo dar vuelta. Que el gol fue a los dos minutos de juego, que se marcó mal y que hubo 88 minutos para intentar algo, se pasó de largo.
La otra construcción es que no se hizo menos que otros técnicos, que se llegó a la misma instancia que en el último Mundial. Claro, entonces se cayó por penales. Y con un equipo con muchas menos figuras que las actuales.
Apenas terminado el partido, Tévez declaró a cámara, fresco como una lechuga, su gran dolor pero que esto era fútbol y ya fue. Otros jugadores exhibieron su “orgullo” y que no había nada que reprocharse. Más: se reivindicó esta forma de jugar como la que quiere la gente.
Al día siguiente, con la llegada a Ezeiza, una multitud vivó al equipo como si hubiera sido protagonista, no ya de un título, sino de una proeza histórica. Más allá de la “organización” de la movilización por caciques políticos de la zona, hubo un grado importante de espontaneidad en la movilización. Lo fue también la opinión de que Carlos Tévez fue el mejor jugador, porque metió todo, y que Diego debería seguir como técnico para tener revancha en la próxima Copa América y en el Mundial de 2014 en Brasil. Al mismo tiempo, se bajó el dedo a Messi por falta de carácter.
La interpretación popular del papelón del sábado ante Alemania fue: se jugó bien, tuvimos mala suerte, pero hay que persistir en el camino señalado por Maradona desde el banco pero, especialmente, por Tévez dentro de la cancha.
Existe en esta interpretación un componente patológico: no ver lo ocurrido. Perseverar en la repetición de algo que falló, con la esperanza de que esto no se repita. No discriminar los talentos. No censurar el comportamiento individual sobre el interés del grupo. Aprobar al tipo que se salió con la suya, pese a que nos perjudicó a todos. No asumir los fracasos. Morir con la de uno. Alabar al cegado caprichoso y reprobar la sensatez del inteligente que advierte que hay que intentar otro método porque con éste no hay futuro.
Si no hubiéramos tenido esta larga introducción sobre el partido Argentina – Alemania, el lector en diagonal podría haber creído que éste era un análisis sociopolítico de la Argentina. Tal vez, no sea casualidad. Tal vez, efectivamente, se juega como se vive. Y el fútbol sea (como expresión cultural), una radiografía de esta nación en decadencia.
Verlo a Messi pidiendo la pelota sin que nadie responda, no es muy diferente a ver a nuestros científicos, artistas, deportistas, empresarios que salen a competir al mundo, no ya sin apoyo de los suyos, sino en contra de ellos. Jugadores ubicados en posiciones donde menos rinden, boicoteando su potencial, rememoran otros recursos humanos mal invertidos. Dirigencias ineptas enceguecidas en el castillo de marfil creado por el amiguismo adulón. Conflicto de intereses y decisiones incomprensibles desde cualquier ángulo. Derroche, estupidez, soberbia, arrogancia, vagancia, analfabetismo. Calificativos que surgen rápidamente en uno y otro escenario.
Al momento de escribir estas líneas, España y Holanda se aprestan para jugar la final de la Copa del Mundo. Dos equipos subestimados por la afición futbolística con el mote de “pechos fríos, nunca ganaron nada”. Si bien la historia parecía confirmar esa tradición de mancarse en la largada, esta vez había que verlos jugar para darse cuenta que la pretensión de campeón tenía bases más sólidas que las de Argentina. Equipos trabajados (en el caso de España la base del Barcelona, el mejor equipo del momento y campeón en la última Eurocopa). Había que conocer el tema para entender que esta vez no era sólo barullo mediático. Pero los vivos, lo subestimaron. Los vivos que dijeron que España podía ser campeón del mundo si los arcos estuvieran en los laterales. Los vivos que el domingo verán la final en casa y por televisión.
Alguna vez, el análisis sociológico de la decadencia argentina deberá internarse en esta vocación por el fracaso, en esa pulsión por la autodestrucción, el boicoteo, el menosprecio de los mejores recursos y la elevación de las conductas que más atentan contra la sociedad (vgr. individualismo, ignorancia, hipocresía, cinismo, falta de pasión por lo que se hace).
Mientras nos aprestamos a cuatro años más de Maradona, “para que pueda completar el trabajo”, vale pensar en esta máxima de que en el fútbol se juega como se vive.
Y entendemos porque, en ambos casos, estamos fuera de la cima del mundo.
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1 comentario:
EXELENTE!! Si todos los Argentinos pensáramos asi...que distinto deria todo.
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