17.7.10

yasnaya polyana

Hace unos días posteamos la crítica de "La última estación", la película con Helen Mirren y Christopher Plummer sobre los últimos días del literato León Tolstoi. Hoy "La Nación" publica la muy buena nota de Mario Vargas Llosa de visita en Yasnaya Polyana, la aldea organizada según los principios filosóficos de Tolstoi, escenario de las peleas entre el escritor y su esposa Sofía que retrata el filme.
Desde que leí por primera vez La guerra y la paz , de Leon Tolstoi, todo un volumen de La Pléiade, en el verano de 1960, en Perros-Guirec, un pueblecito de Bretaña, soñaba con visitar alguna vez Yasnaya Polyana. Me he demorado medio siglo en materializar aquel sueño, pero valía la pena porque la finca y la casa donde Tolstoi nació, pasó la mayor parte de su vida, escribió sus dos obras maestras - La guerra y la paz y Anna Karenina - y donde fue enterrado se hallan maniáticamente preservadas, según una robusta tradición de este país donde los escritores insumisos, mientras están vivos y escribiendo, suelen ser censurados, acosados, encarcelados y a veces asesinados, pero cuando mueren se convierten en objetos de un culto religioso.

Es un hermoso lugar, unos doscientos kilómetros al sur de Moscú, en los alrededores de Tula, lleno de estanques, con avenidas de abedules, álamos, robles y manzanos que cortan los sembradíos cuadriculados, y, en este día soleado y cálido, se divisan aquí y allá grupos de estudiantes de una escuela de bellas artes que pintan paisajes del natural. Señalando los establos, la guía nos precisa que cuando Tolstoi vivía aquí la finca contaba con treinta caballos -el dueño de casa era un avezado jinete- y el número se conserva tal cual, también los árboles frutales plantados en su tiempo, así como las jardineras, y que todo el mobiliario y los objetos de la casa principal pertenecieron a la familia. Durante la Segunda Guerra Mundial se salvaron de milagro, pues el ejército de Hitler ocupó la vivienda, pero la encontró vacía porque los campesinos ocultaron todo lo que había en ella y lo devolvieron luego de la derrota de los invasores.

Desde afuera, la casa tiene un semblante imponente, con sus balcones de barandas labradas y sus maderas pintadas de blanco, pero en el interior todo es sencillo, más bien rústico, y algo apretado, pues aquí vivieron, además de Leon y Sofia, su esposa, los ocho hijos que sobrevivieron de los trece que concibió la pareja, además del médico de la familia, el secretario y una nube de mayordomos y sirvientas. El cuartito en el que Leon se confinó cuando decidió renunciar al sexo es minúsculo y espartano, la celda de un monje.

El escritorio es pequeño y emocionante, con sus plumas, tinteros, secantes, fotografías familiares y los dos libros que Tolstoi estaba leyendo a sus 82 años el mismo día que se fugó de la brava Sofia para ir a morir a la minúscula aldea de Astapovo: los Ensayos de Montaigne y los Pensamientos de Pascal. Los estantes que pululan por todos los rincones de la casa tienen libros en cinco idiomas -se dice que leía catorce-, pero entre los extranjeros prevalece el francés. Vi varios de Victor Hugo, de quien Tolstoi elogió Los Miserables con un entusiasmo inusual en él, pero, en cambio, no divisé ninguna comedia de Shakespeare, a quien intentó fulminar con una diatriba tan disparatada como insólita.

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A esta casa le llegó la noticia de que la Iglesia Ortodoxa lo había excomulgado, algo que, en vez de perjudicarlo, lo hizo más popular, por lo menos fuera de Rusia. Las cosas que decía reverberaban por todo el planeta y por lo menos en cuatro de los cinco continentes surgieron, ya en vida de él, esas comunidades agrarias de jóvenes tolstoianos -muchos artistas y poetas entre ellos- que abandonaban las ciudades, renunciaban al espíritu de lucro e iban a regenerarse moralmente compartiéndolo todo y trabajando la tierra con sus manos. Que estas colonias anarcopacifistas no duraran mucho tiempo no impidió que el pacifismo mesiánico de Tolstoi dejara una marca en la historia: Mahatma Gandhi fue uno de sus más ilustres discípulos, al igual que Martin Luther King, y el sionismo se inspiró en muchas ideas de Tolstoi, sobre todo en la concepción del kibutz.

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¿Cómo lo hizo? Aquí, a Yasnaya Polyana, vienen investigadores del mundo entero a tratar de averiguarlo, escudriñando sus borradores, notas, resúmenes de lecturas y de testimonios que fueron la materia prima de esa ciclópea empresa, acaso la más ambiciosa que haya emprendido jamás un escritor. Pero aunque de esos escrutinios salgan a veces ensayos lúcidos e interpretaciones profundas, es seguro que ninguno de ellos llegará jamás a explicar entera y cabalmente el misterio que es siempre una obra maestra absoluta.

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Lo más hermoso de Yasnaya Polyana es la tumba de Tolstoi. Está en medio del bosque y no hay en ella inscripción alguna: un pequeño montículo cubierto por la hierba y rodeado de altísimos árboles cuya verdura, en este impetuoso día de verano, resiste la embestida del sol. El aire susurra entre las hojas y las ramas y hay en el lugar una paz y un sosiego que Leon Tolstoi no conoció jamás en toda su existencia.

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MARIO VARGAS LLOSA
"La querencia del maestro"
(la nación, 17.07.10)

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