18.10.10

el dilema de ser fiel a uno mismo

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EL DESCENSO DEL MONTE MORGAN
data: http://www.teatrometropolitan.com.ar/esp08.php

“El descenso del Monte Morgan” es una de las últimas obras de Arthur Miller. La escribió en 1991, cuando era considerado un dramaturgo en retiro efectivo; tardó varios años para que subiera a escena en Nueva York y no contó con el favor del público. Su actor, Patrick Stewart (sí, el Capitán Jean-Luc Piccard) denunció públicamente la falta de motivación de los productores para promocionar la obra; posteriormente, debió disculparse y quedó afectada su nominación a un premio Tony. La obra llegó ahora a los escenarios argentinos, con Oscar Martínez, Carola Reyna y Eleonora Wexler, en los rubros principales.

Lo que se destaca en esta versión, es el texto. Estamos en presencia de un peso pesado del teatro y se nota. Con un tono zumbón, híbrido de ironía y decepción, Arthur Miller se permite asestar un par de golpes a la institución de la monogamia. Y, como los buenos dramaturgos, nos lleva de una posición a otra, sin que nos demos cuenta.

Lyman es un vendedor de seguros que se accidentó con su coche, una noche de tormenta, bajando del Monte Morgan. Al despertarse en la cama de un hospital, presiente la tragedia. El hospital llamó a su esposa en Nueva York y se va a encontrar, en la sala de espera, con la otra esposa, la que tiene en la zona del accidente. Las máscaras se le empiezan a caer al hombre, se rompe el delicado equilibrio de los malabares llevados airosamente hasta este momento.

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Que se encuentren las dos esposas, no es original. Lo original es cómo los argumentos de Lyman nos van comprando, nos sugiere la conveniencia de su postura, hasta convencer de su ética de dejar contentas a las dos esposas. Revisamos nuestra escala de valores y decimos: “Danger! Algo está mal”. Pero para enjuiciarlo a Lyman debemos partir de un juicio de valor: el de honrar la verdad sobre todas las cosas. Y basta escucharlo un rato para comprender que ese axioma, el de la verdad como valor supremo, no siempre asegura una vida mejor.

Tanto Leah como Theo sospechaban la doble vida de Lyman; nos queda la sensación de que prefieren callar porque no están para nada incómodas con esa situación. Y que si pudieran elegir, sin el peso de la “opinión pública”, elegirían seguir como hasta ahora. Entonces, ¿cuál es el crimen de Lyman?

En el discurso de Lyman se plantean algunas líneas para reflexionar. La primera, es la sentencia de Lyman: “Nadie puede ser fiel a sí mismo y a los demás. La traición es parte de la vida”. Ahí hay un punto clave de nuestra relación con los demás: el compromiso entre lo que queremos y lo que quieren los otros. Hay un conflicto entre nuestro deseo y nuestra obligación, choque que se agudiza en las relaciones amorosas, porque la concreción de nuestro deseo, frecuentemente, hiere a los demás.

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Otra de las frases, que repite con asiduidad Lyman, es la de haber dejado, por fin, de sentirse culpable. “Quiero dejar de mentir”, “Me liberé de la culpa”. La culpa señala un arrepentimiento en ciernes. Y el dilema de Lyman es que no puede “arrepentirse” de sus mujeres. De modos y por motivos distintos, Lyman ama a las dos. (¿Dónde está escrito que sólo se pueda amar a una?). Con ambas se aburre y se entusiasma en partes iguales. Ellas complementan, conjuntamente, su satisfacción. Arrepentirse, para Lyman, implica dejar de gozar. Estará incompleto abjurando de alguna. Aunque su conciencia (su moral impuesta por la educación y la sociedad) le siga mordiendo el alma. Sospechamos que ese deseo de ser descubierto y aceptado, está detrás del descenso alocado del Monte Morgan, una noche de tormenta, con la ruta cerrada. La “explicación” dada al final de la obra, no termina de convencernos del todo. Lyman necesita blanquear su situación porque anhela, secretamente, la validación de su doble vida.

Hay una observación interesante en el planteo de la obra: las esposas engañadas están más propensas a perdonar que los propios hijos. Censores inflexibles, los que empiezan la vida son más proclives a juzgar que aquellos que emprendieron la última curva rumbo a la recta principal.

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El trío principal muestra una correcta actuación, sin llamarnos la atención especialmente. Levemente, se destaca Eleonora Wexler. De los secundarios, poco y nada. Los rubros que se despegan del resto son los de escenografía (Alberto Negrin) y la iluminación (Eli Sirlin). Es muy atractiva la caja escenográfica, el uso de la luz y las superficies espejadas, para retratar un entorno donde todo se ve, donde no hay lugares donde esconderse, donde todo queda expuesto.

Para cerrar, rescatamos una frase de Lyman a Theo, su primera esposa: “Te amo. Te sigo amando. Pero hay partes de tu cuerpo que me dan rabia”.

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