16.10.10

física social

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“Los próximos desarrollos en las ciencias sociales vendrán no de los cientistas sociales, sino de otra gente entrenada en otros campos”, profetizó en 1939 el sociólogo estadounidense George Lundberg. El autor del sugestivo libro Can Science Save Us? (¿Puede la ciencia salvarnos?), mucho no se equivocó: desde hace no más de diez años no dejan de aparecer como si lo hicieran de la nada disciplinas científicas novedosas, ansiosas por explicar, predecir, comprender aquello hasta ahora relegado exclusivamente a la psicología, la sociología y demás ciencias sociales.

Los nombres de estas neo especialidades son sugerentes: sociofísica, ciencia de redes, física del tránsito, econofísica, y demás ramas englobadas en la llamada nueva “física social” o “física de la sociedad” que no oculta su esencia: su acento en la mirada interdisciplinaria para aprehender una realidad cada vez más compleja e intrincada, fenómenos y sistemas en los que de comportamientos individuales que interactúan emergen propiedades y comportamientos globales insospechados.

De la mano de Hobbes, la física se metió en el mundo social y de ahí no se escapó. Ahí están el politólogo estadounidense Robert Axelrod (especialista en la aplicación de modelos simulados por computadora en ciencias sociales y en fenómenos de cooperación), el físico francés Serge Galam (conocido por sus estudios sobre la sociofísica del terrorismo y la “inercia social” de las democracias), el húngaro Tamas Vicsek (en cuya última investigación describe cómo avanza la “ola” en los estadios de fútbol), el estadounidense Eugene Stanley (quien fue el que acuñó la palabra “econofísica” y advirtió también que las ciudades crecen según patrones fractales sin planificación central) y, sobre todo, el químico inglés Philip Ball, editor de la prestigiosa revista Nature y uno de los divulgadores científicos más importantes del momento.

“Aplicada en su justa medida y con sentido común, la ciencia física puede proporcionarnos herramientas muy valiosas en áreas como la planificación cívica, social y económica, y la legislación y la política internacionales. Puede ayudarnos a evitar malas decisiones; si tenemos suerte nos dará perspectiva y perspicacia –escribe Ball en su última gran obra, Masa crítica: cambio, caos y complejidad (FCE-Turner)–. Si hay leyes subyacentes a la mecánica del tráfico de autos o peatones, a la topología de las redes, al crecimiento urbano, es preciso que las conozcamos con el fin de trazar mejores planes. El hecho de que la sociedad sea compleja no la hace totalmente incomprensible”.

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Ball desliza su miedo: “Si las personas son reducidas a bolas de billar que interactúan por medio de fuerzas matemáticas definidas, ¿dónde queda espacio para la compasión, la caridad, para las mil y un detalles de nuestra vida cotidiana que no pueden reducirse a cifras y que hacen que vivir valga la pena?”.

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Lejos de caer en determinismos y en el atomicisimo (el afán de descomponer grandes sistemas en sus partes mínimas), los físicos sociales sugieren la existencia de ciertas leyes subyacentes en la sociedad que surgen de manera no consciente como consecuencia de la interacción entre los individuos. Es lo que, por ejemplo, se ve con claridad en los movimientos colectivos, en las multitudes, ya sea en un recital o en una cancha de fútbol o cuando un grupo entra en pánico y quiere salir de un boliche lo antes posible.

“Si los individuos son capaces de controlar el miedo y de moverse con calma a menos de un metro y medio por segundo entonces son capaces de evacuar una sala en orden –señala Ball–. En cambio, si intentan moverse con mayor velocidad, el resultado da escalofríos. Al converger en la puerta, se aprietan los unos contra los otros y el rozamiento les impide moverse. La multitud es presa del pánico y se embotella. La mejor solución es no poner una puerta ancha sino poner dos puertas. Incluso aunque no se especifique cuál hay que utilizar según la dirección en que se avance, una multitud se organizará automáticamente en dos corrientes opuestas para pasar cada una por una puerta”.

Los físicos sociales, así, demuestran que los cambios bruscos de conducta colectiva no necesariamente requieren cambios concertados de la intención de todos los miembros del grupo. Los cambios colectivos pueden, por el contrario, emerger espontáneamente aun cuando la predisposición de cada individuo se modifique sólo un poco. Lo mismo ocurre en el tráfico –“un fluido de múltiples voluntades”–, donde los individuos toman decisiones basándose en información incompleta.

Dentro de la física social, quizás la rama que más popularidad tenga hasta el momento es la llamada “ciencia de redes”, una disciplina relativamente recién nacida que tiene un futuro prometedor y un desafío titánico: comprender un mundo cada vez más interconectado e intentar dar respuesta a interrogantes tales como “¿cómo los pequeños brotes de una enfermedad se convierten en epidemias o de qué modo las ideas nuevas se ponen de moda?”, “¿cómo se forman delirantes burbujas especulativas?”, “¿de qué modo se asocian los comportamientos individuales para dar lugar a un comportamiento colectivo?”.

En su brillante libro Seis grados de separación: la ciencia de las redes en la era del acceso –fundamental para comprender las arritmias de la Web–, el sociólogo estadounidense Duncan Watts del Instituto de Santa Fe –cuna de la sociofísica–, describe los cimientos de esta nueva perspectiva teórica con cierto cuño gestáltico: “El hecho de que conozcamos las reglas que rigen el comportamiento de los individuos no siempre nos ayuda a predecir el comportamiento de la muchedumbre; sin embargo, en ocasiones podemos predecir el comportamiento de la muchedumbre sin conocer prácticamente nada de las personalidades y características de los individuos que la forman. Lo que hace verdaderamente complejos a los sistemas complejos es que son más que la suma de sus partes. Al interactuar unas con otras pueden generar un comportamiento desconcertante”.

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“La física social explica el caos”
FEDERICO KUKSO
(“ñ”, 11/10/10)

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