2.11.10

fragmentos del manual de conformación del enemigo

El proceso de conformación del enemigo necesita, invariablemente, dejar de ver al otro como un igual, como un semejante. Es imprescindible, en esa tarea, anular cualquier posibilidad de semejanza, ignorar cualquier rasgo que nos identifique al prójimo. Es conocido que los asesinos seriales hablan de sus víctimas como si fueran cosas, no seres humanos; en las tácticas de negociación de toma de rehenes, la aparición de los familiares y afectos de quien ha tomado prisioneros y amenaza matarlos, tiene el objetivo de hacerles recordar que sus detenidos son seres humanos y que él también lo es. Una manera muy efectiva de profundizar esa etapa es ignorar al otro. Si lo ignoro, si no registro sus demandas, si no lo veo, dejará de existir. Y si no existe, no podré compararlo conmigo.

El segundo paso, en el proceso de conformación del enemigo, es demonizarlo. Nótese lo vital que resulta haber recorrido el primer camino: es distinto a mí porque no puedo ni quiero compararlo; y por eso, no lo conozco. Y a lo que no se conoce, se le teme. Porque no sabemos qué podemos esperar de él.

En esta etapa es muy útil contar con un suficiente nivel de frustración individual, un fértil sustrato para asentar la idea del enemigo como causante de los males propios. Las sociedades que han atravesado importantes crisis socioeconómicas son las más susceptibles para implantar la idea del enemigo. No es atípico que, dadas las múltiples heridas dejadas por las crisis en el cuerpo social, los gobernantes no den abasto para satisfacer a todos al mismo tiempo. Es cierto el concepto de que es más fácil destruir que construir, pero una vez que todo está destruido, la única opción es construir. Y eso, la mayor parte de las veces, suele llevar un tiempo prolongado.

Tampoco es raro que, en esas circunstancias, los gobernantes sobrepasados por las circunstancias, avancen con la tarea de conformar un enemigo que distraiga a la población de los dolores que impone la reconstrucción. Más aún: si la dirigencia presenta un umbral alto de corrupción administrativa, se torna más imperioso la conformación de un enemigo. Porque, a mayor tasa de corrupción administrativa, menor es el flujo de recursos para la reconstrucción y, por ende, más prolongada su transición.

La repetición suele ser una herramienta efectiva para instalar la idea de la peligrosidad del enemigo. En esa tarea, se torna imperioso manejar un concepto básico: toda verdad es relativa. Los hechos no dictaminan el grado de verdad de un concepto, sino que se sigue un mero criterio cuantitativo: cuántos más lo digan, mayor razón tienen. Si no hay una verdad establecida por la deducción y el contraste empírico, entonces, todo es posible, especialmente lo imposible. Por imperio del número, dos más dos puede (indudablemente) sumar cinco.

Se desprende la necesidad de la repetición y de la imposición de esa verdad como unánime. Para eso se puede operar en dos flancos: captar adherentes dispuestos a difundir dicha idea (sea por convicción, sea por conveniencia) y atemorizar a los que no se dejan ser captados o, peor aún, desafían el presupuesto de peligrosidad del enemigo. Controlar los medios con los que se expresa esta fracción es crítica. Cerrar espacios, dificultar los accesos, restarles verosimilitud. La mentira, la fabulación, la indignación, la difamación, la amenaza, son elementos sumamente útiles en esta etapa del proceso.

Otra herramienta de utilidad es la construcción de una caparazón ideológica, autosostenible y consistente, básicamente reducida a una serie de frases o conceptos autorrevelados, lo suficientemente simples para poder ser repetidos mecánicamente y que proporcionen a los adherentes la estabilidad mental de estar al servicio de una estructura de pensamiento válida.

No hay que estimar esfuerzos ni recursos en esta etapa porque es crítica para el éxito del proceso. La existencia de un líder carismático y el desarrollo de un culto a su personalidad abrevian, considerablemente, la duración de este segmento, potenciando la uniformidad interna del grupo.

Pero una vez llevado a cabo este nivel, el proceso posee su propia dinámica y se autosostiene en el tiempo. Instalada la idea de la existencia de un enemigo, se sigue que no hay otro camino, otra necesidad, otra vía, que la supresión del mismo. Que los pesares que nos aquejan, seguramente se incrementarán, pero que la proyección del futuro augura un porvenir sin la existencia de aquel que ha generado este penar por el que se sufre ahora.

Es crítico, prolongar la percepción de la necesidad de la lucha y de la eliminación total del oponente, durante el tiempo que los escasos recursos permitan mantener el nivel de confrontación. Pero aquel que dirija el proceso de conformación del enemigo debe tener en cuenta que éste se extingue sólo con la extinción del mismo. No se negocia con el enemigo porque eso pone en duda nuestra supervivencia. Y si la confrontación es a muerte, toda herramienta es válida, aún las ilegales o las reñidas con la ética porque, pese a su cualidad, se justifican por el propósito implícito de sobrevivir.

El dirigente de un proceso de conformación del enemigo debe prever, con la debida antelación, la dilatación de la lucha, de tal modo que resulte lo suficientemente cruenta e incierta para que sus seguidores permanezcan enfocados en la peligrosidad del oponente, sin preguntarse cómo llegaron a ese punto, quién los llevó a ese escenario y cuál es el motivo por el que están matando.

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