13.2.11

¿y? ¿cómo viene la mano?

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127 HORAS
data: http://www.imdb.com/title/tt1542344/

“127 horas” es la odisea real de Aron Ralston, un montañista que se cae en una grieta de un muro, con tal mala suerte que queda con una mano atrapada entre una pared y una roca. Toda la trama del filme se reduce a especular cómo logra sortear la situación, con lo que tiene a mano en su bolso y con el agua escasa para sobrevivir las 127 horas siguientes al accidente.

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Danny Boyle y Simon Beaufoy adaptaron el libro del propio Ralston que contempla un desafío para todo guionista: un tipo, todo el tiempo en pantalla, en una situación en la que no se puede mover. Para resolver este desafío, Boyle recurre a todos su arsenal de trucos: chiches visuales, flashbacks, la banda de sonido, los monólogos-mensajes de Aron para sus familiares archivados en su cámara digital, sueños, alucinaciones, etc., etc., etc.

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Con esta bolsa de trucos, Boyle sale a mano para que el filme no decaiga. Pero la tensión dramática se resiente. Por momento, la mano del director “sosteniendo” la acción queda en evidencia y las costuras del artificio salen a la luz.

Hay otro punto clave en la adaptación del filme, básico para resolver el dilema “¿cómo va a salir de esto, Aron?”, que fue el problema que el propio escalador encontró en la realidad.

Advertencia: de ahora en más, develaremos cosas de la película. El que no haya visto “127 horas”, ABANDONE AQUÍ LA LECTURA DE ESTE POST, so pena de que le contemos el final.

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Boyle no ahorra sutilezas a la hora de la única escena cruenta del filme, la de la amputación de la mano. Es cierto que cuesta pensar alternativas distintas ya que esto es lo que le sucedió realmente a Aron Ralston. Pero hay un regodeo en la descripción de la amputación que busca fruncirnos en el asiento, distrayéndonos del gran conflicto dramático: la alucinación del nene, que hasta ahí no sabemos si es una imagen de sí mismo de chico o es el futuro hijo que Ralston puede llegar a tener si sale de esta trampa. Esa alucinación “justifica” la decisión de Ralston que se había abandonado a su suerte: para que ese niño nazca, él debe cortarse una mano.

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Hay una subtrama interesante, dramáticamente central: Ralston está ahí por haberse “cortado” solo toda su vida. Ha esquivado sus relaciones (románticas, familiares, de amistad) con la certeza de que es “un cabrón que puede cuidarse solo” como se define en un momento del filme. Y, ahora, que necesita una mano (valga la paradoja), nadie sabe donde está porque él ha cortado todos los vínculos que lo conectaban a su persona.

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Ésa es la clave de la historia de Ralston, “escondida” entre la escena de la amputación y los chiches visuales de Boyle: Ralston está en el vientre de la ballena, amarrado a esa piedra, hasta entender qué hizo con su vida. Y, sólo entonces, la amputación se comprende: es el sacrificio que le impone el destino para proveerse de su vida futura, la que contempla una esposa e hijos que, hasta entonces, había esquivado con indiferencia.

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Si uno puede tener estómago para obviar la escena de la amputación y no se distrae con los fuegos de artificio de la sintaxis cinematográfica de Danny Boyle, “127 horas” es un muy buen filme. Pero no es apto para espíritus sensibles, cabe aclarar.

La mención a James Franco, casi todo el tiempo en pantalla, llevando el peso de la película y la acción. Sufrimos con él y participamos de su mutilación como si la sintiéramos en carne propia. Su nominación es merecida, para un personaje y una historia que será imposible de olvidar.

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