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En 1963, Alvaro Menen Desleal, que por puro amor al arte de las ficciones había descompuesto sus apellidos originales, Menéndez Leal, para darles un toque más provocador, de lo leal a lo desleal, tenía 31 años de edad y ya había dejado tras de sí una larga cauda que incluía su expulsión de la Escuela Militar Gerardo Barrios por haber publicado un poema que las autoridades castrenses juzgaron subversivo; lo metieron preso luego bajo el cargo de conspirar contra el régimen del coronel Osorio, había peleado en las arenas de boxeo de México y América Central en la categoría de peso mosca, y después de ejercer el periodismo escrito había fundado el primer noticiero de televisión que se transmitió en El Salvador, amén de haber dado pruebas de ser un publicista sagaz.
Ese año de 1963, entonces, ganó el segundo lugar en el Certamen Nacional de Cultura con su libro Cuentos breves y maravillosos, título que recordaba demasiado el de Cuentos breves y extraordinarios, de Borges y Bioy Casares, aparecido diez años antes. Pero eso no era todo. Cuando el libro se publicó, traía a manera de prólogo una carta del propio Borges, que comenzaba así: "Mi querido amigo: Al conocer sus Cuentos breves y maravillosos, pienso que no fue meramente accidental que Kafka escribiera La muralla china: se repite en usted la nota de lo que con Bioy Casares llamamos las antiguas y generosas fuentes orientales. Se repite y se prueba mi idea de que el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación de los hombres es limitado; limitado o no, lo cierto es que usted prueba a su vez que ese número no está en manera alguna agotado? mas usted le da nuevo engaste y logra con intensidad lo que otros, en más de veintitrés siglos, no lograron con extensión. Por eso yo no acepto el homenaje que me rinde al declararse mi seguidor. Si de algo es usted seguidor es de sus propios sueños...".
Las dudas envidiosas no tardaron en estallar como burbujas malsanas en el mundillo literario centroamericano, y sobraron las acusaciones de plagio de los propios textos del libro y las de falsificación burda de la carta de presentación. Alvaro, que ya se sabe era publicista sagaz, escribió él mismo, bajo nombres simulados, no pocas de esas acusaciones que llegaban a los periódicos, con lo que las ventas del libro se dispararon. Nadie reparó en la nota con que, al final del libro, completaba su ardid: "Querido maestro Borges: Mi vanidad y mi nostalgia -me digo con sus palabras- han armado una escena imposible. De pronto despierto de un sueño y tengo su carta en las manos, como la flor de Coleridge?". La carta, los cuentos, la nota final, todo era parte de la misma ficción, todo era borgiano.
En septiembre de 1999, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Borges, Saúl Sosnowski, director del Departamento de Lenguas y Literatura de la Universidad de Maryland, organizó en Buenos Aires un seminario al que concurrimos escritores y académicos. Allí me encontré, después de décadas sin vernos, a Alvaro. Cuando tomó la palabra, hizo una detallada confesión acerca del prólogo apócrifo, a manera de un renovado homenaje a Borges y a sus formas de inventar, donde la distancia entre los documentos reales y los ficticios no existe. Y en uno de los descansos de las sesiones, a la hora del café, me dijo que algo iba siempre a inquietarlo hasta la muerte, y es que ya nunca alcanzaría a saber si Borges se habría enterado del affaire centroamericano alrededor del prólogo, y si alguna vez habría llegado a tener entre sus manos sus Cuentos breves y maravillosos. Lo más probable, me dijo, abatido, es que seguramente no. Murió menos de un año después en San Salvador, el 6 de abril de 2000.
Alvaro ya no se enteró, pero Borges sí supo del affaire y leyó el libro, tal como consta en Borges, de Adolfo Bioy Casares, el diario de este último, publicado en 2006, que reseña las conversaciones entre ambos, la bitácora de una amistad de cerca de sesenta años, un impresionante volumen de 1663 páginas que, aunque parezca mentira, uno puedo leerse de una sola sentada, sin dormir ni comer, si es lo suficientemente vicioso.
En la entrada correspondiente al miércoles 11 de septiembre de 1963, Borges le dice a Bioy: "Tengo que consultarte sobre algo" y "trae un libro, Cuentos breves y maravillosos, de un tal Menen Desleal, y una carta, de otra persona, guatemalteca, según creo, que le ha enviado el libro...". Luego hablan de la carta elogiosa, indudablemente apócrifa, y Borges expresa el temor de que su madre, sin consultárselo, la hubiera escrito y enviado; pero descartan la posibilidad, porque la señora nunca escribe tan largo, ni hubiera imitado el estilo de Borges. Leen algunos de los cuentos, y uno de ellos, "Los cerdos", les parece muy gracioso.
Borges, cuenta Bioy, no sabe qué hacer. Considera que el autor del libro es más inteligente que quien lo denuncia, pero que alguna razón tiene éste, los generosos elogios que prodiga a sus propios cuentos invalidan su carácter de obra desinteresada. Bioy lo contradice: "No podés ponerte en contra de un pobre individuo bastante inteligente, que no tiene libertad ni posibilidad de escribir sino como imagina que vos escribís...". Y entonces, Borges, sin dar más importancia al asunto, elogia el libro, y aún la carta apócrifa.
Por fin Borges contesta ese mismo mes al denunciante, que es el escritor Alfonso Orantes, y le dice: "Ya que el volumen consta de una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que mi carta sea uno de tales juegos y travesuras".
Borges dice "mi carta". Y ha pasado a ser auténtica. Aparece incluida en El círculo secreto (prólogos y notas de Jorge Luis Borges, Emecé, Buenos Aires, 2003). Borges nunca la escribió, pero ahora la ha escrito. Es su carta.
“Un Borges apócrifo”
SERGIO RAMIREZ
(la nación, 11.07.11)
14.7.11
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