2.11.11

consejos casamenteros de Miguel Ángel

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Leyendo “Miguel Ángel” de Romand Rolland, encontramos las cartas que el artista le enviaba a su sobrino Lionardo, el hijo de su fallecido y preferido hermano Buonarrotto. Miguel Ángel estaba en su vejez, con las manías características de su personalidad, acentuada por los años. Pese a la preocupación que ponía en el futuro del joven, era común encontrar accesos de cólera del artista por la pésima caligrafía del muchacho:
“Nunca recibo carta tuya sin que me dé calentura antes de haber podido leerla. ¡No sé dónde habrás aprendido a escribir! ¡Qué falta de amor…! Creo que si tuvieras que escribir al asno mayor del mundo, lo harías con más cuidado… Tu última carta la he arrojado al fuego porque no la podía leer; así que tampoco puedo contestarla”.
Genio podrido que los había.

El sobrino soportaba los accesos de cólera de su tío, básicamente porque estaba pendiente de la herencia.
“¡Lionardo! He estado enfermo y te has precipitado a casa de Ser Giovanni Francesco para ver si dejaba algo. ¿No te basta con mi dinero de Florencia? ¡No podéis desmentir tu raza ni dejar de parecerte a tu padre que, en Florencia, me echó de mi propia casa!”.
Pese al pase de factura, Miguel Ángel quería y se preocupaba por su sobrino, uno de los pocos parientes que le sobrevivían. Lionardo era la vía de continuidad de su apellido (“… conviene así para que nuestra raza no se extinga con nosotros. Bien sé que no por eso habría de hundirse el mundo; pero es el caso que todo animal procura conservar su especie. Por eso me importa que te cases”).

Tal vez por eso, durante años estuvo obsesionado con el casamiento de su sobrino, dándole consejos y juzgando a las candidatas que se le presentaban. El sobrino lo dejaba seguir, sin mucho entusiasmo, ni por casarse ni por los consejos de su tío.
“Es una decisión grave: no olvides que entre el hombre y la mujer debe haber siempre diez años de diferencia, y ten mucho cuidado de mirar que la que escojas no sólo sea buena, sino que esté sana”.
Después de tocar los temas económicos (“No me place que tomes por mujer a una muchacha cuyo padre no te la otorgaría si pudiera darle una dote decente. Pretendo que quien quiera darte mujer te la dé a ti y no a tu fortuna”), Miguel Ángel le da dos consejos fundamentales a su sobrino:
“Moléstate en encontrar una mujer que no se avergüence, si llega la ocasión, de lavar los platos y de ocuparse de las cosas de la casa… En punto a la belleza, ya que tú no eres precisamente el muchacho más guapo de Florencia, limítate sin otra preocupación, a mirar que no sea mujer lisiada o repulsiva…”.
Lo que se dice, un amigo el tío.

Tras arduas búsquedas, parece haber encontrado a la candidata ideal. Pero… a último momento, le baja el pulgar:
“Acabo de enterarme de que es corta de vista; defecto que no me parece nimio. Así que nada he prometido aún. Puesto que tampoco tú te has comprometido, en mi opinión es que desistas si estás seguro de la cosa”.
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Luego de seis años de búsquedas, Miguel Ángel se cansa de hacer de Celestina y decide dejar de “colaborar” con la búsqueda matrimonial para su sobrino.
“Hace sesenta años que me ocupo de vuestros asuntos; ahora soy viejo y tengo que atender a los míos”.
Pero, justamente, Lionardo se compromete con Casandra Ridolfi, con quien se casará finalmente. Miguel Ángel se muestra contento por la decisión, agasaja a la pareja e intercambian regalos. Pero, igualmente, le deja un coscorrón al sobrino, a modo de último consejo:
“debiera(s) haber estipulado con toda precisión cuanto tiene relación con el dinero, antes de llevar a la mujer a su casa; porque en estas cuestiones hay siempre un germen de desunión”.
No obstante, lo hecho, hecho está. Así que culmina con un mensaje optimista y bien para arriba:
“Bueno, y ahora, a vivir. Ocúpate bien de ello; que las viudas abundan siempre mucho más que los viudos”.
Llegarán los hijos del matrimonio y Miguel Ángel compartirá, a distancia, las alegrías y tristezas de la pareja, hasta su fallecimiento en febrero de 1564. Su sobrino fue el encargado de cumplir con el deseo póstumo del artista: que su cuerpo descansara en Florencia, su patria.

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