1.12.11

las células inmortales (I)

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El 4 de octubre de 1951, el Dr. George Gey apareció en las cadenas nacionales de la televisión norteamericana para anunciar un momento cumbre en la historia de la lucha de la medicina contra el cáncer. Tras muchos años sin éxito, se había logrado mantener en cultivo, un tejido tumoral humano. Gey auguraba que, a partir de un logro como ése, “seremos capaces de aprender el modo de eliminar completamente el cáncer”.

Es cierto que seis décadas después, la lucha sigue. Pero ése fue un primer paso fundamental.

El mismo día, en el Hospital John Hopkins de Baltimore, Henrietta Lacks fallecía de un cáncer de cuello uterino. Henrietta era una ama de casa afroamericana, de sólo 31 años, madre de cinco hijos, casada con su primo, David Lacks. El matrimonio (en ese momento con dos hijos) se había venido de Virginia y establecido en Dundalk, Maryland, uno de los barrios negros más importantes de Baltimore. David había conseguido trabajo en los astilleros de la zona. Aquí nacieron sus últimos tres hijos.

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A escasos cuatro meses de haber tenido a Elsie, la menor de los Lacks (una niña con serios problemas de salud), Henrietta comenzó con los primeros síntomas de su enfermedad. Dolores y un sangrado anómalo, la llevaron a consultar a los médicos del Hopkins quienes diagnosticaron un tumor en el cuello de útero. El tumor era inusualmente agresivo y no respondió a las sesiones de radioterapias conocidas en esa época. Los médicos sospechaban que, el sistema inmunológico deprimido de Henrietta, debido a una neurosífilis de base, no podía resistir el avance de la enfermedad. Efectivamente, el deterioro fue imparable y Henrietta murió medio años después de ser diagnosticada del cáncer que ya se había diseminado totalmente por su cuerpo.

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El cuerpo de Henrietta volvió a Virginia, enterrada en una tumba sin nombre, frente al campo de tabaco familiar, detrás de la casa donde había nacido su madre. Allí parecía acabarse la historia de una joven, una como tantas, en un ambiente de pobreza y sufrimiento, prematuramente arrebatada por las garras de la muerte.

Sin embargo, algo quedaba de Henrietta todavía.

(continúa mañana)

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