24.2.12

del archivo chatarra: corazón

superchatarra
Un recuerdo infaltable de la celebrada “Cadena Catártica del Viejazo del Último Milenio”, era el libro de Edmundo de Amicis, “Corazón”. Si ustedes quieren saber cómo nuestra generación salió como salió, basta leer algunas páginas de ese libraco, regalo ineludible para los niños de nuestra época.

“Corazón” fue publicado en 1886 y su autor, socialista y periodista, lo compuso como un diario de un escolar de tercer grado de una escuela de Turín. La novela es una mezcolanza de golpes bajos, patrioterismo de baja estofa y personajes unidimensionales trazados con un pincel de brocha gorda. Era inevitable, si usted era un niño, no leer ese libro y sentirse un perfecto turro por ser hijo. “Corazón” es un monumento emérito al kitsch que merece leerse y releerse, de tanto en tanto. Aunque sea para divertirse un poco.

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En la edición de “Super Chatarra Special” de mayo de 2002 recordamos algunos párrafos ilustres de este clásico. Seleccionamos algunos para este post y quien quiera leer la nota completa puede consultarla en:

http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/mayo2002/corazon.htm

Sí, querido Enrique; el estudio se te hace duro, como dice tu madre. Aún sigues reacio; pues bien, oye: ¡piensa y considera qué inversión mísera y despreciable harías de tus días si no fueras a la escuela! Al cabo de una semana, rogarías que te dejasen volver a ella, cansado ya de tu existencia y tus juguetes y consumido por el hastío.
TU PADRE

El día de hoy está dedicado a la conmemoración de los muertos. ¿Sabes, Enrique, a qué difuntos deberían dedicar su pensamiento en ese día todos los niños? A los que murieron por ustedes. ¡Cuántos ha muerto y mueren continuamente! ¿Alguna vez has pensado en la cantidad innumerable de padres que han gastado su vida trabajando; en cuántas madres descendieron a la tumba antes de tiempo, extenuadas por las privaciones que se condenaron para sustentar a sus hijos? ¿Sabes cuántos hombres se clavaron un puñal en el corazón, en la desesperación de ver a sus hijos en la miseria, y cuántas mujeres se ahogaron o murieron de dolor o se volvieron locas al perder un hijo? En este día piensa en todos esos muertos, Enrique.
TU MADRE

En presencia de la maestra, has faltado el respeto a tu madre. ¡Que jamás vuelva a suceder esto, Enrique, jamás! Tu irreverente palabra se me ha clavado en el corazón como un puñal. Me acuerdo de tu madre, cuando hace tiempo, pasó una noche entera velando al lado de tu camita, siguiendo tu respiración; llorando lágrimas de angustia y apretando los dientes de terror, porque creía perderte, y haciéndome temer que ella perdiese la razón; y al revivir aquel cuadro, he sentido una gran pena por ti. ¡Ofender tú a tu madre; la que daría un año de dicha para evitarte una hora de dolor; que por ti pediría limosna, que daría su vida por salvar la tuya! Escucha, Enrique, y grábate bien esta idea en tu cabeza: supongamos que el destino te reserva en la vida días terribles; el más terrible de todos siempre será aquel en que pierdas a tu madre. (.) Vete, y por algún tiempo no me hagas caricias; no te las devolvería de corazón.
TU PADRE

Hay que querer mucho a los soldados. Son nuestros defensores; los que, el día que algún ejército extranjero amenace a nuestro suelo, irán a dejarse matar por nosotros.

Y poniendo el reloj delante de la cara del chico para obligarlo a mirar, le dijo:
-Mira, ¿no es cierto que es todo de oro?
El muchacho respondió secamente:
-No lo sé.
Entonces Votino, lleno de ira, exclamó:
-¡Oh, oh! ¡Qué soberbia!
Llegó su padre, que había oído sus palabras; miró unos instantes al niño, y luego, en tono muy severo, dijo a Votino:
-¡Cállate! -y luego, inclinándose, dijo a su oído en voz muy baja-: ¡Es ciego!

Entonces comprenderás el amor a la patria; entonces lo sentirás, Enrique. Es una cosa tan grande y sagrada, que si un día te volviese a ver salvo de un combate dado en su defensa; si te habías salvado tu vida ocultándote, yo, tu padre, que te saludo con un grito de alegría cuando regresas de la escuela, te recibiría sollozando angustiosamente y nunca podría, ya, quererte, y este puñal, clavado en mi corazón, sería mi muerte.
TU PADRE

El maestro lo llamó en voz alta: “¡Coreta!”. ¡Ni se movió! Algo enojado, el maestro repitió: -“¡Coreta!”. Entonces, el hijo del carbonero, que vive al lado de casa, se levantó y dijo:
-Señor, ha estado trabajando desde las cinco de la mañana, llevando haces de leña.
Entonces el maestro lo dejó dormir y continuó dictando la lección durante media hora. Luego se acercó al banco de Coreta, y muy suavemente, soplándole la cara, lo despertó. Al ver ante sí al maestro, se echó hacia atrás, asustado. Pero el maestro tomó su cabeza con las dos manos y, dándole un beso sobre los cabellos, le dijo:
-No te reprendo, hijo mío. Tu sueño no es de la pereza; es el sueño del cansancio.

¡Seguro que tu compañero Coreta ni tampoco Garrón habrían contestado jamás a sus padres como lo has hecho tú esta tarde al tuyo, Enrique! ¿Cómo es posible? ¡Has de jurarme que esto no volverá a pasar nunca, mientras yo viva! Siempre que, ante una represión de tu padre, te venga a los labios una mala respuesta, piensa en aquel día, que llegará fatalmente en que te llamará a tu lecho, para decirte:
-Enrique, yo te dejo.
TU PADRE

¡Pobre maestra, que había sido tan buena conmigo, que fue tan paciente y que tanto había trabajado durante largos años! Ha dejado a sus alumnos los pocos libros que tenía; a uno, un tintero; a otro, un cuadrito...; ¡todo cuanto tenía! Dos días antes de fallecer le dijo al director que no permitiese que los pequeños acompañaran su cadáver, porque no quería que llorasen.

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