29.11.12

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No hay libro del ensayista Juan José Sebreli que no levante el polvo. Para sus detractores, una muestra del talento marketinero de su autor. Pero no deja de ser refrescante escuchar a un tipo que se anima a ser un francotirador, sobre todo en la actual mediocridad del pensamiento argentino. Seleccionamos algunos de los párrafos más interesantes de la entrevista publicada en “Ñ”.

Mi primera idea era hacer un diccionario político y luego se fue extendiendo. Una palabra clave es democracia. Cuando se le agrega un adjetivo es para decir todo lo contrario, por ejemplo, “democracia orgánica” se usa para un régimen colectivista, los regímenes estalinistas la llamaban democracia popular para describir una dictadura. El caso del fascismo es paradigmático, se dice cualquier cosa. Primero se confunde con dictadura tradicional y no tiene nada que ver. En la Argentina se dice que Videla u Onganía eran fascistas y no lo eran. Hay puntos en común, porque entre un fascismo, bonapartismo, populismo y dictadura militar los límites son borrosos, pero no son iguales. A una dictadura militar tradicional como la de Onganía o la de Videla le faltan características decisivas de un fascismo: primero no son líderes carismáticos, ni pretendían serlo, eran lo anticarismático total, y segundo, la movilización de masas. Las dictaduras son desmovilizadoras de las masas. Las calles tienen que estar desiertas. En el populismo, el fascismo y el totalitarismo, las masas tienen que estar en la calles. La dictadura tradicional quiere el silencio, en las dictaduras no tradicionales las masas tienen que gritar y aplaudir. Nadie subió en forma tan impecablemente democrática como Hitler. Primero fue primera minoría en el Congreso, después fue nombrado canciller por el presidente de la República de Weimar, y al año de estar como canciller, luego de la muerte del presidente, llamó a un plebiscito y sacó el 85% de los votos. El método democrático también sirve para destruir la democracia.

Otra inconsistencia es confundir un liberal con un conservador, pero en la Argentina es un error muy común. En el mundo anglosajón un liberal es el progresista. En la Argentina del siglo XIX y comienzos del XX, lo contrapuesto al liberal era el conservador, incluso uno de los próceres que hoy reivindican los populistas como Mariano Moreno, era liberal en lo político, porque tradujo el Contrato Social de Rousseau, y era también liberal en lo económico porque escribió La Representación de los hacendados. En cambio, el movilizador de masas fue el rosismo, que fue un protofascismo, en un momento donde no existía nada parecido en Europa ni América. Fue un régimen totalitario en sentido estricto. El totalitarismo es otro concepto. Porque puede adecuarse a regímenes de izquierda o derecha. Es la desaparición de los límites entre sociedad civil y Estado. La vida cotidiana, hasta los aspectos más íntimos, como la sexualidad, es controlada y existe una ideologización de todo. El totalitarismo es un sistema muy difícil, sólo hubo pocos en sentido estricto: el nacionalsocialismo, el estalinismo, el maoísmo y el castrismo. El sujeto histórico para Hitler era el pueblo. Esa era la Nación. Tanto Stalin como Hitler despreciaron a Hegel. Carl Schmitt, jurista nazi, habló en contra de Hegel.

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...el intelectual no está en su mejor momento. Es un problema mundial: el lugar del intelectual libre lo ocuparon, por un lado, los periodistas de investigación, y, por otro lado, los académicos. El periodismo a principios del siglo XX era la bohemia, la noche, no tenía prestigio, y los académicos eran los conformistas, burócratas, escribas del sistema, integrados, burgueses, eran algo gris. Ser profesor de la universidad no tenía nivel. Luego comienza a surgir de las universidades de Estados Unidos la idea de abrir las puertas a lo contracultural, y ahí se convierte en prestigioso. Sartre es el último intelectual libre: nunca pisó una Universidad, nunca tuvo un cargo público.

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Eso forma parte de lo que se llamó los nuevos movimientos sociales, ya lo pensó Alain Touraine. Son movimientos que se juntan por temas concretos y puntuales. En el caso del 2001, era una muchedumbre solitaria, cada uno fue por cosas diferentes. Se juntaron en un momento y luego se separaron. Yo digo siempre que es un síntoma de la dispersión total del sujeto histórico según el marxismo y del pueblo según los populistas. A Toni Negri, coautor junto a Michael Hardt de Multitud, le diría que esas multitudes no siempre están por las buenas causas; él vino en el 2001 pero no vio cómo eso se disolvió en el aire. De la consigna “que se vayan todos” el resultado fue que volvieron todos y se quedaron los peores. Yo recuerdo que las dos primeras manifestaciones de las calles públicas y espontáneas en el siglo XX fueron las multitudes de París y Berlín: festejaban la declaración de la Primera Guerra Mundial. Todos, de izquierda a derecha, clase media y alta, salieron enloquecidos. Toni Negri tendría que haber venido en 1982, hubiera visto unas multitudes mucho más entusiastas, delirantes con el dictador Galtieri. Yo no creo que de los cacerolazos surja algo potable. Muchos movimientos son antipolíticos, pero no libertarios.

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Ese régimen (el peronismo) es un bonapartismo o un cesarismo plebiscitario. El primero que estudió eso fue Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde analizó el régimen de Bismarck y de Napoleón III. Después Max Weber en la década del 20 le coloca el nombre de cesarismo plebiscitario. El peronismo no es algo original y único inventado en estas tierras, eso es un mito, ya era analizado en la década del 20. Hoy en América Latina hay claramente dos ejes: una línea abiertamente populista de Chávez, Evo Morales, Correa y Cristina Fernández y otra más afín a una socialdemocracia, con Dilma Rousseff en Brasil o Pepe Mujica en Uruguay. América Latina tiene la tradición de los caudillos que eran una forma de populismo bárbaro. El bonapartismo tiene algo de fascismo pero más burocrático y light, y el fascismo es un bonapartismo radicalizado. Hoy hay una cosa nueva de semidemocracia y semidictadura, eso es Chávez, por ejemplo. Es el espíritu del tiempo. Cuando surgen los populismos de la década del cincuenta había fascismos. Perón es un semifascista, porque no cierra el Congreso, pero se parece al fascismo de los primeros años: persigue al periodismo, expropia el diario La Prensa que era el Clarín de la época. Ahora el espíritu del tiempo es más democrático, entonces no pueden hacer las cosas que sí hacía Perón, el mundo ha progresado en materia de libertades.

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...una de las diferencias entre el neopopulismo de hoy y el populismo clásico: se ha desprendido de elementos decisivos como el ejército y la Iglesia y puede darse el lujo de apoyar medidas modernizantes, que no podría haber hecho Perón. Pero son tácticas, en rigor no les importa nada.

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A mí la derecha me considera de izquierda, y la izquierda me considera de derecha. Yo podría ser un socialdemócrata a la europea, no de acá. Acá son todos populistas. Hermes Binner, referente del Frente Amplio Progresista, no es un socialdemócrata. Hay un populismo radicalizado y uno más moderado. El radicalismo es populista, no hay vuelta de hoja. Yrigoyen fue un líder populista, Alfonsín habló del tercer movimiento histórico y Perón reivindicaba la línea con Rosas e Yrigoyen. Hay una crisis fuerte de la socialdemocracia. Los grandes líderes que yo admiro como el alemán Willy Brandt o el español Felipe González ya no existen. Acá existió hasta el 45 con el Partido Socialista de Juan B. Justo. Pero la aparición del populismo borró por completo la socialdemocracia. En Estados Unidos, el Partido Demócrata jugó un papel central, pero tiene el freno del federalismo, del Senado, los jueces, y los Estados del sur que son muy reaccionarios. Hoy Barack Obama, al que yo votaría, está muy acotado por el Senado y por un sector muy retrógado de la sociedad norteamericana.

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En general la cultura urbana está en decadencia en todas partes, por ejemplo en París. Todo ese París que yo conocí en la década del sesenta, con los cafés y los paseos no existe más. Se mantiene por los turistas, pero el mundo de la bohemia desapareció. Hoy se mantiene la decoración pero nada más. La decadencia es común a todas las ciudades, porque son megalópolis, y a mí me gustaban las ciudades. Ojo, no soy un nostálgico y no creo que todo tiempo pasado fue mejor, en otros aspectos vivimos mejor: las libertades que tenemos hoy son infinitamente superiores. La persecución a los homosexuales existía en París; en Inglaterra los metían presos a trabajos forzados. En materia de salud, también. Ha habido una gran revolución en la vida cotidiana en la década del sesenta que es indiscutible. Pero desaparecieron cosas que me gustaban, y que consideraba fundamentales: las salas de cine para mí eran un segundo hogar, los cafés, casi ya no existen o cierran a las ocho de la noche, y los paseos, como Florida, Lavalle o Corrientes, hoy son calles lúmpenes. Eso es lo que yo ataco, no en otros aspectos. Yo elijo vivir hoy por la libertad que tengo, no ayer.

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Era (el ensayo) el género que me permitía la interdisciplinariedad. Hoy hay papers y después hacen un libro con todo eso. Yo reivindico el ensayo completamente. El ensayo me permitía esa libertad. Sin embargo, lo que más leí desde chico eran novelas, toda la literatura del siglo XIX y la primera mitad del XX. Las dos cosas que podría considerar como materias pendientes fueron escribir una novela y ser director de cine. Pero no hubiese sido un buen director de cine porque con los grupos me llevo mal.

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La política me interesa tal vez más que la filosofía pura. Pero la militancia política me es imposible. La política activa me causa rechazo, la política teórica me apasiona. Nunca estuve afiliado a ningún partido. Tampoco tenía partidos para afiliarme. Al radicalismo y al peronismo los detesto. Tengo un rechazo a las reuniones grupales. La tarea del escritor es solitaria. Yo era un chico solitario y no tenía contacto con el mundo cultural. No me gustan las relaciones públicas. Lo único que me gusta es leer, escribir, ver cine y escuchar música. Yo hubiera podido terminar muy mal, por suerte Buenos Aires, vida cotidiana y alienación tuvo éxito. Di cursos en mi casa durante la época de la dictadura, incluidos sábados y domingos, le llamaban la Universidad de las Sombras, era una audacia total. Tengo un recuerdo muy agradable de aquello. Luego di cursos en la Academia del Sur, incluido ese bizarro al cual vino Mirtha Legrand, pero era un curso normal y silvestre. Enseñaba lo mismo que les daba a los trotskistas.

“Juan José Sebreli: 'En la Argentina son todos populistas'”
Reportaje de LUIS DIEGO FERNANDEZ a JUAN JOSÉ SEBRELI.
(ñ, 16.11.12)

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