25.6.15

apuntes de historia argentina: héroes en segundo plano

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© CARLOS CURTI

Para resumir en unos pocos el talante heroico de aquellos argentinos, señalemos algunos episodios protagonizados por esa “gente de segunda fila” que, salvo escasas excepciones, no está en el bronce ni es recordada en los generalmente esquemáticos y convencionales calendarios oficiales.

En la dolorosa y cruel contienda de la Triple Alianza, librada por Argentina Brasil y Uruguay contra el Paraguay, entonces rico y fuerte, durante los combates Sauce o Boquerón (16, 17 y 18 de julio de 1866), rivalizaron en heroísmo los veteranos y los ya fogueados hombres de la Guardia Nacional, el “pueblo en armas” precursor del servicio militar obligatorio. La lucha cuerpo a cuerpo fue formidable: se peleaba con los fusiles y las bayonetas, pero también con piedras y tierra arrojada a los ojos para sumir en la ceguera al adversario.

Cuando atacó la división del coronel Cesáreo Domínguez, quedó demostrado una vez más el valor de aquellos milicianos (en cuyas filas había también extranjeros de alma argentina) que un día habían sido arreados para la guerra pero ahora desplegaban su temple en torno a la azul-celeste y blanca enseña de la patria común. Teófilo Ivanowsky, con la mano hecha pedazos y con su fuerte acento extranjero, incitaba a los soldados del Mendoza-San Luis a entrar en la trinchera. Rómulo Giuffra, el “bersagliere” italiano que comandaba a los bizarros fusileros sanjuaninos, caía con tres heridas profundas. El cordobés mayor Palacios debía ser sustituido por un oficial subalterno al quedar fuera de combate. Una bala de cañón le llevó las dos piernas al teniente Lemos, quien, en un último esfuerzo, desenfundó su revólver, se lo dio al capitán Villanueva y le pidió que lo despenara: “Muero contento porque asisto a nuestro triunfo y he cumplido con mi deber”, dijo, y dejó de existir.

El portaestandarte del Mendoza-San Luis rodó en aquel momento alcanzado por otro proyectil, y el sargento Pedro Coria, arrancándole la enseña, saltó sobre el foso al grito de “¡Viva la patria!”. El sargento Linares, del mismo batallón, gritaba: “¡No miren a los que caen: hemos venido a pelear y a vencer!”. A su lado, el soldado Raimundo Carreras trataba desesperadamente de cavar escalones con su bayoneta para trepar al parapeto.

Finalmente, los argentinos lograron tomar momentáneamente la posición. Al hacerlo cayó gravemente herido el capitán sanjuanino Leandro Sánchez. Su colega cordobés Pedro Sosa logró subir pero murió en el acto. Fue entonces cuando sucumbió el abanderado del 2 de Entre Ríos. El sargento Máximo Eguren, de ese batallón, tomó la bandera y le gritó a sus muchachos: “¡Síganme si son hombres!”, a lo que contestó uno de ellos: “¡Lo hemos de seguir, sargentito!; ¿acaso usted nomás es argentino?”...

Un nuevo ataque parecía suicida. Los paraguayos habían concentrado grandes masas de tropas en todo el sector. No obstante, se dispuso el avance de dos brigadas al mando del coronel Argüero. Éste, al saludar al general Emilio Mitre, le dijo, entristecido: “Esté seguro, general, que voy a cumplir con mi deber; le recomiendo a mi familia”. Apenas fueron avistados comenzó una verdadera masacre, que se acentuó cuando los cuerpos chocaron con el adversario. Cayó herido el teniente coronel Orma y le cedió el mando de las fuerzas a don Mateo Martínez, “el ídolo del pueblo de Buenos Aires”. Luego de media hora de combate, decidido a hacer un último esfuerzo, éste le pidió la enseña de su batallón al abanderado Miguel Mazzini, para hacerla tremolar, él mismo, en lo más recio de la acción. El joven oficial se negó con vehemencia: “Iré donde vaya mi bandera, y mi mayor gloria será mancharla con mi sangre. ¿Dónde quiere que la clave?”. “¡Allí!”, contestó Martínez, señalando la trinchera...

Ciento quince años después, el 2 de abril de 1982, al producirse la toma de Puerto Argentino por infantes de marina, fue abatido por el fuego inglés el capitán de corbeta Pedro Giachino. Al contemplar a su jefe herido, un modesto cabo 1° buzo táctico enfermero, Ernesto Urbina, se lanzó sin vacilar a ayudarlo. Los británicos no advirtieron la cruz roja que lo identificaba y le dispararon. Resultó gravemente herido. Al preguntarle sus compañeros por qué se había expuesto, sin armas, a las balas adversarias, respondió: “¿Qué, acaso iba a abandonar a mi jefe?”

Tales, entre tantos, estos episodios de intrépida bravura que invitan a pensar en que el espíritu de entrega y patriotismo no es patrimonio de especie de semidioses remotos, empinados en el bronce, sino de gente sencilla que antes y, seguramente ahora, en los más diversos planos, protagonizan gestos heroicos en forma cotidiana.

FUENTE:

http://www.lanacion.com.ar/568829-episodios-olvidados-heroes-sin-bronce

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