27.11.15

arthur miller

la nación

En su suplemento “Conversaciones”, el diario “La Nación” suele rescatar viejos reportajes de su larga historia editorial. Este finde largo, rescató un reportaje al dramaturgo Arthur Miller del 23 de julio de 1989. Vale la pena reflexionar sobre sus respuestas, porque Miller adelanta algunos síntomas de la sociedad que estamos viendo en estos días. Quizás, entonces, no llamó la atención como debería.

Suena increíble, pero cada vez hay más gente que no le da valor a las palabras, que desconfía de ellas. Cuando la obra que acaban de ver no les gusta, o no la entienden, encuentran una sola explicación para su aburrimiento: demasiadas palabras, se quejan. No comprenden que la palabra sigue siendo la vida misma del teatro. Este fenómeno, que empezó con la televisión, allá por los años cincuenta, se fue agravando a medida que la llamada cultura de la imagen se instalaba en nuestras sociedades. Algo parecido ocurre en el cine. El relato, a menudo, queda confinado exclusivamente a las imágenes. La audiencia de estas películas se comporta como si fuesen infantes: permanecen rígidos, observando las escenas, pero sin que éstas despierten en ellos la más mínima respuesta.

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...para comprender las ideas y las asociaciones de ideas que nos propone un diálogo, es necesario una mínima culturización previa, cierto nivel de educación. Implica estar atentos y permeables a las voces. Por supuesto esto demanda cierto esfuerzo mental que, honestamente, no sé si el público de esta nueva cultura está dispuesto a hacer. Noto una suerte de desentendimiento respecto de lo que le sucede a los semejantes. Pero no soy pesimista del todo.

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Los otros días le mostré algunas hojas del manuscrito en el que estoy trabajando a mi hijo. Las leyó y hasta diría que se conmovió. Pero, ¿sabe cuál fue su reacción? Dijo: ¡Dios mío, pensar que todo está construido con palabras, con un montón de palabras. Su respuesta -imagino que debe de ser también la de los amigos de su edad- pone en evidencia que la cuestión no es si el teatro les gusta o no a los jóvenes. El verdadero problema es que todavía no lo han descubierto. Nacieron y se criaron con la televisión, sin comprender la tremenda fuente de conocimiento que es el teatro.

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Uno de los vicios de los malos periodistas (y de los malos periódicos) es reducir la noticia a su mínima expresión. Olvidan los argumentos de fondo, hacen triviales las ideas, omiten detalles, todo en su afán por exhibir el costado sensacionalista (y vendedor) de la historia. Son los periodistas que cada vez que oyen el nombre de Arthur Miller corren al archivo a buscar la foto de Marilyn. Reaccionan así porque son haraganes y no tienen ideas. No hay manera más trivial de tratar un hecho que publicar fotos viejas con comentarios agregados a último momento.

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Honestamente, no creo que alguien pueda explicar por qué el recuerdo de Marilyn sigue tan vivo en la memoria de los Estados Unidos y de tanta otra gente. Es un romance misterioso que yo -especialmente yo- no puedo aclarar. Fue una gran comediante, no hay duda de eso; pero lo curioso es que rara vez reponen sus películas. Hasta los jóvenes hablan de ella con una familiaridad asombrosa. Es probable que todavía siga ejerciendo alguna influencia en mi obra, no estoy seguro.

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Alguna vez escribí que Marilyn fue más allá de lo que la psique colectiva de los norteamericanos estaba dispuesta a tolerar en aquellos años. Marilyn fue la prueba de que la sexualidad y la seriedad no podían convivir en la misma persona.

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Mi obra más representada no es La muerte de un viajante, como cree casi todo el mundo, sino Las brujas de Salem. Tal vez, porque hace falta un gran actor para interpretar a Willy Loman y no todos los directores tienen uno a mano cuando les hace falta. Tampoco hay que olvidar que el tema de Las brujas... es la libertad, algo que nos obsesiona a todos, en especial cuando estamos por perderla. Durante años dije que era capaz de pronosticar cuándo darían un golpe de Estado en América latina, porque antes de empezar la revolución, inevitablemente, alguien montaba allí una producción de Las brujas... Lo increíble es que la obra también era una respuesta cuando tambaleaba el dictador de turno.

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...escribí La muerte de un viajante en seis semanas de un tirón. El tema estaba en mi cabeza desde que era adolescente, es cierto, pero hice la versión final en seis semanas.

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Para avanzar unas setenta páginas a veces tengo que tirar a la basura dos mil. El conflicto no está sólo en la técnica, en el tono de un diálogo, sino en cómo organizar el material.

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En realidad, a esta altura de mi vida no me siento a la máquina a escribir una obra. Me siento para ver si la descubro, que es algo muy distinto.

Reportaje de HECTOR D'AMICO a ARTHUR MILLER
“Arthur Miller: 'Marilyn fue la prueba de que la sexualidad y la seriedad no podían convivir en una persona'"
(la nación, 27.11.15)

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