14.4.16

historias de chicas fáciles

Otra hetera, Filomena, declara francamente a un enamorado suyo: « ¿Por qué me escribes tan largas cartas? Necesito cincuenta monedas de oro y no epístolas. Si me quieres, paga; si prefieres el dinero a mí, deja de molestarme. Adiós. »

(...)

Lais de Corinto fue una hetera tan célebre que Demóstenes viajó de Atenas a su ciudad para conocerla. Habiéndole dicho que la deseaba, Lais pretendió de él una considerable suma.
-No compro tan caro un arrepentimiento, contestó el célebre orador y se volvió por donde había venido.

(…)

Un día el célebre escultor Mirón se presentó en casa de Lais solicitando sus favores y fue rechazado por la hetera. Creyendo el buen hombre que la causa del rechazo era su edad y sus canas, se tiñó el pelo y volvió a presentarse en el domicilio de la hetera que, en cuanto le vio, exclamó:
-¡Tonto! Tú pides una cosa que le he negado a tu padre.

(…)

Otra hetera, Friné, fue acusada un día de no recuerdo qué delito. Su abogado no encontró mejor medio para defenderle que desnudarla ante el tribunal y decir:
-¿Creéis que una mujer tan bella puede cometer delito alguno?

Los jueces se dejaron convencer y absolvieron a Friné.

(…)

Un día se encontraba en un banquete con otras mujeres. Se jugó a que todas hicieran lo que hiciese una de ellas. Cuando le tocó el turno a Friné, mandó traer una palangana con agua y se lavó la cara con ella.

-Que otras hagan lo que he hecho yo.

Y como Friné no usaba pomadas ni afeites de ninguna clase apareció después del gesto, tan bella como antes, cosa que no sucedió con sus demás compañeras.

(…)

Un día el célebre escultor Praxíteles le ofreció sus obras para que escogiera la que mejor le pareciese. Dudando de su gusto y confiando en el del escultor, una noche, en una cena, hizo que uno de sus sirvientes gritase despavorido que el taller de Praxíteles estaba ardiendo.

-¡Ay, mi Cupido!, dijo el escultor.

Y así supo Friné cual era la mejor obra y la escogió.

(…)

Horacio nos cuenta que Catón el Viejo, viendo salir de un lupanar a un joven conocido suyo le dijo:

-Bien hecho, aquí es donde deben venir los jóvenes cuando el deseo hincha sus venas, en vez de palpar las esposas de los otros.
Pero viéndole salir otras veces del mismo lugar le increpó:

-Joven, aquí se puede venir alguna que otra vez, pero no sabía que habías fijado aquí tu domicilio.

(...)

CARLOS FISAS
“Historias de la historia”
fuente: http://librosmaravillosos.com/historiasdelahistoria/parte04.html

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