Registro de un momento mágico. Buenos Aires, viernes 3 de junio, a unos veinte minutos de las diez de la noche, en un vagón del subte que va hacia Los Incas, por el subsuelo de la Avenida Corrientes. Muchos estudiantes, libros en mano. Una parejita se besa en la puerta del vagón. Ella tiene un arito que brilla como una peca en la nariz; frunce los labios con un aire de reproche artificial que motiva el abrazo y el beso del novio, que sigue el juego del consuelo. En la estación Medrano sube un chico con una guitarra eléctrica y un equipo amplificador. Conecta la guitarra, apura algunos acordes y ataca con “Eleanor Rigby”, esperando alguna moneda como gratificación. Por la otra punta del vagón entra un grupo de nenes de la calle (tres chiquitos y una nena). Recolectan los números de “La Razón” que manguean a los pasajeros, para vender el papel. Uno de los chicos, lleva un pilón de diarios bajo el brazo. Todos tienen las ropas sucias, desprolijas, los pelitos parados, las zapatillas con bordes mordidos. El barullo infantil empuja por el medio del vagón. Uno queda enganchado en el bolso de un chico y tardan un rato, entre gritos de soluciones inútiles, para liberarse. Mientras, la música los atrae al centro del vagón.
Los pibes se abren en abanico frente al chico que toca su guitarra. Se detienen (la nena es la que se acerca más, con una pose de adulto precoz o paloma desorientada) de cara a las cuerdas que vibran las líneas de Los Beatles.
Mira a todo esa gente solitaria. Si John pudiera verlos desde su nube en Liverpool. Los pibes abren los ojos grandes, fascinados, con una sonrisa, como si se hubieran vuelto chicos en un instante, en un segundo fugaz, rozados por el ala de un ángel melancólico.
El guitarrista se copa en la zapada, siguiendo el ritmo con la pandilla infantil, que se mece al ritmo de la música. Los pasajeros apuran las monedas en la funda de la guitarra y, tal vez por primera vez en ese día, sonríen.
Luego, viene la próxima estación.
Gente que sube. Gente que baja.
Y el guitarrista que pasa al otro vagón.
Y los chicos que bajan en Malabia, esperando el próximo tren.
Momento mágico. Buenos Aires, 3 de junio. Viernes a la noche.
6.6.05
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