7.12.05

alas

"Koek Koek tenía razón... Claudio no pudo suicidarse porque se acobardara de vivir. Se suicidó por exceso de luz"
JUAN JOSÉ DE SOIZA REILLY

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Una tarde, caminando por la calle Florida (seguramente portando sus característicos bastón y sombrero Stetson), Stephen Koek Koek se encontró con el poeta colombiano Jorge Escobar Uribe, más conocido por su seudónimo artístico, Claudio Alas. Koek Koek había conocido a Alas en Valparaíso, cinco años atrás, y habían trabado una gran amistad. Alas había intentado la gran aventura de triunfar en Buenos Aires, tras su paso por Chile y Ecuador, donde trabajó como periodista. Cuando llegó a Buenos Aires se encontró con la desilusión que sintetizó el consejo de Juan José de Soiza Reilly, el periodista y escritor que Alas había admirado desde el otro lado de los Andes: "Aquí, amigo mío, no se triunfa. Apenas se vive".

Cuando Stephen Koek Koek se cruzó con su amigo en la calle Florida, Alas vivía en la más extrema miseria. Dormía en las plazas y pasaba hambre. Koek Koek le ofreció su casa. Alas se negó. Koek Koek tuvo que insistir y finalmente lo convenció, ofreciéndole un trabajo: cuidar su perro, un galgo que había comprado en cuotas (las que todavía faltaba pagar), en su casa en Banfield. "Pero conste que eres el primer amigo al que hago honor de vivir en su casa" aceptó Alas a regañadientes.

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Koek Koek pintaba los treinta lienzos que constituirían la exitosa exposición de la casa Moretti, Catelli y Mazzuchelli de Montevideo; Alas escribía, siempre en compañía del galgo que se convirtió en un amigo inseparable del poeta.

El 5 de marzo de 1918, Alas declinó acompañar a Koek Koek a una fiesta en la que iba a celebrar el éxito de la exposición. Cerca del atardecer, tras escribir tres cartas (que cerró y dejó a la vista, sobre el escritorio de la casona en Banfield), salió al jardín y se recostó contra el tronco del laurel. A un lado el perro; al otro, el arma. El primer tiro fue para el perro; el segundo, para él. Koek Koek los encuentra en la orilla del amanecer del día siguiente, al regresar a su hogar, tambaleando aún por los excesos del festejo.

"Primero mato al perro de Koek Koek, mi amado amigo. ¡Pobre! También está cansado y su alma me acompañará" deja escrito en una de las cartas, a su hermano Alfredo, misiva telegráfica, fría y formal, que contrasta con las cálidas líneas dirigidas a su amigo y pintor. "Yo te mando, yo, un muerto, te mando obedecer a Koek Koek, el único hermano mío" resume Alas póstumamente.

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"Se mató sencillamente porque sabía mucho. Sabía demasiado..." lo despidió Koek Koek en una charla con el periodista Juan José de Soiza Reilly quien heredó el último mandato del poeta, reunir y publicar, en un libro, sus últimos poemas inéditos.

(continuará)

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