"Cada tela cuenta una tragedia. En cada cielo gime un dolor infinito. En cada figura humana palpita una fatalidad horrenda. En cada uno de sus mares imponentes, grandiosos y pensativos, se esconde la muerte. La misma muerte que presiente en todos esos terroríficos paisajes nocturnos"
REVISTA "EL HOGAR"
Si usted suele recorrer las galerías de arte de Retiro, en esa semana de exhibición previa al día de remate, seguramente se ha topado con esos barcos tallados en la tela a fuerza de hachazos de luz, ráfagas de color acribillados en horizontes imposibles, figuras trazadas como rendijas de sol, en el oscuro vacío de salones desiertos. Si entre tantos Soldi, Berni, Figari, Quinquela, le ha llamado la atención esos paisajes metafísicos, esos navíos huérfanos, esos peregrinos ausentes, seguramente se habrá acercado al cartel de referencia y habrá leído: "Stephen Robert Koek Koek (1887- 1934)". Tal vez, es posible, haya ido a buscar más datos en un diccionario enciclopédico. Y, más que seguro, se habrá dado la cabeza contra un muro de silencio o la referencia de algún artista holandés del siglo XVIII.
La nada. Ese es el primer síntoma. Ha dado usted con Stephen Koek Koek, un pintor descomunal, un artista inclasificable, con una vida que parece disolverse en el margen, en la nada y la oscuridad, la amenaza que lo persiguiera en vida y que pareciera (sólo pareciera) haberse tragado su nombre en la muerte. Fosforescencia en la bruma, a partir de hoy, aportamos algunos datos sobre el hombre detrás de los cuadros, poeta maldito, vómito de sol, una historia de una pasión tan monumental como sus cuadros.
Intentar una biografía de Stephen Koek Koek es afrontar los vacíos, los baches cronológicos, la imprecisión reemplazada por la suposición. "Algo debí heredar artísticamente de mis mayores, pues en todas las familias de mi rama ha habido un pintor célebre" confiesa el pintor en un reportaje en 1925 "Yo soy el último descendiente". Parece ser el mejor lugar para empezar su historia.
Heredero de una dinastía de pintores holandeses (sus biógrafos cuentan hasta 15 con su nacimiento), Stephen Robert Koek Koek nació en Londres, el 15 de octubre de 1887. Su padre fue Hermanus Junior Koek Koek, pintor holandés radicado en Londres, el artista que se ocultaba tras el seudónimo J. Van Couver. Stephen se interesa por la pintura ya adolescente, a los 14 años. No se le conocen estudios académicos y se presume que es un autodidacta. Seguramente, haya aprendido los rudimentos en el entorno familiar.
De esas nieblas del inicio, se sabe que en 1910, la familia Koek Koek llegó a Lima y a partir de allí, empieza el peregrinar de Stephen por Latinoamérica. Hay rastros de él en Chile y en la Patagonia, donde tramita una autorización para recorrer armado el sur argentino. En 1914 lo ubican en Mendoza, en su primera exposición, provincia donde también se casa y tiene su primer hijo, un año después.
Ahí se produce otro de esos vacíos de información, que caracterizan la vida de Koek Koek. En 1917, en Santiago de Chile, conoce a Carlos Orero, su mejor amigo y que será el marchand personal que guiará la carrera artística de Stephen. Nada sabemos (ni sabremos) de su esposa ni de su hijo, perdidos definitivamente en el pasado.
Se está preparando la entrada grande de Stephen Koek Koek en la plástica latinoamericana, con la exitosa exposición de 1918, en el Salón Moretti de Montevideo.
También espera, como siempre espera, la muerte.
(continuará)
6.12.05
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1 comentario:
En cada tela, cada tabla, vuelca un pedazo de su alma. Con cada una de sus pinturas, nos envía un mensaje de lo que le estaba tocando vivir en el momento que la creó. Desinteresadamente nos permitió compartir su riquísimo universo interior poblado de Cardenales, fiestas de luces y sombras, majestuosas fragatas, oníricos paisajes.Brindó tanta belleza y regocijo para los demás, que no se guardó nada para sí.
Rodolfo- Montevideo.
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