8.12.05

mística

"Yo avancé siempre con mi profunda ensoñación de artista, dominado por la excelsitud de la emoción del color, de ese tesoro adorable que es la luz, la tonalidad y la sombra, sin cuyas vibraciones ningún motivo de la naturaleza tendría el valor de una obra de arte"
STEPHEN KOEK KOEK

Image hosted by Photobucket.com

Tras la muerte de su amigo Claudio Alas, Koek Koek deja la casona de Banfield y alquila, a medias con el artista Zuretti, el primer piso de una casona en Florida. Desaloja los muebles del piso y se instala con el pesado caballete de madera que sostiene un barril de jerez con canilla, un martillo, una caja de tachuelas, un vaso para su bebida y sus pinturas. Las tachuelas las clavaba en los marcos de las pinturas, para que al apilarlas una sobre otra, no se pegotearan. A modo de artilugio publicitario, una vidriera en la calle exhibía el cuadro de unas mujeres cuya faldas se levantaban, por el viento de un día de lluvia, más allá de lo que podía soportar el pudor de la época.

Koek Koek pintaba en trance, de un tirón, en una tormenta mística, acumulando mancha sobre mancha de color, sin preparar ningún bosquejo previo en la tela. Gesticulaba, hablaba solo, se enojaba, "como si quisiera adelantarse a sus propios pinceles", como lo definiera con precisión su biógrafo y amigo, Adolfo Maeder.

"Colgaba su bastón de la manija de alguna puerta. Se quitaba los zapatos y las medias. Sacaba de los bolsillos sus pocas monedas. Las arrojaba dentro del calzado. Se quitaba el saco, el chaleco y los pantalones. Necesitaba estar cómodo, sin que nada le impidiera sus ágiles movimientos, instintivamente naturales. En ese trance se descubría y dejaba el sombrero sobre el casco. Y el cigarro seguía humeando, en cualquier parte, hasta apagarse. Lo que no se apagaba eran sus exclamaciones, sus interjecciones después de cada pincelada. Luego tomaba distancia, contemplaba con ceño adusto lo hecho y volvía a su caballete que debía resistir embates implacables y que con cada brochazo vibraba como diapasón al conjuro de cosas inseparables marcando el compás y la altura de su trascendental vuelo pictórico" describe Maeder.

Posando a lo Bonaparte, Koek Koek exclamaba: "¡Napoleón me ha insuflado su espíritu!". Luego, una vez terminada la faena, caía en una mansa depresión, una quietud empapada de tristeza.

Image hosted by Photobucket.com

Las exposiciones se acumulan, una tras otra. En 1920 en Witcomb; en 1922, otra vez en la galería Moretti, impulsado por Pedro Figari; ese mismo año, expone 80 telas en el sótano del Palais Concert de Lima; en 1923 en Río de Janeiro y un remate de sus obras y de un baúl de su propiedad, en el Banco Municipal de Buenos Aires (el remate del baúl sugiere que el pintor pasaba por dificultades financieras, pese al éxito de ventas de sus cuadros).

En el medio, el romance y la ruptura con una mujer de alta posición social de Montevideo, amor que lo hace desistir de su proyectado viaje a Estados Unidos. El nombre de la dama se pierde en las sombras de la biografía, como tantos otros momentos de su vida.

En 1925, Koek Koek se recluye seis meses en el campo de su amigo Navarro Loveira, en Chivilcoy, dedicado exclusivamente a pintar. Un fin de semana realiza una exposición en el Colegio Nacional, otra más si no fuera por uno de los visitante que compró uno de sus cuadros en $800: el entonces capitán Juan Domingo Perón.

¿Qué puede detener la carrera de Stephen Koek Koek? ¿Hay alguna sombra que turbe su proyección futura?

Image hosted by Photobucket.com

Adolfo Maeder se lo encuentra tomando sol en una plaza. El sombrero Stetson, el habano, el bastón. Juntos vuelven por la calle Sarmiento cuando Koek Koek explota de ira, contra un policía que no se había dignado a reconocerlo ni saludarlo. "Voy ahora a la embajada inglesa a denunciar este caso. ¡Hay que romper las relaciones diplomáticas con la Argentina y pedir que se le envíen las naves de guerra!" exclama.

La nube era la propia mente de Koek Koek.

(continuará)

No hay comentarios.: