4.6.06

the marketing code

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EL CÓDIGO DA VINCI

Alfred Hitchcock (dicen que) dijo que los libros mediocres eran los únicos que debían trasladarse al cine, que los buenos libros no podían adaptarse en todo su esplendor y que siempre le íbamos a buscar las fallas en la traducción a la pantalla. Uno esperaba que "El código Da Vinci" cumpliera con ese precepto. Pero Ron Howard se limitó a ponerle imágenes a la mala novela de Dan Brown. Sin ninguna revolución estética, sin ningún apunte satírico, sin regodeos visuales ni participaciones brillantes, el resultado es tan soso como el libro en que se basa. Ese es el principal problema de la película: por su fidelidad al original, tiene sus mismos defectos.

Akiva Goldsman adaptó la novela de Brown, purgando el mensaje republicano anticatólico y antifrancés del original. Políticamente correcto, trató de molestar lo menos posible con el Opus Dei y la CEE y asegurarse un mercado amplio. Sin embargo, no metió mano en los puntos más flojos del libro: la falta de profundidad psicológica de los personajes, el exceso didáctico del texto, la banalidad de los diálogos, los constantes deus ex machina para que avance la trama.

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Desde el buen planteo inicial que tiene el libro (académico norteamericano sospechado de ser el asesino del director del Louvre, baleado en una de las salas del museo, que en realidad le ha dejado un mensaje oculto relacionado con un ancestral secreto sobre Jesucristo), se pudo montar una buena película pochoclera, si Goldsman se hubiera alejado un tanto del original.

¿Cómo hacerlo? En primer lugar, darle mayor dimensión dramática a los personajes. En algún momento lo intenta: la caída en el pozo de Robert Langdon; el enojo de Sophie con su tío y su disgusto con la historia; el anticatolicismo de Sir Teabing, adivinándose su oposición por la discriminación de la iglesia a los homosexuales; la fidelidad ciega de un policía a su congregación religiosa.

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Con estas líneas, los personajes pudieron haber avanzado lo suficiente. Pero el guión se queda con las líneas del libro, la explicación al estilo Manual de Grosso, de la teoría conspirativa sobre la descendencia de Jesús. En manos de un hábil guionista o de un director con otras pretensiones menos comerciales que Ron Howard, se hubiera buceado en la tesis que sobrevuela (y nunca se toca) sobre la historia: la configuración de la fe. ¿Cómo creer y no caer en el fanatismo? ¿Qué tipo de católico se puede ser, si toda la verdad ha sido adulterada? ¿Qué importa más, la verdad arrasada o la mentira consoladora?

Pero "El código Da Vinci" no es nada de eso. El único acierto del filme es el casting. Pese al pésimo trabajo de Audrey Tautou, que se la pasa poniendo cara en todas las escenas. Ian McKellen se roba la película, con unas pocas líneas. Y hace tiempo que no lo vemos a Tom Hanks tan desorientado en un filme, por la carencia de dónde aferrarse para hacer su trabajo de actor. Las debilidades del guión, ostensiblemente le juegan en contra. Anoten otro trabajo meritorio: Paul Bettany como Silas, el monje albino.

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Tampoco se destaca "El código..." por la fotografía, el diseño de arte o el sonido. Algunas tomas las ciudades europeas pueden tener su interés turístico, pero no hay nada que nos deslumbre y nos llame la atención.

Escenas a destacar: la escena del revoleo del críptex; la escena inicial del crimen del director del Louvre. Frases: “Usted preguntó que valdría la pena para matar. Ser testigo del mayor engaño de la historia de la humanidad”; “Estamos en medio de una guerra. Una que ha sucedido desde siempre para proteger un secreto tan poderoso que, de ser revelado, conmovería los cimientos de la humanidad”.

CONSEJO: Yo diría esperar al video. Pero usted sabe cómo es esto, la banca gana siempre. Si sos fanático del libro, no podés faltar; si lo odiaste, tenés que ir para saber si es tan mala como la novela. En suma, siempre nos salimos con nuestro propósito: arrasamos la taquilla.

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