Si tus padres no se hubiesen unido justo cuando lo hicieron (posiblemente en ese segundo, posiblemente en ese nanosegundo, tú no estarías aquí. Y si sus padres no se hubiesen unido en el momento exacto oportuno, tampoco estarías tú aquí.
Retrocede en el tiempo y esas deudas ancestrales empezaran a sumar-se. Con que retrocedas sólo unas ocho generaciones, hasta la época en que nacieron Charles Darwin y Abraham Lincoln, encontraras a unas 250 personas de cuyas uniones en el momento oportuno depende tu existencia. Si sigues más atrás, hasta la época de Shakespeare y de los peregrinos del Mayfiower; y tendrás como mínimo 16.384 ancestros intercambiando afanosamente material genético de una forma cuyo resultado final y milagroso eres tú.
Veinte generaciones atrás, el número de personas que procrearon en beneficio tuyo se ha elevado a 1.048.576. Cinco generaciones antes cíe eso, habrá como mínimo 33.554.431 hombres y mujeres de cuyos ardorosos acoplamientos depende tu existencia. Treinta generaciones atrás, tu número total de antepasados –recuerda que no se trata de primos, tíos y otros parientes intrascendentes, sino sólo de padres y padres de padres en una línea que lleva indefectiblemente a ti es de más de 1.000 millones (1.073.741.824, para ser exactos). Si retrocedieses 64 generaciones, hasta la época de los romanos, el número de personas de cuyos esfuerzos cooperativos depende tu eventual existencia se ha elevado hasta la cifra aproximada de un trillón, que es varios miles de veces el número total de personas que han vivido.
Es evidente que hay algo que está mal en las cuentas que hemos hecho. Tal vez te interese saber que el problema se debe a que tu línea no es pura. No podrías estar aquí sin un poco de incesto (en realidad, sin mucho), aunque se guardase una distancia genéticamente prudencial. Con tantos millones de antepasados en tu estirpe, habrá habido muchas ocasiones en las que un pariente de la familia de tu madre procrease con algún primo lejano de la familia de tu padre. En realidad, si tienes como pareja a alguien de tu propia raza y de tu país, hay grandes posibilidades de que estéis emparentados en cierta medida. De hecho, si miras a tu alrededor en el autobús, en un parque, en un café o en cualquier lugar concurrido, la mayoría de las personas que veas será probablemente pariente tuvo. Cuando alguien presuma delante de ti de que es descendiente de Shakespeare o de Guillermo el Conquistador, deberías responder inmediatamente: “¡Yo también!”. Todos somos familia en el sentido más fundamental y más literal.
BILL BRYSON
“Una breve historia de casi todo”
28.11.06
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