20.5.07

acto 2: la historia de un gran amor

Cuenten quince años hacia atrás, a partir de aquel tiro en el estudio de la calle Lubianski. Vladimir Maiakovksi conoce a Elsa, una estudiante de artes decorativas (que será la traductora al francés de sus poemas). No saquen conclusiones apresuradas. La mujer es casada y le presenta a su hermana, Lilya, también casada, con el reconocido crítico y escritor Ossip Brick. Apresúrense a sacar conclusiones. Sólo basta seguir la mirada de la dama, cuando el joven poeta recita sus poemas. Sólo hay que sumar dos y dos, para caer en la cuenta que los enamorados no dudarán en entregarse a su amor. Su romance provocará más ruido que las bombas que caen sobre las trincheras del frente de batalla de la Gran Guerra. Ossip, varios años mayor que su esposa, asiente comprensivo y aparta la vista, con respeto y resignación.

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Pasaron miles de años
y ella está igual, juvenil.
Está acostada.
El cabello suelto.
La luna azulada.
Un instante...
no era la luna
era la calvicie del marido a su lado.
La hermosura de Lilya quedó inmortalizada en los retratos de sus amigos, gente como Léger, Picasso o Rodchenko. Culta, inteligente, altruista, Lilya era un sueño hecho realidad. Lilya la nombra Maiakovksi, en sus poemas y escribe para ella, como la diva de sus experimentos cinematográficos. Lilya Brick fue la inspiración del poeta que ahora llenaba, esa habitación, con su definitiva ausencia.

Tal vez fue entonces, en ese preciso momento, cuando comprendió que sólo la historia quedaba de aquel que fuera Vladimir Maiakovski, tal vez entonces, digo, surgió en Lilya Brick la necesidad de confrontar con esos papeles privados, cuán importante había sido, en realidad, en la vida del poeta.
Escucha,
da igual:
no ocultarás un cadáver
Fue entonces, creo, cuando empezó a leer las cartas de Maiakovski.

(Continúa mañana: cartas de amor)