9.6.07
la identidad
EL TIEMPO
Una nueva película de Kim Ki-Duk, el cineasta coreano que ya conociéramos en “Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera”, “Hierro 3” y “El arco”. En este caso, Kim Ki-Duk archiva la parábola budista y nos cuenta una historia urbana y realista. Con el mismo grado de austeridad que sus anteriores películas, con algunos guiños para el espectador atento, “El tiempo” es una más que interesante observación sobre la obsesión por la imagen en la sociedad de estos días.
“El tiempo” es la historia de una pareja, See-hee (la chica) y Ji-woo (el chico). See-hee es obsesivamente celosa de Ji-woo, siempre pendiente de que el amor que siente por ella esté menguando, amenazado por la presencia de otras mujeres más jóvenes, jaqueado por el cansancio y el hastío. Al borde del colapso, See-hee recurre a un último y desesperado intento. Abandona a Ji-woo y se practica una operación para cambiarse el rostro. Tras seis meses de recuperación, regresa a la vida de Ji-woo para, como otra persona, recuperarlo. El inconveniente para See-hee es que, más temprano que tarde, empezará a celar a la otra mujer que fue y dudará a quién ama en realidad Ji-woo.
A medida que la trama avanza, los personajes se pierden, se disuelven en otras caras. Kim Ki-Duk se pregunta (nos pregunta) hasta qué punto somos el envase que nos limita. See-hee buscar cambiar para mantener su amor; cuando Ji-woo emprende el mismo viaje, se pierde para siempre. Tal vez, See-hee no comprenda que ella misma se ha perdido, en ese juego de espejos deformes que proyecta su misma imagen, pero un poco más cambiada.
El final remite al principio, en un interesante corolario circular. See-hee se choca con sí misma, a la salida de la clínica de belleza. El final de la historia encaja en el principio. Son la misma pero son distintas.
Hay una idea interesante flotando en la historia: hasta cuánto es válido cambiar, para que otro nos ame; cuándo cambiar no implica perderse y la victoria lograda se vuelve pírrica: quién nos ama por haber cambiado, nunca nos amó en realidad, nunca amó a nuestra verdadera naturaleza. Amó a la otra persona en la que nos hemos convertido. Cambiar es la prueba de la inexistencia del amor presumido.
El filme se desenvuelve en esos tiempos del cine oriental, menos simbólico que las anteriores películas de Kim Ki-Duk. El surrealismo brota en los desplazamientos de los protagonistas por el parque de esculturas de la isla de Mo, entre las obras eróticas del escultor Lee Il-ho que ameritará otro post más, por su particularidad. Algún crítico remitió un recuerdo de Magritte, en esas tomas alrededor de las esculturas que emergen a la orilla del mar. Vale prestar atención a los interiores de las viviendas, en los que cuesta encontrar algo personal en la ornamentación. Esas casas proyectan las vidas de sus moradores: pueden tornarse irreconocibles, cuando muta un solo detalle.
CONSEJO: para amantes del cine arte. Resto abstenerse.
Trailer de la película, en inglés, para los visitantes del Chatarra:
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