28.1.08

capítulo 4: TABLA RASA. El terror cumple su función

Más fragmentos del libro de Naomi Klein, “La doctrina del shock”
“Sólo tenía un objetivo: llegar vivo al día siguiente… Pero no se trataba sólo de sobrevivir, sino de sobrevivir siendo yo”.
MARIO VILLANI, superviviente tras cuatro años en los campos de tortura de Argentina.



El activismo estaba consiguiendo resultados y Pinochet se enfrentaba a la condena de todo el mundo por su desprecio de los derechos humanos. Lo que frustraba a Letelier, que era economista, es que a pesar de que el mundo contemplaba horrorizado los informes de ejecuciones sumarias y electroshocks en las cárceles, no decía nada sobre la terapia económica de shock; o en el caso de los bancos internacionales no sólo no decían nada sino que seguía concediendo una cascada de créditos a la Junta y estaban encantados con que Pinochet hubiera adoptado los “fundamentos del libre mercado”.



“La violación de los derechos humanos, el sistema de brutalidad institucionalizada, el control drástico la supresión de toda forma de disenso significativo se discuten –y a menudo condenan- como un fenómeno sólo indirectamente vinculado, o en verdad completamente desvinculado, de las políticas clásicas de absoluto “libre mercado” que han sido puestas en práctica por la Junta Militar”, escribió Letelier en un desgarrador ensayo para The Nation. Señaló que “este concepto particularmente conveniente de un sistema social en el cual ‘la libertad económica’ y el terror político coexisten sin interferirse, permite a estos voceros financieros sostener su idea de ‘libertad’ mientras ejercitan sus músculos verbales en defensa de los derechos humanos”.



“El plan económico ha tenido que ser impuesto, y en el contexto chileno ello podía hacerse sólo mediante el asesinato de miles de personas, el establecimiento de campos de concentración a través de todo el país, el encarcelamiento de más de cien mil personas en tres años, el cierre de los sindicatos y organizaciones vecinales y la prohibición de todas las actividades políticas y de todas las formas de expresión. […] Represión para las mayorías y ‘libertad económica’ para pequeños grupos privilegiados son en Chile dos caras de la misma moneda”

ORLANDO LETELIER, asesinado en 1974 en Washington por los hombres de Pinochet.



“En 1955 creíamos que el problema era Perón, así que lo eliminamos; pero en 1976 ya sabíamos que el problema era la clase trabajadora”.
De un militar argentino veterano en golpes militares.

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En ocasiones los ataques a los líderes sindicales estaban coordinados con los propietarios de los lugares de trabajo. Demandas interpuestas en los últimos años han aportado algunos de los ejemplos mejor documentados de intervención directa de filiales locales de multinacionales extranjeras.



En Argentina, el 81% de los treinta mil desaparecidos tenían entre dieciséis y trenta años. “Estamos trabajando ahora para los siguientes veinte años”, le dijo un conocido torturador argentino a una de sus víctimas.



La pauta de las desapariciones estaba clara: mientras los terapeutas del shock eliminaban todos los resquicios de colectivismo de la economía, las tropas del shock debían eliminar a los representantes de ese ethos de la calles, las universidades y las fábricas.



Para la mayor parte de los latinoamericanos de izquierdas, ese principio fundamental era lo que el historiador radical argentino Osvaldo Bayer llamó “la única ideología trascendental: la solidaridad”. Los torturadores entendían perfectamente la importancia de la solidaridad y se aplicaron a destruir ese impulso de interconexión social entre sus prisioneros. Se da por supuesto que todo interrogatorio consiste en obtener información valiosa y, por lo tanto, forzar una traición, pero muchos prisioneros informan que sus torturadores estaban bastante poco interesados en la información, que solían tener de antemano, y mucho más interesados en conseguir el acto de traición en sí. Lo importante del ejercicio era lograr que los prisioneros sufrieran una lesión irreparable en aquella parte de ellos que creía que ayudar a lo demás era el valor supremo, la parte que les hacía activista, y reemplazarla por una sensación de vergüenza y humillación.

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Este lenguaje tiene, pro supuesto, el mismo andamiaje intelectual que permitía a los nazis afirmar que al asesinar a los miembros “enfermos” de la sociedad estaban curando “el cuerpo de la nación”. Como dijo el doctor nazi Fritz Klein: “Quiero preservar la vida. Y por respeto a la vida humana, amputaré un apéndice gangrenado de un cuerpo enfermo. El judío es el apéndice gangrenado del cuerpo de la humanidad”. Los jemeres rojos utilizaron el mismo lenguaje para justificar su masacre en Camboya: “Hay que amputar lo que está infectado”.

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