2.12.08
de la revolución como un acto de amor
CHE, EL ARGENTINO
El otro día, paseando por el Cementerio de la Recoleta, me enganché en una visita guiada en la que la guía resumía la vida de gente como Sarmiento, Rosas o Evita con un “nació en ... a tantos kilómetros de Buenos Aires, fue a la escuela en ..., no se llevaba bien con ..., escribió tal cosa y fue nombrado ... en ...”. Resumidas así, esas vidas eran de lo más pavotas.
Ese es el riesgo que se corre cuando se resume una vida con una serie de hechos puntuales característicos de todas las personas. Las grandes vidas, los grandes personajes, pueden resumirse en un puñado de hechos. Lo demás sobra. Steven Soderbergh encaró la vida del Che Guevara cuidándose mucho de caer en ese error. Dividió la vida del personaje en dos partes. Esta primera, “El Argentino”, cuenta el ascenso del Che, a su momento de gloria. Y se detiene a metros de la entrada triunfal en La Habana.
El guión de Peter Buchman divide este primer capítulo del díptico del Che, en un ida y vuelta en tres momentos de su vida: el primer encuentro del Che y Fidel, en México; el desembarco en Cuba y la toma del poder, desde la Sierra Maestra; el discurso del Che en la ONU en Washington. Los tres momentos no son caprichosos, si no que dibujan la tesis de esta primera parte: la lucha del Che en Cuba no se limita a la toma del poder local, sino es el primer eslabón de una revolución global.
La reunión en México se cierra al final de la película. Vemos, recién ahí, la clarividencia del Che, su tenacidad en pos del objetivo. Es la charla de dos soñadores, de dos tipos que estaban viendo una ilusión: uno, Fidel, derrocar a Batista; otro, el Che, de exportar la revolución a América Latina y arrasar con siglos de sumisión y pobreza.
La larga secuencia de la revolución en suelo cubano, nos muestra a un Che casi apartado de la lucha, en roles secundarios. No parece ser un líder, sino un hombre aplicado a tareas de sostén. Pero esa función enlaza con la última escena de la película (cuando ordena a unos revolucionarios que retornen el auto robado): el Che es consciente que con la toma del poder no alcanza; lo que hay que cambiar es la mente del pueblo. El rol de educador del Che adquiere valores épicos. Su labor como médico y maestro es más importante que el tipo que está tirando tiros en el frente de combate. Son esos hombres que el Che educa, esos campesinos que aprenden a leer y escribir, que han visto por primera vez en su vida a un médico, los que sostendrán el futuro de la revolución y de su sueño.
El tercer segmento, en blanco y negro, es la visita a Washington y el discurso en la ONU en 1964. Es la declaración de guerra al imperialismo norteamericano, la ruptura de lanzas que culmina en la última frase de su discurso: “¡Patria o Muerte!”.
Esta claridad en la exposición temática hacen de “Che: el Argentino” una muy buena película y una excelente aproximación a la figura heroica del Che. Debe notarse que se llega al personaje desde su grandeza épica, sin discusiones políticas. El Che es un hombre de violencia. No se oculta, ni se lo disculpa. Es un combatiente. Pero como él mismo dice en un parlamento, su guerra es un acto de amor, amor al pueblo que quiere liberar. Por eso es tan escrupuloso en el momento de usar la violencia, de apartar a los inocentes de la línea de fuego, de sostener valores éticos y de erradicar cualquier abuso que le otorgue el estar del lado de quién empuña el arma.
Así como el Che es un hombre violento, el filme tampoco esconde que es un hombre creyente del paradigma socialista y de que el individuo no alcanza su potencial sino dentro de un colectivo. Queda claro que el filme de Soderbergh no busca la discusión política sino la descripción de un héroe trágico. Y en ese propósito, logra plenamente su cometido.
Si Soderbergh engalana el guión con una textura de documental, trozando los tres episodios con coloración e iluminación distintivas, explotando el matiz de verosimilitud al maximizar el coeficiente Zapruder, no es menos fundamental la composición de Benicio Del Toro. Su voz, su tono, su presencia, realza el personaje, escondiendo al actor. En todo momento, creemos que estamos escuchando al Che, que lo estamos viendo, que asistimos a un momento de la historia, en un reality show clandestino. Esa confusión del espectador es mérito del excepcional trabajo de Del Toro en una actuación consagratoria.
En un segundo plano, se destacan los trabajos de Rodrigo Santoro (“Lost”) como Fidel Castro y de Santiago Cabrera (“Héroes”) como Camilo Cienfuegos. Lo de Catalina Sandino Moreno como la compañera Aleida, es más convencional.
Escenas destacadas: la última escena del filme, en la ida a La Habana, con el Che retando a dos revolucionarios que se robaron un auto; la charla en el balcón del departamento en México entre Fidel y el Che; los fusilamientos de los desertores; la charla del Che con el militar que quedó a cargo de Santa Clara y que invita a deponer las armas; el cruce con McCarthy en el cocktail en Washington.
No he podido encontrar frases de la película en Internet, así que tomemos ésta frase del Che (que sugiero imaginen en la voz de Benicio Del Toro): “El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis del sentido de la justicia y de la verdad para no caer en dogmatismos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar por que ese amor a la humanidad se transforme en hechos concretos”.
CONSEJO: ir a verla.
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