3.12.08

más sobre Stanley

Entre todos los grandes exploradores británicos del siglo XIX, Stanley es el que más se parece a los héroes de la novela picaresca. Su biografía es casi imposible de establecer por la miríada de fabulaciones con que la disfrazó. Durante buena parte de su vida se hizo pasar por estadounidense, pero era británico, pues había nacido, en 1841, en el pueblecito galés de Denbigh, de madre soltera y padre alcohólico. Pasó su infancia en un hospicio y, de adolescente, se las arregló para llegar a Nueva Orleáns, donde un hombre de negocios, Henry Hope Stanley, le tomó cariño y lo ayudó. Adoptó entonces el nombre de Stanley, pues el suyo era John Rowlands. Luchó en ambos bandos en la guerra civil norteamericana y luego hizo carrera de periodista cubriendo las contiendas de 1860 entre los indios y los pioneros que extendían la frontera del Oeste. Gracias a esas crónicas lo contrató The New York Herald , que lo envió de corresponsal con una fuerza expedicionaria inglesa desplegada en Abisinia.

Pero su fama vino con su expedición de 1871-1872 en busca de otro famoso explorador, el médico y misionero Dr. Livingstone, que andaba desaparecido por el Africa oriental desde hacía cinco años. Stanley lo encontró, en noviembre de 1871, en el pequeño asentamiento de Ujiji, a orillas del lago Tanganika, y se dirigió a él con la pregunta que se volvería mítica: " Doctor Livingstone, I presume... ". Estuvieron cuatro meses juntos, pero Livingstone se negó a regresar a Inglaterra y falleció en Africa, de 60 años, a orillas del lago Bengwelu. Stanley, que se hizo rico y célebre con esta proeza, realizó otra todavía mayor en 1874, cruzando todo el Congo hasta la desembocadura del río de este nombre en el Atlántico. Entonces, Leopoldo II lo contrató y el galés se convirtió en un instrumento neurálgico de las ambiciones coloniales del soberano belga. Lo ayudó a sentar las bases del Estado Libre Asociado del Congo, construyendo caminos, tendiendo los rieles del ferrocarril entre Boma y Kinshasa y firmando "contratos" con los jefes y caciques de las tribus de orillas del gran río en las que éstos cedían sus tierras al "rey civilizador" y se comprometían a darle hombres para que trabajaran en las obras públicas, así como en la extracción del caucho, las pieles y el marfil. Entre todos los sistemas coloniales montados por Europa en Africa, el del Congo fue el más inhumano: el primer genocidio del siglo XX.

Curiosamente, ni en Kinshasa, ni en las localidades del Bajo Congo -Matadi, Boma y Mbanza Ngungu-, ni en el extremo oriental del país, la región de los Kivu, escuché palabras de rencor contra Stanley. Por el contrario, en muchos sitios me hablaron de él con simpatía, como de una gloria nacional. En Matadi, un funcionario de una (imaginaria) oficina de turismo me llevó a ver, en las afueras de la ciudad, en un codo del río, el lugar donde estuvo la choza donde vivió Stanley y el primer embarcadero que construyó. En Boma, todos los lugareños señalan al forastero cómo llegar al gigantesco baobab, de cientos de años de existencia según la voz popular, en el que el explorador excavó un refugio, que fue su casa y que todavía se puede visitar. Salvo a una persona -era un intelectual- tampoco escuché en los 15 días que pasé allá a ningún congolés despotricar contra los años coloniales y responsabilizarlos de las miserias y los padecimientos que sufre el país. ¿Generosidad y grandeza de espíritu? Tal vez, o, acaso, un presente tan terrible que ha borrado de la memoria colectiva las atrocidades del pasado.

Genocidios de ayer y de hoy en el CongoStanley, por el suelo

Mario Vargas Llosa

lanacion.com | Opinión | Viernes 28 de noviembre de 2008

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