Cuando este martes asuma su puesto, Barack Obama será no sólo el primer presidente negro de Estados Unidos, sino también el primer presidente de la era digital. Así como Kennedy inauguró la videopolítica con sus apariciones en TV, Obama podría implementar un sistema revolucionario, idealista, muy desarrollado en la teoría y poco llevado a la práctica: el de la democracia electrónica. Su gobierno enfrentará una serie de desafíos que ya fueron planteados en los libros sobre participación ciudadana online pero que aún no fueron resueltos. En un sentido más profundo, además, actualizará una disyuntiva que inquieta a la ciencia política desde sus orígenes: la disputa entre los modelos de democracia elitistas y los participativos.
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Desarrollada por intelectuales como Jürgen Habermas y, más recientemente, James Bohman, William Rehg o James Fishkin, el concepto de democracia deliberativa apuesta a la participación popular como forma de legitimidad democrática. El debate público, desde esta perspectiva, permite alcanzar soluciones creativas y racionales, involucrando las experiencias y conocimientos de los legos en el proceso legislativo. Hasta los años 70, sin embargo, la ciencia política tendió a desconfiar de la participación pública. Teóricos como Joseph Schumpeter y Max Weber desarrollaron modelos teñidos de pesimismo elitista. Consideraban a la opinión pública errática, mal informada, impulsiva y susceptible a la manipulación. Desde su perspectiva, lo mejor que podían ofrecer las democracias era un procedimiento organizativo por el cual "el demos votara cada cuatro o cinco años y después se fuera a dormir", según la definición de Stephen Coleman, uno de los más lúcidos especialistas en el tema…
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El sitio de la transición presidencial, www.change.gov, tiene espíritu participativo: los ciudadanos pueden leer y comentar las minutas de las reuniones del equipo de Obama con representantes de distintos sectores, consultar sobre temas de políticas públicas, votar las mejores preguntas planteadas por otros usuarios, organizar debates en sus barrios y sumarse a foros sobre temas candentes del futuro gobierno. La consulta pública sobre el sistema de salud, por ejemplo, suscitó 3.500 comentarios en un fin de semana.
James Druckman, profesor del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Northwestern, publicó el año pasado un artículo donde reseñó 450 sitios de candidatos legislativos en Estados Unidos y llegó a la conclusión de que la mayoría eran sólo folletos electrónicos. "Los candidatos tienden a limitar la interactividad porque temen perder control sobre sus mensajes –confirma desde su oficina en Chicago–. Sin embargo, los sitios de la reciente campaña incorporaron una cantidad sorprendente de herramientas 2.0, lo cual rompe con el pasado y sin duda afectará la política de los próximos años". Obama presentó una plataforma para la participación digital: obligará a sus ministros a organizar sesiones de deliberación online, nombrará a un funcionario a cargo de las iniciativas digitales del gobierno y prometió que toda legislación, salvo la de emergencia, será publicada en el sitio de la Casa Blanca y sometida a revisión pública durante cinco días antes de su implementación.
Ya en la campaña, en el sitio www.barackobama.com, más de un millón de voluntarios abrieron cuentas personales para participar. Estos espacios, llamados myBO (o mi Barack Obama, una forma de apoderarse de la campaña) permitían enviar mails para pedir donaciones y, de ubicarse entre los recaudadores más eficaces, obtener premios como conocer al candidato. Los voluntarios también podían imprimir volantes, organizar reuniones políticas y recibir un listado de votantes indecisos para llamarlos y anotar los resultados en una grilla, sin moverse de su casa. Obama construyó así la mayor empresa de telemarketers ad honorem conocida hasta hoy.
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La apatía ciudadana fue una preocupación recurrente entre los expertos en comunicación política durante los últimos 15 años, pero esta campaña parece haberlos dejado sin tema. Ahora, los analistas se preguntan si Obama podrá sostener el entusiasmo del público. "El futuro demográfico de Estados Unidos se parece mucho a la base demócrata: jóvenes, hispanos y negros –señala Iparraguirre–. El problema es que estos segmentos tradicionalmente no se entusiasmaban con la política, y habrá que ver si vuelven a hacerlo en la próxima elección".
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Racionalidad: una crítica que académicos como Peter Dahlgren han hecho al modelo deliberativo de Habermas, y que se aplica a la participación online, es el peligro de que la esfera pública quede capturada por los sectores más integrados, elocuentes y educados, cuyos recursos simbólicos e intelectuales son abundantes. A ello se suma el problema de la brecha digital. Desde el feminismo, además, autoras como Seyla Benhabib y Nancy Fraser han cuestionado que la racionalidad sea considerada intrínsecamente superior a la expresión de emociones o rumores, tan constitutivos de la política.
Aprender a debatir: en su libro Democracy in the Digital Age, el investigador Anthony Wilhelm analizó una serie de foros online y notó que en ellos la mayoría de los participantes opina más de lo que lee a otros, no fundamenta sus argumentos y tiende a conformar grupos homogéneos, poco abiertos a nuevas ideas. No se trata de un problema tecnológico, sino de cómo aprendemos a deliberar, más aún cuando los temas en cuestión no son opciones simples (Obama vs. McCain) sino complejas y dilemáticas decisiones políticas.
Implementación: una vez recibidos 3.500 comentarios sobre el plan de salud ¿cómo incorporarlos a la legislación? El equipo de Obama responde en los foros con videos de entre 3 y 5 minutos que rescatan los argumentos más repetidos por los participantes. Pero ¿será esto suficiente en el largo plazo o, como sugiere Coleman, deberán idearse soluciones más creativas para que la legislación refleje las opiniones de los ciudadanos?
Ahora bien, gobierno electrónico no equivale a democracia electrónica. Académicos como John Gotze o Jay Blumler señalan que el uso de nuevas tecnologías desde el poder no conduce necesariamente a mayores grados de democracia.
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El gobierno electrónico busca hacer más eficientes las relaciones entre gobernantes y gobernados, facilitando trámites online y transparentando información; pero no altera el modelo de comunicación unidireccional, del gobierno hacia el usuario. La democracia electrónica, en cambio, prefiere hablar de ciudadanos, a quienes involucra en la toma de decisiones para así ampliar la legitimidad democrática. Las novedades implementadas por Obama responden al modelo de eficiencia organizativa del gobierno electrónico. Pero, a la vez, confían en la participación como herramienta de cambio. Los próximos cuatro años dirán si ambos modelos pueden convivir.
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En uno de sus artículos más provocativos, el profesor de la Universidad de Iowa John Durham Peters se opone a que el diálogo sea considerado la forma de comunicación por excelencia de las democracias contemporáneas. También se necesitan –sostiene– mensajes unidireccionales desde el centro del poder hacia las masas; mecanismos antiguos, rápidos, que ofrezcan claridad en situaciones críticas y eviten la cacofonía. Es necesario, además, respetar el derecho de quienes no quieren dialogar (o participar). Estos argumentos, entre otros, ponen reparos al optimismo desbordante de la democracia electrónica. Sin embargo, la promesa participativa de Obama genera expectativas. En tres días empezaremos a saber si pueden concretarse.
“Obama y los dilemas de la democracia electrónica”
SONIA JALFIN
(“ñ”, 17.01.09)
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