24.3.09
la jubilación de Harry el Sucio
GRAN TORINO
Y, bueno, ahí vamos de nuevo con Clint Eastwood. “Gran Torino” es algo así como un documental sobre los años de retiro de Harry el Sucio. El tipo se la pasa sentado en el porche de su casa, con la heladerita con latas de cervezas, mirando con cara de culo a cuanto inmigrante (preferentemente oriental) se cruce en su barrio. A mano la escopeta, dispuesto a bajar a algún amarillo en cuanto ose pisarle una pulgada de su jardín.
“Gran Torino” tiene todos los peros que le estamos encontrando en esta página a las últimas películas de Clint Eastwood. Sabemos que vamos contra la corriente, pero nos sigue sorprendiendo como arruina buenos planteos, cayendo en manos del melodrama desprolijo. No vamos a repetir lo dicho en la crítica de “El sustituto” pero agregamos un ejemplo para identificar nuestras quejas.
Al final del filme, asistimos a la lectura de un testamento. Los familiares canallas escuchan ávidos, especulando con la herencia por recibir. La cámara toma a dos familiares que ponen cara de codicia (conste, no es que se muestren codiciosos, sino que literalmente, ponen cara de codicia, como en las peores telenovelas mexicanas). Bueno, ese solo plano, compuesto con los elementos básicos del folletín, es un botón de muestra de lo que criticamos de este último tiempo de Clint Eastwood. Esa escena está tan burdamente muestra que si la hubiera construido otro director que no tuviera el afecto que la crítica tiene por Clint, lo estarían colgando en una farola de Plaza de Mayo al grito de: “¡Aguante Lucrecia Martel!”.
El planteo inicial de “Gran Torino” es más que interesante: veterano de Corea, uno de esos patriotas surgido del Sueño Americano con bandera en la puerta, un Torino en el garage y escopeta en el ropero. Viudo, racista y solitario, no tiene otro entretenimiento que cruzar insultos con sus vecinos inmigrantes. El tipo (un pichón de nazi) nos sorprende cuando (a regañadientes) se transforma en el protector y padre espiritual de un adolescente oriental que tambalea en su adultez, en una casa en la que se siente la ausencia del padre.
Con ese planteo, Clint Eastwood pudo contar una gran película. Y por momentos hay algunos relumbrones del filme que pudo ser. Por ejemplo, cuando Walt Kowalski se mira en el espejo y se dice que tiene más en común con esos “malditos amarillos” que con los idiotas de sus hijos.
Pero el filme se pierde tras el planteo. Citamos un ejemplo, vamos a citar otro. En el ajedrez, los grandes maestros se distinguen de los muy buenos jugadores por reconocer las jugadas intermedias. Ambas clases de jugadores ven el plan general de la partida. Pero sólo los maestros identifican esas jugadas sencillas que dinamitan cualquier intento de resistencia. En el guión, las transiciones de las conductas de los personajes son las jugadas intermedias del ajedrez. No deja de ser verosímil que un personaje muy estructurado cambie. (Si no, casi no habría película sino tragedia). La verosimilitud se resiente cuando el cambio es abrupto. El mal guión abunda en las transiciones abruptas; los grandes saben hacer esos pequeños cambios en los que el personaje muta a otra condición, sin que el protagonista (ni nosotros) nos demos cuenta. El mejor Woody Allen era un maestro para esos ligeros cambios.
En “Gran Torino” hay una transición forzada: la de la fiesta a la que es invitado Kowalski. Todavía no era el momento para que este amargo se tomara una copa con los vecinos. Eso debía estar más adelante. Y era correcto que la chica, la vecina, fuera la puerta de entrada para el cambio, esto es, que ese personaje lo hiciera bajar la guardia.
Creemos que la mejor transición venía de la secuencia: matones golpean al vecino – Kowalski lo defiende – familia trata de recompensarlo con flores y frutas – Kowalski se niega de mal modo – madre oriental le pide a Kowalski que emplee a su hijo para salvar el honor de la familia por el intento de robo del auto – Kowalski afloja porque él también es un hombre de honor y eso lo iguala a sus vecinos inmigrantes. Una vez que Kowalski abrió la puerta para conocer a Thao, la historia fluye naturalmente. La fiesta puede estar adelante y ahí, sí, Kowalski ser invitado. Pero el Kowalski de la fiesta es demasiado prematuro, es un cambio muy abrupto para un personaje tan estructurado. Si Kowalski se mezcla con sus vecinos y come su comida, es por algo más que por una lata de cerveza.
Para no repetir peros y objeciones: si usted deliró con los últimos filmes de Clint Eastwood, ésta es su película. Si es de esa clase de solitario espectador que comparte gran parte de las objeciones que hicimos en esta pagina, pase de largo. No se pierde nada.
Las mejores frases, mañana.
CONSEJO: esperar al DVD.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario