10.12.09

la voz sobre el libro

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PIAF
data: http://www.multiteatro.com.ar/Obras/20-PIAF.aspx

Soy un bicho de cine, lo reconozco. Así que los siguientes comentarios sobre “Piaf”, la obra que Elena Roger interpreta en el teatro Liceo de Buenos Aires deben ser tomadas como las opiniones de un recién llegado a las orillas de esa disciplina. Hecha la salvedad, avancemos con el análisis de la obra.

En primer lugar, hay que dejar registrado que cuando Elena Roger canta, se abre el cielo y baja un ángel que nos cachetea primero de revés y luego de volea. Eso es el valor central de la obra. El descomunal talento de la intérprete, una voz que derrite a la platea y que, casi por si solo, justifica la visión de la obra.

Cuando la voz se calla, cuando toma el mando la palabra, brotan las fallas claras del libro de Pam Gems, la liviandad en la construcción dramática de las escenas. Si “Piaf” fue estructurada como una sucesión de postales de la inmortal cantante, cabalgata atornillada en las canciones, se da la paradoja de que lo único que lo mantiene a flote son los temas musicales: la historia que une las canciones distraen.

Cuando comentamos “La vie en rose” en estas mismas páginas (http://libretachatarra.blogspot.com/2007/05/la-voz.html) dijimos que “…el guión de Dahan prefirió la sucesión de estampas que contar una historia tras la historia. En realidad, no hay tesis ni intento de contar algo en paralelo a la vida, más o menos cronológica, de la protagonista”. En esta versión teatral de la vida de Edith Piaf, caemos en la tentación de repetir estos mismos conceptos.

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La historia del artista reventado, vulgar, drogado, carne de cañón del escenario, dramáticamente tiene un interés casi nulo. Es real. Pero por si sólo no tiene espesor emocional. Al menos que se quiera contar algo atrás, observar esa trayectoria de colisión para referir algo del personaje o de los artistas en general. Puede ser la arbitrariedad en la distribución de los talentos que haga dudar de la existencia de Dios, como en “Amadeus”; o la pasión por perseguir algo que los demás no ven, como describe Julio Cortázar en “El perseguidor”; o tal vez contar la historia de una chiquilla huérfana que se prostituyó en las calles parisinas, ansiando encontrar el padre protector que nunca tuvo en cada romance, descubriendo que sólo hay un remanso de paz sobre el escenario, con la trampa implícita de que no se puede cantar por siempre, que alguna vez hay que parar y vivir.

Cualquiera de las alternativas anteriores despliega sendas obras en paralelo. Cada elección encierra un manojo de opciones, de escenas, de momentos determinantes de la vida de la persona que alcanzó fama con el seudónimo de Edith Piaf. Enfatizar un momento sobre otro depende, exclusivamente, de la historia que se quiera contar detrás de la historia.

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“Piaf” tiene otro problema significativo que es el de no encontrarle la vuelta al idioma en el que hablan los personajes. Las canciones son en francés, excepto una versión del “Himno al amor” en castellano (soberbia adaptación). Los personajes no terminan de decidir en qué castellano quieren hablar. Al principio, se abrazan a un lunfardo que convierten a Piaf en una Catita. Pero luego caen en la indecisión: algunos en un español neutro, con el uso del tú; otros, como el deplorable personaje de Marlene (Dietrich) en un cocoliche inexcusable. Esta indecisión de la adaptación conspira contra la credibilidad de los personajes. Y, sospecho, también tiene su cuota de influencia en la artificialidad de las actuaciones de todo el elenco (incluyendo a Elena Roger). Ningún personaje termina de conmovernos, de abrirnos su puerta e identificarlos como seres humanos, con emociones detrás de sus falencias.

Para señalar el diseño lumínico de la obra, auténtico pilar escenográfico. Potencia los sublimes momentos en los que canta Elena Roger; la escena en la que los reflectores persiguen a Piaf, es otro ejemplo claro de su excelencia. Por último, cabe destacar el impresionante esfuerzo físico que Piaf exige a su protagonista: Roger está todo el tiempo en escena, con el cambio de vestuario sobre el escenario, moviéndose, cantando, en una coordinación perfecta de un elenco numeroso. Es otro punto fuerte de la obra.

En suma: si van esperando una historia bien contada, “Piaf” decepciona por su liviandad; pero esos momentos de Elena Roger cantando frente al micrófono justifican la entrada.

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